Zancadillas de abogados
Las defensas y acusaciones del juicio en Valencia contra el expresidente Camps llevan días poniéndose zancadillas. Lo ideal es ponérsela al contrario una vez agotada su intervención, sin opción a réplica. El juez Climent hace lo que puede para frenarlas, pero todos son brillantes en los suyo y siempre tienen a mano algún precepto que avale la estrategia.
Se juegan mucho todos. Unos, como Javier Boix, el afamado catedrático de Derecho que asiste a Camps, mantener su prestigio sin tener que recordar que fue el abogado que logró cambiar la jurisprudencia y tumbar las escuchas del caso Naseiro; el letrado que representa al PSOE, justificar que no han sido estériles ni arbitrarias las refriegas de los últimos años entre el portavoz socialista Ángel Luna y Camps a cuenta del caso Gürtel; y las fiscales Anticorrupción, acreditar que en su actuación no hubo ligereza al incluir el nombre del expresidente en la mayor trama de corrupción política descubierta en España en los últimos años. Los letrados saben que ahora lo fundamental, lleven o no razón, pagase o no Camps los trajes, es disuadir y guiar al jurado hacia sus intereses. El cómo casi no importa.
Los letrados saben que lo fundamental es ganarse al jurado. El cómo no importa
Menos mal que hay decenas de horas de grabaciones telefónicas de perfecta audición en las que El Bigotes y compinches ponen negro sobre blanco y desnudan cualquier duda. Pero se están desarrollando escenas en el juicio de Camps que desnortan a cualquiera. Pasajes que deben sonar a chino al jurado. Y no por falta de interés, pues muchos de sus miembros (seis hombres y tres mujeres, casi todos de entre 20 y 25 años) toman notas e incluso formulan oportunísimas preguntas a través del juez Climent.
Pero en un juicio tan mediático y con las connotaciones que subyacen en este, es fundamental explicar y traducir a un lenguaje comprensible lo que allí se dice y ventila. Evitando dialécticas jurídicas que difícilmente puede entender un jurado que, por imperativo legal, es lego en Derecho, el llamado sistema puro.
Quien suscribe este análisis, que es licenciado en Derecho y con más de 20 años cubriendo informaciones de tribunales, les confiesa que no siempre entiende la batalla que se traen las partes entre manos cuando empiezan a lanzarse leyes, cuentas, balances, saldos y todo tipo de papeles sumariales que según qué parte los exhiba cambian de color.
Porque un jurado al que se abruma con tecnicismos jurídicos, facturas anómalas y demás artificios financieros descontextualizados es más susceptible de manipulación.
Pero las partes tienen un objetivo claro: ganar como sea. Se les ve ansiosos por pescar y retorcer comentarios de testigos que induzcan o embauquen la opinión del jurado. Da igual lo que se diga en la diligencia sumarial. Si el testigo lo confunde con una factura falsa, mejor que mejor. Suena bien y a lo mejor hasta se lleva un titular en los periódicos. El jurado se va a casa por la noche y hasta puede leerlo al pasar por un quiosco.
En el juicio contra Camps, las partes no desdeñan declaraciones efectistas (la sala de vistas está repleta de medios de comunicación).
Y si brota cuando el contrario no puede replicar, mucho mejor.
Ocurrió, y solo es un ejemplo, con la declaración de Felisa Jordán, exdirectiva de una de las empresas de la red Gürtel. Comentó la testigo/imputada (¿y eso qué es?) que antes de abandonar la empresa, el contable le facilitó el contenido de una caja fuerte con facturas falsas y un desglose de apuntes contables (nada que ver con facturas).
Entre ellos, el apunte de los "30.000 euros / Forever Young" que las fiscales vinculan con pagos de trajes de Camps y de otros políticos valencianos. Al abogado de Camps, que no se cansa de repetir que las pruebas contra su cliente son "todas falsas", debió sonarle aquello a gloria. Fue oír eso y su vocabulario pareció reducirse a esas mágicas palabras.
Sus oponentes, en cuanto pueden, eso sí, la devuelven con creces, y con grabaciones de relatos entre los miembros de la trama de una nitidez encomiable. Algunas no tienen desperdicio y hasta hacen reír, como le ocurrió ayer, pero de sí mismo, a El Bigotes. Por eso, en el juicio de Camps, el que pone la zancadilla el último ríe mejor.
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