EE UU se va de Irak sin dejar un legado
Tras casi nueve años, las fuerzas ocupantes dejan una huella escasa - Los iraquíes no olvidan la inseguridad y la destrucción del paisaje urbano
Las gafas de espejo, el pañuelo al cuello y el chicle en la boca, la pose de los soldados iraquíes, recuerda a los instructores estadounidenses que les han entrenado. Pero en los ubicuos controles que salpican Bagdad ya casi nadie habla inglés. Sus uniformes y sus rutinas de seguridad son la influencia más visible tras casi nueve años de ocupación. No hay McDonald's, ni Starbucks, ni los centros comerciales que desde hace tiempo cuentan con franquicias en la mayoría de los países vecinos.
A la pregunta de qué huella han dejado los estadounidenses en el país, la mayoría de los iraquíes responden con una mirada de perplejidad. La inseguridad y la destrucción del paisaje urbano son lo primero que les viene a la mente. Ninguno de los entrevistados menciona de entrada la democracia, la libertad o el consumismo que se desató con la apertura de las fronteras. Hay que insistir un poco para que reconozcan algunos cambios que llegaron de la mano de la invasión, pero no parece que la cultura americana haya calado muy hondo.
La marca más visible sobre el terreno son los uniformes y las rutinas de seguridad
El consumismo y el acceso a Internet son los cambios más evidentes
"Ya estudiábamos inglés y veíamos películas de Hollywood antes de la invasión", asegura Haider, ingeniero informático. "Que yo sepa solo hay una universidad americana en Suleimaniya, no aquí en Bagdad", señala por su parte Suha, convencida de que la libertad que trajeron los ocupantes resulta irrelevante sin seguridad. Sin embargo, la sociedad se ha transformado en muchos aspectos.
Husam tenía 20 años cuando llegaron los americanos en 2003. Había crecido durante los años de la guerra contra Irán primero y las sanciones económicas después. "No puedo decir que me faltara nada básico, pero tampoco teníamos ningún aliciente", admite.
El relato de los viajes que sus padres habían realizado al extranjero antes de que él naciera, le parecía una entelequia. Irak estaba cerrado con dos candados, el de la dictadura que dificultaba salir del país y el de un mundo exterior que tampoco facilitaba visados. La televisión nacional, tres cadenas que competían en aburrimiento con sus reiteradas imágenes de Sadam Husein, tampoco aportaban mucha distracción. El acceso a Internet, que se había autorizado apenas dos años antes, estaba absolutamente controlado y solo era posible con unas tarjetas de prepago que resultaban muy caras.
"Ese fue el mayor cambio", admite Husam. Él y sus amigos abrazaron las nuevas tecnologías con el fervor del converso. Se pasaban las noches zapeando los cientos de canales que como por arte de magia trajeron las parabólicas, o conectados a la web en los primeros garitos que ofrecieron conexiones baratas. También descubrieron con fascinación los teléfonos móviles, hasta entonces prohibidos. Y perdieron el curso académico.
Las tentaciones fueron demasiadas. Husam tardó varios años en encontrar el norte y, con la ayuda de su padre, colocarse en una empresa de servicios en el aeropuerto. Allí, ejerció codo con codo con los americanos y descubrió una ética del trabajo diferente, pero también unas relaciones personales más frías y reguladas. ¿Lo peor? "La comida", responde sin dudarlo, convencido de que "donde esté una chawerma [cordero o pollo asado a fuego lento], que se quiten las hamburguesas". Tal vez esa sea la razón por la que no han proliferado los restaurantes de comida rápida tan populares en EE UU.
Pero no solo los jóvenes fueron tentados por el mercado de consumo que se abrió a la vez que las fronteras. El padre de Husam cambió rápidamente su viejo Brasili, como aquí se conocía a los Volkswagen Passat fabricados en Brasil, por un BMW de segunda mano. Todo el mundo se compró un coche nuevo. Y televisiones, aparatos de aire acondicionado, electrodomésticos...
Ni siquiera en la ropa se percibe la influencia. Mientras en otros países de la zona se ve a jóvenes que incluso vestidos con las túnicas tradicionales adoptan la gorra de béisbol como complemento, en las calles de Bagdad impera la voluntad de pasar desapercibido. El objetivo es no llamar la atención, para evitar secuestros y extorsiones. De ahí que los colores preferidos sean distintos tonos de gris y marrón, y el look popular sea más Teherán que Nueva York.
Da la impresión de que los iraquíes quisieran distanciarse de un huésped que llegó sin invitación y se quedó más de lo tolerable. Incluso el antiguo hotel Sheraton ha quitado de su fachada el símbolo de la cadena, que había mantenido durante dos décadas después de que dejara la gestión.
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