Silencio sobre la Cámara de Valencia
El 2 de enero de 2012 la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Valencia cumple 125 años. No se ha visto en su dilatada historia conmemoración más silenciosa. Como si nos avergonzáramos de tener una institución, todavía corporación de derecho público, con el sello empresarial en sus raíces.
La Cámara de Comercio de Valencia tiene una de las trayectorias más encomiables entre las entidades económico-empresariales que existieron en la Comunidad Valenciana. Entre las más de ochenta Cámaras del Estado, la de Valencia ha tenido un comportamiento ejemplar y brillante. Lamentablemente, en paralelo al silencio de los valencianos respecto a su Cámara de Comercio, coincide con el intento de eclipsar los méritos de la institución centenaria desde fuera.
A la ignorancia o la indolencia con respecto a lo que ha sido y representa la Cámara de Comercio, se suma la animadversión de quienes anteponen los intereses de las personas a la magnitud de las instituciones. La Cámara de Comercio no es de nadie, ni de ningún Gobierno, ni ninguna facción de poder. Pertenece a todos los valencianos y sus órganos de gobierno representan los intereses de cada uno de los ciudadanos que con su dinero, con su apoyo, con su respeto y con su trabajo, han aportado lo mejor de sí mismos para disponer de una institución que defendiera -y se puede demostrar que defendió- los intereses generales de la economía y de las empresas valencianas. De entre sus iniciativas nacieron Arvet, Procova (predecesor del Ivex), IPI (después Impiva), Anieme, la Bolsa de Comercio de Valencia, la Feria de Muestrario Internacional, los institutos tecnológicos, los Premios Jaume I, la Oficina de la Comunidad Valenciana en Bruselas, la implantación de Ford, IBM y la IV planta Siderúrgica de Sagunt, la Exposición Regional de 1909 y un sinfín de logros que van desde la defensa de los productos agrarios valencianos (primer acuerdo de la Cámara de 1887) al fortalecimiento del sistema financiero autóctono (ahora desmantelado, sin apenas reacciones). ¿Dónde están los próceres valencianos?
Afortunadamente tenemos el testimonio de un eminente periodista, Martín Domínguez Barberá, que en 1958 ante un teatro Principal abarrotado, y con la presencia de un ministro sin cartera de Franco, Pedro Gual Villalbí, habló sin titubeos del característico silencio valenciano: "El rincón florido de España... realmente olvidado para todo" ¿Cómo no va a ser postergado por los demás, si no lo revindicamos y defendemos? El mismo problema está presente más de 50 años después.
Cuando desde Madrid firmaron la sentencia de muerte de las Cámaras de Comercio, el 3 de diciembre de 2010, los valencianos nos miramos unos a otros y repetimos a coro: mueran. El decreto ley que las desmantelaba, por obra y gracia de un Gobierno socialista, venía a liquidar, nada menos que 124 años de lucha incansable por los intereses económicos y empresariales en España. Y ahora el silencio sobre ese trabajo nos delata.
Tampoco debemos ignorar que no todos los capítulos de la historia cameral han sido intachables. Es cierto que las Cámaras, sometidas al embate de la política y los celos, no han sabido asumir siempre el papel que les correspondía desde que se crearon, por otro decreto ley de la reina María Cristina en abril de 1886. En los últimos 15 años se durmieron en los laureles de los bandazos políticos, sin contemplar la necesidad de ganarse la credibilidad social ni la fragilidad de su existencia, pendiente de la voluntad del legislador. Los agentes económicos abandonaron su huerto, que pasó a ser lo que los respectivos Gobiernos quieran. Mal futuro a quien aspiró a la independencia.
Repito, la Cámara de Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Valencia, donde me dejé los siete mejores años de mi vida profesional, va a celebrar su 125º aniversario en silencio. Y los enemigos acechan.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.