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Columna
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Escollos a proa

Si me permiten explicarlo en clave de parábola náutica, el PSC ha sido en los últimos tiempos como un imponente trasatlántico al que muchos años de navegación por las cálidas aguas del poder -ninguna sigla ha acumulado tanto por medios democráticos en la Cataluña contemporánea- fueron llenando el casco, el timón y las hélices de adherencias y suciedad hasta reducir gravemente su velocidad y su maniobrabilidad. Renqueante ya, la nave socialista catalana sufrió entre el otoño de 2010 y el de 2011 tres serias colisiones electorales que la dejaron casi a la deriva y en trayectoria de colisión contra las negras rocas del naufragio.

La situación exigía, pues, un enérgico golpe de timón, un acusado cambio de rumbo, un giro de, por lo menos, 90 o 100 grados, en el bien entendido de que semejante viraje, si se hacía con demasiada brusquedad, podía provocar el vuelco del pesado buque y su inexorable hundimiento. El 12º Congreso del PSC no quiso correr tal riesgo; en el puente de mando se impusieron la prudencia y el espíritu de conservación sobre la audacia, de modo que el trasatlántico viró apenas 10 o 15 grados, lo justo para que no pudiera decirse que todo seguía igual, que el partido no reaccionaba a las tres derrotas sucesivas.

El futuro del PSC como partido nacional no puede supeditarse a las ambiciones de nadie, por legítimas que sean

Ha habido, pues, novedades: la formalización -aunque modosa- de las diferencias internas; un desarrollo congresual más democrático (votación secreta del informe de gestión, más de un candidato a la primera secretaría...); la incorporación a la ejecutiva entrante de las minorías críticas lideradas por Joan Ignasi Elena y Àngel Ros. Pero la imagen final del congreso ha resultado continuista: ningún oficial fue degradado ni expulsado del puente, a todos -incluso a los más quemados- se les halló una fórmula reglamentaria para conservar asiento en la mesa del capitán. Era, tal vez, el cambio ahora posible sin estropicios; pero no es ni mucho menos el cambio suficiente, aquel que pondrá la nave fuera de peligro y en condiciones de competir.

Si el PSC quiere enderezar de verdad el rumbo, el prudente viraje operado este diciembre debe proseguir a lo largo de los próximos meses, y complementarse con un carenado a fondo. En el terreno de las personas porque, siendo una fuerza municipalista, no puede ser solo un partido de alcaldes; ni confiarse únicamente a jóvenes cuadros, alguno de los cuales arrastra ya serias responsabilidades por las derrotas del último año. Pero, sobre todo, en el ámbito de las ideas: del 12º congreso no salió ni un nuevo corpus teórico con el que hacer frente a la crisis económica y social (por supuesto que no era fácil), ni una clarificación de ese catalanismo por todos invocado, ni tampoco un modelo nítido de relaciones con el PSOE, más allá del piadoso deseo de revisarlas.

Y es justamente ahí donde al castigado casco del navío del PSC, cuando apenas empezaba a alejarse de las rocas, le amenazan nuevos escollos que podrían ser fatales. Me refiero a las cada vez más explícitas aspiraciones de Carme Chacón al liderazgo del socialismo español.

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Cada uno formulará su propio juicio estético o ético sobre el ágil salto de Chacón desde la poltrona ministerial al manifiesto crítico contra ese mismo Gobierno del que ella ha sido una de las piezas más vistosas; desde el arrobo entusiasta ante el liderazgo del Rodríguez Zapatero victorioso, hasta la implacable toma de distancias respecto del ZP derrotado. Con independencia de eso, nada podría complicar más la ya compleja tarea que el equipo de Pere Navarro debe ejecutar en el futuro próximo para poner el PSC a punto -ese mítico "votar distinto del PSOE", por ejemplo- que tener a una socialista catalana en la secretaría general del PSOE. A una "compañera" obligada a hacerse perdonar su origen geográfico y en unos tiempos que no dejarán margen ni siquiera para aquel federalismo verbal de épocas más benignas.

No, el futuro del PSC como partido nacional no puede supeditarse a las ambiciones de nadie, por legítimas que sean.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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