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¿Combatir a los nacionalismos?

Albert Branchadell

El pasado 6 de noviembre Mario Vargas Llosa publicó un artículo en estas páginas para anunciar su voto a UPyD en las elecciones generales. El artículo suscitó un considerable revuelo, del que ya se ocupó muy atinadamente en su día la Defensora del Lector. Ahora mi intención no es reanudar una discusión ya cerrada sino analizar uno de los argumentos de Vargas Llosa a favor de UPyD, que los resultados del 20-N hacen especialmente relevante.

Según el insigne escritor, desde que nació como organización política, UPyD "ha combatido al nacionalismo -a los nacionalismos- con resolución y sin complejos". Sin duda, UPyD ha combatido a los nacionalismos vasco y catalán con resolución y sin complejos. Lo que sorprende es que un autor tan perspicaz como Vargas Llosa no sea capaz de ver que este combate se ha producido desde una posición que es, a su vez, netamente nacionalista.

PP y UPyD tienen algo en común: ambos adoptan el nacionalismo español contra el catalán
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En enero de 2008 Rosa Díez visitó Barcelona y participó en un coloquio-almuerzo organizado por el Círculo Ecuestre. Preguntada por el carácter nacional de Cataluña, la líder de UPyD se expresó con resolución y sin complejos: "Cataluña no es una nación, lo diga o no el Estatuto. En España solo hay una nación, que es la nación española. Hay cosas que existen y otras que uno se inventa". El problema es que cualquier analista con cuatro nociones claras de teoría del nacionalismo no dudaría en calificar de nacionalista (español) este postulado antinacionalista (catalán).

En este punto, la posición de UPyD no es distinta de la del Partido Popular. En el XVI congreso del partido, celebrado también en 2008, se aprobó una ponencia política con un apartado que podría haber redactado directamente Rosa Díez: "Creemos que España es la única realidad histórica y política de todos los españoles. Frente a lo que otros proponen, la España constitucional no es una confederación de naciones ni un Estado federal, sino una sola nación cuya soberanía corresponde única y exclusivamente al pueblo español". Para remachar su tesis, el Partido Popular no dudó en forzar las posibilidades de la historia en clara sintonía con la doctrina franquista: la nación española se basa ante todo "en la herencia de la Hispania romana y visigoda", y en cualquier caso la unidad española "quedó definitivamente consolidada a partir de 1516, con la llegada al trono de Carlos I", como si después de 1516 nadie hubiera tenido que bombardear nunca Barcelona.

El pasado 20 de noviembre Vargas Llosa y otros 1.140.241 españoles votaron al partido de Rosa Díez. El problema es que el mensaje de Rosa Díez no caló en Cataluña, donde obtuvo poco más del 1% de los votos. Naturalmente, siempre podremos creer que en Cataluña el mensaje de UPyD lo vehicula el Partido Popular, pero tampoco podemos decir que el PP arrasara en esa comunidad (quedó tercero, con el 20,7% de los votos). Antes al contrario, quienes arrasaron en Cataluña fueron los que creen que en España no hay una sola nación, diga lo que diga la Constitución española. Treinta y seis de los 47 diputados en juego, para ser más exactos.

Ante estos resultados, ¿cómo hay que proceder? Descartando de entrada nuevos bombardeos, la primera posibilidad es ir repitiendo la cantinela. Digan lo que digan los catalanes, Cataluña no es una nación, etcétera. Es la receta para acelerar el efecto contrario de lo que se persigue, es decir, esa "desintegración" de España que tanto teme Vargas Llosa. La otra posibilidad es negociar (sí, una vez más) para seguir acomodando en España a los catalanes que consideran que Cataluña es una nación. En el caso de Cataluña, la acomodación pasa por un artilugio llamado "pacto fiscal", que nadie sabe en qué consiste exactamente pero que recibe el apoyo mayoritario de los catalanes. Eso sí, el pacto fiscal no debe plantearse como una panacea. Cataluña sufre un déficit fiscal con España que resulta excesivo a todas luces (en Alemania estaría directamente prohibido), pero resolver el déficit fiscal no es lo mismo que resolver la crisis. El pasado 22 de noviembre, cuando Artur Mas anunció la segunda oleada de recortes en las cuentas catalanas, soltó aquello de que los sacrificios no serían necesarios si Cataluña recaudara, gestionara, liquidara e inspeccionara todos los impuestos generados en Cataluña. La verdad es que la política comparada no abona este postulado.

En España, las comunidades autónomas que gozan de concierto económico no han podido evitar los recortes. Y es evidente que en Europa ningún Estado soberano está a salvo de los mismos. Entre ciertos independentistas catalanes se popularizó un dicho: la autonomía que necesita Cataluña es la de Portugal. Pues bien, la "autonomía de Portugal" no ha permitido que Portugal sortee la crisis sin necesidad de severos ajustes presupuestarios.

En este sentido, los nacionalistas catalanes de CiU pecan de lo mismo que los nacionalistas españoles del PP. Atribuyendo la situación a la mala gestión de Zapatero (PP) o al déficit fiscal con España (CiU) ambos partidos están enfrascados en una suerte de mus local mientras la verdadera partida de póquer (¿o de ruleta rusa?) se está disputando en la calle Willy Brandt de Berlín.

Albert Branchadell es profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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