Normalidad en Tayikistán
Bajo el imperio de la lógica, lo normal es que una Administración pública fragmente los contratos que adjudica a una banda de cacos, para evitar que concurran otras ofertas que den al traste con el negocio. Tan normal y lógico como si el monopolio eléctrico le factura tres veces por el mismo servicio y usted, en atención a estas entrañables fechas, le regala un jamón de pata negra al presidente de la compañía suministradora. Conceptos como lógica y normalidad ostentan distintos significados según el lugar, la tradición y el folclore. De todos los acontecimientos a destacar como resumen del año vencido, más exactamente derrotado, el más sobresaliente es la entrega feliz y puntual del informe de la Sindicatura de Comptes en las Cortes valencianas, donde se narran las hazañas financieras de la Generalitat correspondientes a 2010. Todo muy previsible, considerando que desde hace 15 años, suma y sigue, se documentan las trapacerías que acreditan la magnitud del quebranto y seguimos asistiendo a idéntica liturgia bajo la extraña normalidad de este régimen embriagador.
El ritual, por conocido, no deja de asombrar: el síndico entrega el archivo, lápiz de memoria o como se llame, a la autoridad cortesana en un acto protocolario con fotos y sonrisas. No es que sea muy normal sonreír a la vista de tanto sobrecoste de cuerpo presente, irregularidades mil, sospechosos engaños y demás asuntillos que en democracias consolidadas requerirían la actuación policial, pero el desatino tiene su lógica y las actuaciones judiciales de oficio solo subsisten en el cine. Hecha la entrega del alijo por parte de la institución fiscalizadora, la prensa se regala tres días de pirotecnia en forma de titulares y resúmenes sobre el estropicio, cuyo impacto y claridad expositiva varía según la adicción, fidelidad y ganas de fastidiarle a algún ilustre la semanita de esquí. No se olvide que el informe en cuestión, de prosa amable y exquisita, solo abarca un muestreo, diríase que selectivo y sin ánimo de soliviantar, sobre la portentosa gestión realizada por la Generalitat, sus organismos y empresas públicas. El festejo termina con los autores de la merma y su servidumbre parlamentaria felicitándose porque el síndico no ha cometido faltas de ortografía en su relato, y la leal oposición lamentando el destrozo en sus tradicionales villancicos.
Si la Sindicatura no pone en manos de jueces y fiscales turbios procederes que se repiten lustro tras lustro, debe ser por temor a que la Generalitat le corte la luz. Después está el Tribunal de Cuentas, que en lo alto del organigrama y si nadie le da parte archiva los informes remitidos desde las periferias. ¿Quién puede advertirle, incluso requerir a la Guardia Civil? Cualquier diputado o senador de las Cortes Generales. Como nuestros aborígenes no están por la labor, habrá que confiar la tarea a Amaiur. Pagando lo que sea.
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