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Crítica:danza
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Trazos físicos en el tenebrismo

El bailarín y coreógrafo tinerfeño Daniel Abreu va imparable, pero sin prisa. Estrenó en Madrid en Danza otra obra de impacto y ahora vuelve con Otros rostros, otros rastros, un detallado fresco repleto de acción bailada, de dureza expositiva y de intenciones muy medidas en cuanto programa coréutico. De los artistas de su generación en la danza contemporánea española, va demostrando tener cosas que decir y, sobre todo, de ir encontrando las formas adecuadas.

El movimiento esta vez es de trazo escultórico, envolvente y continuado, trabajado sobre una estética del control corporal estricto y arropado por una luz especialmente pictórica de corte tenebrista, rasante, episódica hasta inquietar; sin mucho esfuerzo

OTROS ROSTROS, OTROS RASTROS

Dirección, baile, luces y coreografía: Daniel Abreu; asistente: Janet Novas; sonido: Sergio García. Con Anuska Alonso y Álvaro Esteban. Teatro Pradillo. Hasta el 11 de diciembre.

se piensa en el más profundo

barroco conceptual.

El material se estructura en solos,

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dúos y tríos alternados y se compone básicamente de figuras cada vez más complejas y cerradas sobre un imán convexo, buscando una dinámica de enlaces de gran soporte muscular como motivaciones argumentales. Abreu habla de un tránsito repleto de escollos, físicos algunos y figurados otros, lo que lleva

a unas secuencias obsesivamente repetitivas, casi hasta rebasar su propia coherencia. Fugazmente, los dúos se coordinan en una búsqueda de diálogo en espejo o conjunción, pero rápidamente esa ilusión de ensemble se rompe, se astilla contra una sensualidad siempre presente pero explícita.

La tensión espacial es dominada

por una figura tangencial y lejana

(dada indistintamente por alguno de los bailarines), bañada por una luz tenue e indicadora de una cierta irrealidad; unos ventiladores ocultos pero presentes en su ulular contribuyen a esa inestabilidad ambiental. Casi al final, un dúo de Anuska Alonso y Álvaro Esteban quiere servir de refresco, de abordar una línea clara (van por única vez vestidos de blanco) y acaso servir esa metáfora de camino vital y sus maneras de afrontarlo que está en el ideario de la obra, muy bailada de principio a fin sin concesiones teatrales, siendo como es un producto difícil

y denso, pero de demostrado

peso específico.

Uno de los aspectos más interesantes y prometedores de esta pieza es su banda sonora, manejada con eficacia desde la cabina por Sergio García, pero se nos oculta a los espectadores interesados los autores de los fragmentos musicales utilizados: una parte de voz y piano, otra de guitarra sola, un solo de piano otra vez, un largo final electroacústico. Tanto los teatros (como organizador) y los artistas que comparten el escenario tienen el deber de no camuflar estos datos, de no ocultarlos. Esa manera de presentar un trabajo le resta credibilidad y seriedad. Aquí también es necesaria

la transparencia.

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