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Reportaje:

Paisajes que Miguel Ángel desdeñó

Cuadros de pintores holandeses de la colección del Prado se exhiben en Santiago

Miguel Ángel "despreciaba muchísimo" a los pintores holandeses y flamencos porque pintaban paisajes. Sin embargo, fueron los que cruzaron los Alpes desde el Norte de Europa -por eso los italianos del siglo XVII les llamaban nórdicos- los que enseñaron a los famosísimos pintores italianos que el paisaje no era solo el telón de fondo de un cuadro, sino que podía ser un tema en sí mismo. Los holandeses y flamencos pintaron bosques, montañas, paisajes helados, escenas marítimas y lugares exóticos poniendo la naturaleza, los escenarios, como protagonistas pero sin resistirse a rellenarlo de figuras humanas o mitológicas. "Entonces era impensable pintar un paisaje sin figuras. Hasta el siglo XIX no se hace paisaje puro", explica Teresa Posada, comisaria de la exposición Rubens, Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado, que se inauguró ayer en Santiago.

Las escenas parecen ingenuas pero tienen mensajes políticos y moralizantes
El paisaje pasó de ser el telón de fondo de la obra al tema principal

La muestra, en la que colaboran el Consorcio de Santiago y la Fundación Novacaixagalicia, está formada por 52 pinturas de los fondos del Museo del Prado, que ha sacado fuera de sus instalaciones obras de, entre otros, Jan Brueghel el Viejo, Rubens, David Teniers, Peeter Snayers y Claudio de Lorena, algunas restauradas para la ocasión. El programa Prado itinerante se estrenó en Santiago con una selección de retratos del museo, continuó con una de bodegones y ahora se centra en el paisaje. "El público de Galicia ha podido encontrarse con lo más representativos de los tres géneros", indicó el director del Prado, Miguel Zugaza. La exposición se puede visitar en la Fundación Novacaixagalicia de la capital gallega hasta el 26 de febrero.

Los pintores holandeses solo salían al campo para tomar apuntes, pero en su estudio utilizaban luz natural, por eso, aunque muchos de los elementos eran inventados o idealizados, sus cuadros "parecen reales". Posada, conservadora de pintura flamenca y escuelas del Norte del Prado, explicó que los cuadros de flamencos y holandeses son verdaderos "documentos de la vida de la época" en los Países Bajos. Sus provincias mantuvieron una guerra de 80 años para lograr la independencia de la Corona de España y, durante la tregua de 12 años que firmaron, los cuadros se convirtieron en un arma de los archiduques para "restaurar el orden social y político" y los pintores colaboraron con "el sueño de crear unos Países Bajos independientes". "Hay toda una cultura de elementos [en los cuadros] con mensaje moralizante, religioso, advertencias contra la fragilidad de la vida y temas alegóricos", desgrana Posada, pero también con contenido político "muy elevado" sobre el renacer comercial y de la cultura para transmitir la idea de que un nuevo país independiente, con una potente armada y un comercio floreciente, estaba en el mapa. "Los cuadros pueden parecer naïf o ingenuos, pero están muy pensados y tienen una intención clara". Un tranquilo paisaje de puerto en primer plano, por ejemplo, se convierte también en el escaparate de una potente flota de barcos que queda relegada al fondo de la pintura. O un cuadro que se divide en una escena de comercio por un lado y en una de secado de ropa por otro, dos de los grandes motores de las provincias por entonces.

Rodolfo I de Habsburgo a pie guía las riendas de su propio caballo, sobre el que está aupado un sacerdote -en la fotografía- es la escena con la que Rubens y su colaborador Wildens reflejan la "sumisión de los Austrias a la Iglesia". El poder eclesiástico llegaba a los cuadros con un velado aire moralizante en el que, por ejemplo, se criminalizaba a los gitanos porque echaban la buenaventura. En la exposición se puede ver una impresionante escena de batalla, con la peculiaridad de que la cartografía militar que pinta Snayers se asienta sobre terreno nevado. En el día a día bajo las duras condiciones de invierno, los holandeses dibujaron patinadores, jugadores de kolf -el deporte precursor del moderno golf- o un juego similar al curling.

Solo tres pintores nórdicos viajaron fuera de Europa -a Brasil e India- y retrataron paisajes exóticos reales, mientras sus coetáneos optaron por seguir inventándose escenas en las que mezclaban palmeras y animales inexistentes. A pesar de tener el modelo real de sus colegas, pintaban animales americanos junto a pirámides egipcias que sacaban de los libros de viajes. Una serie fantástica sobre "las cuatro partes del mundo" salió de España en el equipaje de José Bonaparte y nunca más se pudo reunir completa. En los viajes, más habituales, a Italia, sí descubrieron un elemento exótico para ellos: las montañas, sobre las que Brueghel el Viejo sentó el canon de cómo pintarlas. En Roma, los nórdicos comienzan a pintar paisajes con contraluz, al estilo italianizante "que abre las puertas al desarrollo del género moderno".

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