Gran tradición y un Romeo de altura
Valencia
A estas alturas de diciembre se está en condiciones de asegurar que la función de Romeo y Julieta del Palau de Les Arts está a la cabeza de las mejores (aunque tristemente escasas) funciones de ballet del año que termina en España. Lo que para el Ballet Mariinski probablemente es una réplica estacional más para nosotros tiene connotaciones excepcionales; lo que para unos puede ser "un bolo más de lujo" para el público local es un hecho señero. Y la verdad es que toda la plantilla, en foso y escenario, se entregó a dar algo más que la depurada rutina marcada por ese incesante flujo laboral de la gran compañía rusa.
La gran tradición salta a la vista y brilla por todas partes. Ver en escena todavía a Vladimir Ponomarov en el papel cabecero del clan Capuleto es, además de un privilegio, la posibilidad filológica de degustar ese acento vernáculo en la pantomima descriptiva, tan cara al ballet teatral de los tiempos de Lavrovski y que aún se enseña allí según una escolástica a todas luces acertada en la formación integral y evolucionada del artista de ballet.
ROMEO Y JULIETA
Ballet y Orquesta del Teatro Mariinski de San Petersburgo. Coreografía: Leonid Lavrovski; diseños: Piotr Williams. Director musical: Valeri Guerguiev. Palau de les Arts, Valencia. 10 de diciembre.
Valeri Guerguiev transporta esa pintura musical a un estadio mayor
Vladimir Shliarov está en el punto justo de deleite y disfrute del rol
¿Dónde reside la importancia de que en ese Vaticano del ballet que es el Kirov-Mariinski (cual noble empecinado) se sostenga la versión canónica original de Lavrovski estrenada en Leningrado en 1940? Entre otras cosas porque es la matriz formal y estructural de la que parten todas las otras versiones posteriores de este título, que le deben muchísimo; algunas más fieles que otras en el movimiento lo mismo que los escenógrafos que han reubicado a placer el poderoso y culto dibujo de Piotr Vladimirovich Williams (1902-1947). Citemos las versiones de Frederic Ashton (Copenhague, 1955); John Cranko (Milan-Venecia-Stuttgart, 1958-1962); Kennett MacMillan (Londres, 1965); Rudolf Nureyev, Londres, 1977) y Yuri Grigorovich, Moscú, 1979). No solo todos han seguido el guión de Radlov y Piotrovski (con trufados del propio compositor y del coreógrafo), sino que han mantenido el mismo acento de elevado lirismo ascendente que creó Lavrivski en agudo contraste con las danzas de carácter del pueblo y los recitativos de acción pantomímica. Entre los diseñadores que han pisado sobre la huella de Williams (y su estudiado plan sobre Giotto, Piero della Freancesca o Filippino Lippi, que no descuida un perfume del teatro isabelino) están Georgiadis, Frigerio, Virtzalatze y Jünger Ross. Nótese la fluidez plástica entre interiores y exteriores, el uso de una cierta perspectiva forzada en el fondale y en esos intermedios-bisagra que enlazan toda la trama en el frontis del escenario.
Valeri Guerguiev al frente de su orquesta transporta esa pintura musical a un estadio mayor, profundiza desde lo temático (y detallista) al corpus sinfónico, muy presente; también demuestra su grandeza moral y artística en el respeto por el ballet: no se le caen los anillos por bajar al foso y seguir (casi siempre) a los bailarines. En esto también es uno de los grandes de la batuta a la altura de Rozhdestvenski o Ziüraitis. Presentar el ballet a esta su justa escala es un lujo, sí, pero necesario; diría más: un deber de la mejor cultura escénica que desafía el tiempo y las modas pasajeras.
Llegando a los protagonistas, la Julieta de Maria Shirinkina está en ese costoso proceso de maduración, teniendo ya todos los mimbres dispuestos para conformar el perfil ideal del personaje neorromántico por excelencia del ballet del siglo XX. El Romeo de Vladimir Shliarov, en cambio, lo tiene todo ya, está en el punto justo de deleite y disfrute del rol, hasta su salto olímpico se vuelve un expresivo grito de amor desesperado; él es musical, vivaz y atento partenaire, pero además, su físico se adapta como un guante al imaginario del fatalista enamorado, nos transmite un esencial trágico a través de los pasos virtuosos armonizados desde la sonoridad siempre contundente de Prokofiev, aligera la pantomima, la regula hasta hacer que no nos parezca añeja o anticuada. Técnicamente Shliarov es limpio y da una sensación de liquidez interpretativa que le convierte en un justificado héroe de la función.
Pero si lo que se ve sobre la escena es bueno, paradigma de armonía, la música se eleva también con su poder universal y redentor, repleta de calidades a través de temas no por conocidos, menos vibrantes: la entrada y despertar de Julieta, el lamento de Romeo en la cripta. Para los amantes de ambas artes, puede calificarse de velada inolvidable pues esta producción histórica solo ha salido tres veces antes de Rusia.
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