El PP ha llegado a la mayoría absoluta sin asumir el menor coste por sus excesos Hacérselo ver
La crisis y las políticas para hacerle frente han pasado factura solo a los socialistas. Todos los demás han salido bien o muy bien parados de ella. Los socialistas, en cambio, han pagado tres veces (en las catalanas, en las autonómicas-municipales y en las generales) y puede que aún deban hacerlo un par de veces más. Es un enorme castigo y tendrá consecuencias duraderas.
Ahora bien, que solo hayan pagado ellos no significa que sean los únicos que se lo tengan que mirar. Más de uno tendría que preguntarse qué pasa. El que menos inclinado se sentirá a hacerlo es el que se alzó con el santo y la limosna. El PP ha llegado a la mayoría absoluta cabalgando la crisis y sin asumir el menor coste por sus excesos. Ni por haber inaugurado la burbuja inmobiliaria, ni por su apoyo a las teorías conspirativas de la extrema derecha, ni por su implicación en las mayores redes de corrupción de este país, ni por acusar al Gobierno de doblegarse ante el terrorismo, ni por fomentar el descrédito exterior de nuestra economía, ni por negar los recortes con una mano y realizarlos con la otra, ni por las interesadas y costosas mentiras sobre el agua, el corredor mediterráneo o tantas otras cosas. Todo eso no le ha importado mucho al fiel electorado de la derecha, pero tal vez ha impedido que Rajoy, pese al desplome socialista, haya sumado más apoyos. Tiene la absoluta, pero con menos votos que Zapatero en 2008 -cosas de d'Hondt- y eso sí que tendrán que mirárselo alguna vez.
El PP ha llegado a la mayoría absoluta sin asumir el menor coste por sus excesos
El PSOE, por supuesto, es el que más tiene que revisar. Empezando por el ombligo ideológico, que ha debido quedar maltrecho. Tendrá que evitar en el futuro algunas inconsistencias que ahora duelen (frivolidades impositivas, moderación de la agenda cívica justo cuando la victoria de 2008 sobre un PP encrespado llamaba a continuarla, titubeos ante la crisis y falta de señales de ataque a los intereses especulativos y, sobre todo, ausencia de pedagogía en los recortes). Yo diría que ese examen ya empezó con la campaña de Rubalcaba, que supone una rectificación prudente de aquellos errores. Ahora, aparte de promover la más amplia y visible participación en la determinación del liderazgo y el rumbo político, tendría que haber gestos en las federaciones más fracasadas. En lo que nos toca a los valencianos, la dimisión de Alarte, Broseta y el equipo que con su sectarismo miope ha desarbolado a la organización del PSPV, sería no ya pedagógica sino imprescindible.
Pero también la izquierda de la izquierda tiene que hacérselo ver. Porque veamos, un partido como IU, que se pasa la vida esperando el hundimiento del que tiene al lado para ver si recoge algo de lo que se le caiga, tiene poca gracia y ninguna identidad. Si es incapaz de conectar de modo estable con aquello que se ha llamado la izquierda volátil (que a veces vota PSOE y, más a menudo, se va a la playa), no es culpa de nadie sino de la propia IU. Se diría que el simplista "son lo mismo", heredero de "las dos orillas" de Anguita, y el no tener nunca culpa de nada, por no haber estado en ninguna parte, no es currículo para convertirse en una fuerza autónoma. Muchos no se acuerdan de que, recién elegido Cayo Lara en 2008, ya pedía con urgencia una huelga general para combatir la política anticrisis de Zapatero, que por entonces no era de recortes sino de expansión, como la que ahora reclama IU.
Y luego está el 15-M, la bocanada de aire fresco que veníamos necesitando. Pues también tendrá que mirárselo, porque tras poner sobre la mesa la dimensión social de la crisis y los déficits de nuestra democracia, se concentraron en la batalla contra el bipartidismo, cosa que sería muy conveniente para IU y Compromís, pero que, seamos claros, se saldó con un sonoro fracaso. ¿O acaso el monopartidismo resultante -apenas corregido por los recién llegados- es preferible al bipartidismo saliente? Alguna reflexión le tocará al movimiento más interesante de los últimos tiempos.
Otros actores también tienen que hacerse visitar. Los sindicatos han ido a remolque de la crisis, más aún que otros. Incapaces de obligar a la patronal a una verdadera negociación, que esta no deseaba porque prefería esperar a Rajoy, se volvieron contra el Gobierno, que era su último baluarte, y ayudaron no poco a que perdiera pie. Lo que ahora tendremos ya se conocía de antes, luego no hay excusa.
De manera que mucha gente tiene que hacérselo ver, pero algunos están tan contentos que no se acordarán. Pues sí, se verá.
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