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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Joaquín Merino, príncipe de la crónica gastronómica

Con el fallecimiento de Joaquín Merino el pasado día 15, la crónica se ha quedado huérfana del decano del periodismo gastronómico español, del sabor de la palabra bien sazonada, del gozo de viajar contándolo todo. Imitando a Curnonski, el mítico escritor culinario de Francia, adoptó el título de príncipe de los gastrónomos, epíteto que a su vez él aplicaba a todo ser involucrado en el gusto por la vida y sus manjares. En los años setenta activó en la radio su afán informativo inmediato, la versión de sus experiencias concretas ante la mesa y el cariño a sus artífices, proporcionando referencias de lugares donde convenía acudir y a los que te llevaba estimulando ganas de participar en su festín.

Se diría que fue el primero en generar la popularidad de personajes sustantivos del primer desembarco gastronómico competente de la cocina española contemporánea: Cándido, Santiago de Marbella, Currito, Manolo Míguez, Seri de Aranda o Manolo Combarro, fueron protagonistas recurrentes de sus crónicas viajeras y deben buena parte de su celebridad al Príncipe, al igual que innumerables hosteleros de la España más amplia porque, seguramente, fue el primero de los escritores gastronómicos en nombrar expresamente a los cocineros o promotores de la actividad culinaria española y su auge inicial. La jovialidad de su voz, un timbre característico que no varió en su dilatada existencia, porque la voz no cambia cuando hablas bien de la vida, estuvo presente desde el primer Protagonistas, nosotros de Luis del Olmo, en Radio Peninsular, con su sección 'Las cosas de la vida' y transcurrió por secciones como 'Vivir es formidable' o 'El rincón de Joaquín' en prácticamente todas las cadenas radiofónicas del país, desembocando en la crónica urbana madrileña en la SER, en el Hoy por hoy Madrid de Goyo González, su postrera contribución a las ondas.

Debido a su particular querencia por las geografías célticas que, por cierto, parecía asumir desde su semblante rubicundo, barbado y vividor -casi un irlandés, a primera vista-, muchos le suponían de origen gallego, aunque había nacido en Madrid en 1927. Licenciado en Derecho por Deusto, abordó la actividad de escritor tardíamente, a partir de 1964, cuando ganó el premio Café Gijón por su novela La isla. Antes había vivido en Londres donde obtuvo el Cambridge Proficiency Certificate in English, convirtiéndose aquí en director de Relaciones Públicas de British Airways y del Turismo británico. De su permanencia en Inglaterra dimanan dos de sus libros más difundidos y celebrados, auténticas guías del incipiente cosmopolitismo español de los años setenta del pasado siglo: Londres para turistas pobres y Londres para turistas ricos, a los que cabe añadir otras dos obras especialmente interesantes y bastante descriptivas de su propio talante, pues fue deliberadamente subjetivo siempre: Yo, Londres y Londres, ciudad centrífuga.

Entusiasta de la amistad y sus francachelas, aderezadas por el cancionero amateur que comienza con boleros a media voz y acaba en sonoros himnos y miudiños, la vida de Joaquín Merino acaso no fuera precisamente ejemplar entre gentes-bien, pero seguro que fue bien vivida y bien humana. Vinos de la cristiandad, ríos de escocés y manjares universales, participaron en la tersura y naturalidad de su prosa, servida a través de casi todas las publicaciones importantes de España.

También el espíritu deportivo dimanado de sus proezas, como la de nadar a diario más de una milla hasta hace poco, en piscina o mar abierto, un atributo que muchos desconocen. Y su cultura de fondo y forma. La Voz de Galicia y Sobremesa fueron las cabeceras donde vertió sus vivencias durante su última etapa, limitada por dolencias a las que no quiso resistirse en cuanto presagió una prórroga degradada del vivir acostumbrado. A Mercedes, que le acompañó desde joven, le será más difícil que a nadie prescindir de personaje tan intenso. También atesora su recuerdo más amplio y vivificante, al que unimos el nuestro quienes le disfrutamos tanto.

Joaquín Merino.
Joaquín Merino.

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