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Columna
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Mirar con lupa

"Allí donde crece el peligro", escribió Hölderlin en su poema Patmos, "crece también la salvación". Tiendo a leer este verso como una invitación a imaginar que las crisis, sea cual sea su naturaleza íntima o colectiva, son terrenos de oportunidades: cuando la realidad está tan al desnudo, tan a la intemperie, queda poco sitio para el disimulo y el engaño; todo empieza a verse claro, y esa claridad es ya un principio de remedio. Pero también encuentro en este verso el recordatorio de que la experiencia humana se expresa mayormente en paradojas, en un nudo tan prieto de contrastes que nos obliga a la lucidez y la alerta, pero también nos permite la esperanza.

Este año que acabamos de cerrar ha sido el más paradójico de los que recuerdo. Nos ha deparado lo peor y lo mejor. La desoladora evidencia de una crisis económica cuya amplitud y ramificaciones tienen capacidad para arrasar el presente de gran parte de nuestra sociedad y comprometer el futuro de todos, y, al lado de eso, la mejor noticia posible para Euskadi y el conjunto de España: el cese definitivo de la violencia de ETA. En 2011 hemos tenido lo peor y lo mejor unidos en un trenzado tan íntimo que, como toda paradoja, por un lado permite la esperanza: quitarnos de encima la losa de la amenaza terrorista le va a dar, sin duda, a nuestra sociedad una nueva agilidad; va a desinhibir convicciones y desatar creatividades en el momento en que más se necesitan. Y, por otro, obliga a una lucidez y alerta máximas.

La crisis exige que lo miremos todo con una renovada y minuciosa atención. Por ejemplo, nuestro entramado institucional, que está pidiendo a gritos una reforma. Resulta cada vez más evidente que el reparto de competencias del actual sistema es, en sí mismo, un obstáculo o un freno para la toma de medidas anticrisis armonizadas y en tiempo real, esto es, dotadas de la reactividad que exige la presión del momento. Mirar atentamente también el tejido social: qué valores y prioridades nos definen no sólo en la teoría, sino en la práctica diaria; a cuáles no estamos dispuestos a renunciar como sociedad o, lo que es lo mismo, qué estamos dispuestos a hacer del modo más concreto -la violencia terrorista y la crisis comparten el ser, para quienes las padecen, todo lo contrario de una abstracción o un titular: la más palpable de las letras pequeñas, la concreción vivida hasta el último detalle-; qué estamos dispuestos a hacer concretamente los unos por los otros, no sólo en relación con el violento pasado que hemos padecido, sino con las exigencias materiales del presente y el futuro.

El cese de la violencia de ETA y la rotundidad de la crisis permiten y exigen comprobar el estado del sistema; verificar la vigencia y viabilidad de cada pieza: institucional, social, productiva, educativa... Mirarlo todo con lupa para no confundir ningún diagnóstico, para que no se nos escape, en este paradójico momento, ninguna rectificación o actualización salvadora.

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