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Cuento de Navidad

En la cumbre recientemente celebrada, la Unión Europea decidió aferrarse a la sacrosanta ortodoxia de la consolidación fiscal, la limitación drástica de los déficits públicos y los límites de la deuda siguiendo los designios de la luterana Merkel. Sólo la pérfida Albión (Franco dixit) se desmarcó del acuerdo sin suponer sorpresa alguna, vista la trayectoria europea de Inglaterra. "Europa está aislada", argumentan cuando van por libre. Todavía tienen incrustado el recuerdo de su imperio (cuando el de los USA ya periclita) y nadie les va a decir cómo controlar los desmanes de la City ni va a examinar sus decisiones presupuestarias.

Unidos y ungidos por la santa austeridad desoyen las voces discrepantes (Krugman & Cía) que preconizan la depresión como efecto de los "ajustes". Los díscolos serán castigados (todo muy bíblico) y los países que quieran estar en el paraíso del euro deberán hacer los deberes, porque los mercados nos salvarán si nos mostramos dignos de su confianza.

Reducir déficit y deuda no va a ser fácil, porque ya queda poco que privatizar

El cómo resolver la cuadratura del círculo (equilibrio fiscal, reducción del gasto público y disminución del paro) es cosa de cada cual y de las benditas reformas estructurales que acometa para ser de mayor más alto, más guapo y más rico. De momento los cobradores del frac no parecen proclives al armisticio y el anuncio de Merkel de que no se ampliará más el fondo de rescate ha hundido al euro a su mínimo anual. Si el órdago de los mercados gana la partida de mus, bye bye euro. Si no lo consigue se prefigura una Europa con las economías periféricas sumidas en la depresión, lo cual no ayudará precisamente a la cabeza del pelotón. Bonito panorama.

En este estimulante contexto, Rajoy ha pasado de la tumbona a sudar la gota gorda al subirse a la columna de Peridis y demostrar que todo era un problema de confianza. De momento, en Marsella, delante de sus homónimos del Partido Popular Europeo, ha desvelado la trilogía mágica que nos llevará al Edén: cumplimiento estricto de lo aprobado por la UE (somos de fiar), reforma profunda del mercado laboral y saneamiento del sistema financiero. Pero ¿cómo?

El pequeño problema es que tenemos más de un 20% de paro (y un suicida 40% de desocupación juvenil) y que nadie dice (ni sabe) cuándo ni cuánto va a crecer la economía para resolver semejante injusticia y evitar el intolerable despilfarro de recursos que supone no aprovechar nuestro talento joven. ¿Reformas estructurales? Las reformas estructurales además de encontrar fuertes resistencias sociales suelen tener efecto en el mejor de los casos a medio plazo. Irónicamente son tiempos en que adoptar medidas impopulares se interpreta como fruto del coraje de los gobernantes y la fortaleza de la democracia, aunque, que sepamos, no existe manual alguno que equipare la impopularidad de las medidas con su pertinencia.

Y no hablamos sólo de la necesaria reforma laboral cuyos efectos tampoco serán inmediatos. Nos referimos también a la reforma educativa con especial atención a la formación profesional, a eliminar trabas a la competencia (colegios profesionales, notarios, farmacias, sociedad de autores, etc.) y a la creación de valor, a incentivar en serio la I+D+i, a hacer eficiente nuestra maltrecha Administración estatal, autonómica y local (y ello exige pisar muchos callos), a la revisión de la imposición indirecta para internalizar efectos externos ligados a la contaminación, etc. Total, minucias -imprescindibles por otra parte- que un partido conservador está genéticamente incapacitado para abordar (los amigos de mis amigos son mis amigos). No es de extrañar que nuestro inminente jefe de Gobierno ya vaya diciendo que esto es cosa de "todos" y que hay que prepararse para una difícil travesía en el desierto.

A corto plazo (y ojalá no se alargue demasiado) parece imposible evitar un incremento del paro vinculado a la restricción del gasto público y una mayor atonía en el consumo. De hecho, el Banco el España ya nos ha comunicado solemnemente que hemos entrado, de nuevo, en recesión. Y claro, nada de subir impuestos ni de tocar las rentas más altas (aunque seamos el país más desigual de Europa) porque no hay que desincentivar a unos emprendedores no identificados. Seguimos confiando en el falso círculo virtuoso neocon: si bajamos (o no subimos) impuestos aumentará la inversión, se reanimará la economía y recaudaremos más al ampliarse la base de la economía. ¡Y un jamón!, como han demostrado los hechos hasta la saciedad.

Por tanto, más paro y más conflictos sociales por los recortes en servicios públicos es el escenario más verosímil que nos espera. Además, reducir déficit y deuda no va a ser fácil porque ya queda poco que privatizar (Paradores, Renfe, Adif, Loterías) después de la etapa del dúo Aznar / Rato.

Con los vigilantes del déficit acechando y con este panorama digno del mejor musical hollywoodense ("bailando con la tormenta perfecta") las salidas son tan escasas como próximas a la utopía. ¿Cómo movilizar recursos endógenos y potencialidades en un marco de amenazas, adelgazamiento del sector público y distribución sesgada de los costes de la crisis? ¿Cómo identificar las oportunidades de crecimiento y los yacimientos de competitividad? ¿Cómo absorber el exceso de oferta inmobiliaria y reconvertir el sector? Y todo eso sin entrar en el tema de las responsabilidades (las propias claro está) que se derivan de la crisis. Sería socialmente saludable que fueran esclarecidas y compensadas siguiendo el ejemplo islandés. Oiga, pero ¿no saben Vds. que el PP ha ganado por goleada y que la socialdemocracia no está ni se la espera?. ¡Cielos, es cierto! ¿En qué estaríamos pensando?

También nos queda, como siempre, recurrir al esperpento, las grandes frases, la política virtual, y la grande bouffe. En esto dirigentes de uno y otro color tienen un doctorado. De momento, proponemos el cumplimiento estricto del programa: sabemos qué es lo que hay que hacer y lo vamos a hacer. Y por eso hacemos lo que hemos dicho que íbamos a hacer. Y por eso seguiremos haciendo aquello que nos toca hacer, a pesar de que algunos no se crean que vamos a hacer los que hemos dicho que íbamos a hacer. O podemos acogernos al magnífico eslogan de una entrañable película de Frank Capra. "Soy el Jefe, esto es champagne, feliz Navidad". Como mensaje navideño no quedaría mal.

Josep Sorribes y Ramón Marrades son profesores de la Universitat de València.

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