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Columna
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Política desestructurada

La crisis económica está obligando a los políticos profesionales (aquellos que no han gestionado nada, fuera del mando político) a desestructurar sus formas, modos y conductas hasta recuperar las esencias y sabores individuales de la democracia, a saber, facilitar el desarrollo y bienestar de los ciudadanos de manera responsable, en un régimen de libertades. El clásico dilema de "yo político, tú técnico", vive sus horas más bajas. De manera progresiva las responsabilidades críticas se confían a expertos en las materias de gobierno (Economía, Hacienda, Sanidad, Justicia), mientras que los responsables del resto de departamentos, de no evolucionar, corren el riesgo de ser relevados más pronto que tarde. El talento y el conocimiento de las materias de gobierno adquieren valor, mientras que la argucia y el tactismo se relegan a las sedes de los partidos. Esta evolución debe permitir que también se desestructuren los procesos electorales, posibilitando las listas abiertas y, aun, a la elección del poder judicial, desterrando las tentaciones de los osados de condicionar ciertas resoluciones. En estos entornos de absoluto hermetismo, hablar de Gobiernos abiertos, por el simple hecho de disponer de portales gubernamentales, con más o menos capacidad interactiva, resulta un sarcasmo social.

Una estructura rígida es seguida por una gestión ineficaz que despilfarra recursos

Dos atributos determinan el nuevo normal de la gestión política, uno es value for money y el otro, accountability. El dinero del contribuyente debe ser utilizado optimizando cada euro gastado o invertido y, además, las decisiones políticas son generadoras de responsabilidades en función de su tipología. Los presidentes de los Gobiernos deberían recordar la colegialidad de las decisiones de los Consejos y, por ende, la naturaleza de lo que se aprueba en cada sesión. Necesariamente el próximo Mesías político tendrá que ser un buen gestor y, por ello, antes de intentar la reforma de la Administración, será preciso elegir con criterios de mérito y capacidad a los políticos que la dirigen, ya que sin líderes, ni mentores, los funcionarios no podrán hacer bailar al elefante.

Desde la óptica empresarial y sindical, sus políticas deberían evitar un recalcitrante mimetismo con los Gobiernos que financian gran parte de sus actividades. Existen organizaciones empresariales que replican la estructura rígida de cada ministerio, y sindicatos que mantienen las secciones creadas por sus padres fundadores hace décadas. Una estructura rígida es, necesariamente, seguida por una gestión ineficaz, que despilfarra recursos e impide la identificación de responsabilidades. Unos deben abandonar un cierto rictus osco y rígido en sus deliberaciones y conclusiones (permanente recurso a la flexibilidad en la contratación y a la menor presión fiscal) complementando sus reivindicaciones clásicas con argumentos sólidos en aspectos como el fracaso escolar, el estado de la ciencia, las relaciones exteriores, etc. Otros deberían trabajar, sobre todo, a favor de los que no tienen empleo, denunciando la ineficacia de todos los Inem que se reparten a lo largo de nuestra geografía, ejerciendo el derecho de huelga sin amargar la vida de cientos de miles de trabajadores, integrando siglas cuando no existan diferencias en el ejercicio de la acción sindical, etc.

También algunas universidades deberían embridar sus insaciables ansias de expansión, alejándose de comportamientos que recuerdan la permanente insatisfacción de los partidos nacionalistas. En ocasiones, la ciudadanía queda estupefacta al comprobar que una mera afición se convierte en grado universitario y que hay facultades que se crean para atender una demanda insuficiente, desde cualquier planteamiento racional. Como ocurre con los aeropuertos, mejor los necesarios y excelentes, que muchos y sin tráfico. Sé que una facultad no es una ruta aérea, pero la universidad tampoco debe adquirir la categoría de religión adornada por su Vaticano académico. Mientras tanto, los universitarios se gradúan sin disponer de pensamiento crítico orientado a la solución de problemas y sin habilidades de comunicación y colaboración. Ni existe una clara correspondencia entre una oferta cualitativamente pertrechada y la demanda empresarial en los campos de las ciencias, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Recibir galardones de colegas de profesión no puede dar paso a una financiación pública ilimitada e incontrolada.

Cuando los españoles consideran la política como uno de sus mayores problemas, creo que están integrando bajo un único epígrafe a todas las instituciones anteriores y, probablemente, a algunas más. Creo que implícitamente están ocultando un sentimiento de resignación respecto a las probabilidades de cambio. Parece como si todo estuviese petrificado alrededor del statu quo y que cuando aparecen innovadores, son esterilizados por los respectivos aparatos de poder. En los aledaños de algunos poderes, la innovación, en un sentido amplio, es sinónimo de herejía, para deleite de los nuevos inquisidores.

Los llamados indignados en el fondo están reclamando una radical desestructuración de las formas en las que se ejerce la política. Han creado un clima que no obedece a las estaciones, sino a un sentimiento crítico respecto a cómo las instituciones confrontan los problemas globales. La falta de liderazgo en Europa, y la ausencia de una gobernanza apropiada durante tantos años, son ejemplos de cómo los problemas se eternizan por el mero egoísmo de los Gobiernos, adornado, en esta ocasión, por la defensa de los intereses nacionales.

En suma, el centro de cualquier sistema basado en valores y principios debería ser la conexión entre una acción y sus consecuencias, por lo que es preciso restaurar la responsabilidad de muchos de los que dictan y gestionan las políticas. Parece mentira, pero elegimos, muchas veces, a semejantes escasamente responsables.

José Emilio Cervera es economista. (jecervera@jecervera.com)

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