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Columna
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La que viene

Ya estamos en el año que viene y asusta todas las medidas fiscales y subidas de precios públicos que nos han anunciado para amargarnos la vida. Pero era lo esperado, no sólo a unos se les otorga la mayoría absoluta para que metan el bisturí con el fin de que sobrevivamos sin corralito, sino que otros que no tienen tales mayorías absolutas lo hacen, ayuntamientos y diputaciones del país, incluidos los que llegaron a los poderes locales guipuzcoanos a los sones del Eusko Gudari. La primera reflexión ante este año que se nos cae encima es el de virgencita que me quede como estaba. Adiós al optimismo, que celebraba el año nuevo con su familia en Tánger.

Lo curioso del caso es que siendo todas las medidas semejantes las que hace el otro partido son las malísimas. Se aprecia que la capacidad de imaginación no da para formulaciones diferenciadas, y el sueño del cambio de sistema, quizás por descubrir en las exequias del superlíder coreano la suerte que tuvimos en no hacer la revolución comunista, lo dejamos apartado como un pecado de juventud. Resignación era lo que decían las comadres del barrio de la Macarena, con un fatalismo muy árabe, cuando nada podían hacer. O qué leches, que hagan la revolución los de Bildu, o era mentira eso también.

Lo cierto es que vamos a ser más pobres, moveremos menos el coche, iremos de pascuas a ramos a restaurantes, a lo que ya nos íbamos acostumbrando poco a poco, huérfanos, además, de utopías redentoras en las que creer. Los que se meten con los mercados a la postre son los que más acuden a él y los que hacían gala de ajustar las cuentas a los ricos mucho se cuidan de no incrementarles la fiscalidad porque adoran el mismo ídolo de su imprescindibilidad para crear riqueza, y si se les atornillan demasiado deslocalizan sus inversiones. Al final en este 2012 vamos a aprender un montón de macroeconomía despidiendo aquella querida y consoladora consigna de que "la crisis la pague el capital". ¡Qué tiempo tan feliz!, ¡y qué santa ignorancia!

Pero algo se mueve, y puede ser un síntoma del futuro político vasco, cuando el Consejo de Administración de Kutxabank ha sido conformado, por muy provisional que se le excuse, en un acuerdo PNV-PP. Muy sintomático, además, que éste sea especialmente del PNV vizcaíno, en unos tiempos en los que esta formación se ha visto desplazada por Bildu en Gipuzkoa, y es que para el PNV ese incremento de poder de su auténtico opositor político le preocupa y busca, de nuevo, aquel papel que desde la transición se le otorgara en Madrid: ser el vicario de la política española en Euskadi. Si aquello se lo ofreció la extinta UCD ahora no hay por qué sorprenderse que de nuevo se lo otorgue el que en gran medida es su sucesor, el PP. Quizás, además, el PP esté preocupado, también, por la excesiva importancia que el radicalismo abertzale ha alcanzado y tema el muy probable hecho de que el Gobierno vasco que él ha apoyado se vea sucedido por uno de Amaiur, preocupación en la que coincide con el PNV. Y pies para qué los quiero.

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