Querejeta, ese hombre de cine, ese hombre
A ciertas horas pálidas de la noche (la palidez se la inventó Léo Ferré, que lo sabía todo de la noche y de la soledad, también aquella certidumbre de que "el silencio nunca telefonea") las únicas llamadas telefónicas que puede recibir un individuo de mi edad que vive solo y hace tiempo que se retiró de las diversas variantes del juego solo pueden obedecer a que se han equivocado, a un bicho que te amenaza desde el mezquino refugio del anonimato, a que te llame tu novia o a razones entre perturbadoras y trágicas, a accidentes o a la cercanía de esa eterna e indeseable dama llamada muerte rondando o llevándose a seres amados. Por tanto, me sobresalto al escuchar mi nombre al otro lado del móvil. Consecuentemente, lanzo rayos y centellas al contestar afirmativamente y descubrir la identidad del llamador. Es Elías Querejeta. Quiere saber después de anteriores y múltiples avisos si he visto ya el documental (perdón, Elías, ya sé que tu ancestral factoría solo hace películas) Al final del túnel y si no lo he hecho que vaya sin falta a un pase o al estreno al día siguiente. Cuelgo con gesto de renovado estupor o de fatiga e inmediatamente me conmuevo. El productor más importante del cine europeo en el siglo XX (el actual ya no es el suyo, Pat Garrett intentaba avisar del cambio o del desastre a Billy The Kid y justificar en nombre de la supervivencia su cambio de chaqueta con un desolador: "Los tiempos están cambiando, Billy", y el kamikaze le respondía: "Pero yo no") sigue actuando como siempre, luchando incansablemente por sus criaturas, logrando que veas esas películas cuya creación puede haber ocupado años en la vida de sus autores y que otro puede ventilar públicamente con un comentario no necesariamente amable, o bien dedicarles su entusiasmada atención, pero que fueron concebidas para que tuvieran público, incluidos los que se dedican a esa profesión tan rara de la crítica de cine. Y consciente de que lo único que importa es la película, Querejeta hará todo lo que no es correcto o académico para ayudarla. Será pesado, se presentará al final de la proyección, intentará controlar el material que va a publicarse sobre su persona y sobre lo que ha producido, manipulará hasta donde pueda y le dejen, jamás podrás ignorar lo que él ha ayudado a parir. Y es irritante, es profesional. También merece respeto. Y por mi parte, admiración.
Por razones semejantes, como exigir ser testigo antes de su publicación de una entrevista exhaustiva y regada con infinito whisky que le había hecho para el semanario El Independiente y habiendo ocurrido antes algo similar con otro largo y memorable encuentro para la revista Casablanca, no volvería a hablarme con él hasta varios años más tarde, en la boda de su hija Gracia. Y antes publiqué en Diario 16 un artículo titulado El hombre que quería todas las llaves (no guardo nada de lo que escribo y recuerdo poco, debía de estar demasiado encabronado para no olvidarlo), en el que lamentaba el reverso tenebroso de este hombre singular. Con el tiempo no volvió a interrumpirse esa extraña relación.
Cuentan los interesados que el oficio o el arte de producir cine exige sacrificios épicos, vocación, capacidad de riesgo, imaginación. Cada vez que disfruto de esa obra maestra titulada Cautivos del mal termino convencido de ello. Y quién soy yo para dudar de esos propósitos tan generosos y creativos en la vida real. Pero mi escaso conocimiento de la labor del productor en el cine español me asegura que solo he conocido uno que se arruinara haciendo películas, aunque debe de haber muchísimos que creyeron en algo, expusieron su dinero y el ingrato público no valoró su esfuerzo. Ese productor se llamaba Toni Oliver. Amaba el cine, era culto, gustaba a las mujeres, era un caballero. Lo perdió todo, jamás se quejó ni buscó culpables, escribió canciones memorables junto a Joaquín Sabina, sobrevivió como pudo en los excesos de la noche, se largó de Madrid, explotó. Sin embargo, conozco algunos productores que nunca han tenido un éxito, o ni siquiera han podido estrenar algunas de sus apasionantes películas, pero pueden presumir de una obra muy extensa y la lógica compensación económica a su heroica labor. Y eso que en la bárbara España, a diferencia de la modélica Francia, no funciona la inaplazable excepción cultural.
Elías Querejeta ha producido o coproducido 48 películas. Para bien y para mal todas llevan su sello, una personalidad, una inteligencia y una sensibilidad fuera de lo común. Descubrió a bastantes directores muy valiosos, financió historias y estilos con demanda problemática, arriesgó, se benefició del orgasmo que sienten los políticos de cualquier ideología (excepto Millán Astray) ante eso tan molón de la cultura y el arte, dejó libres a los creadores después de volverles locos antes del rodaje, supo vender su producto dentro y fuera, se garantizó el apoyo de la crítica y la simpatía de variados, progresistas e intelectuales jurados. Fue listo, profundo, jugador, pretencioso y arrogante con causa.
Hace tiempo que llegó el injusto y lacerante invierno para el hombre que reinó durante tanto tiempo. Es probable que no fuera un buen gestor de sus beneficios, que se equivocara, que solo pensara en el ocaso en términos literarios, pictóricos, cinematográficos y líricos. Pero nadie decente, perceptivo, racional, podrá negar la excepcional importancia de su figura, aunque él siga convencido de que lo más valioso de su obra es haberle marcado un gol al Real Madrid. En su caso, claro que entendería que el Estado ejerciera el mecenazgo artístico con los últimos proyectos de este verdadero hombre de cine, con un productor que siempre ha sido algo más que un productor.
He visto Al final del túnel, Elías. Sé que la idea es tuya y que has coescrito el argumento. Nada más. Me da mucho miedo ese etarra que sigue justificando la muerte ajena, aunque a él no le tocara derramar sangre. Y siento piedad por el killer que ahora reconoce el horror que causó. Pero la que más me inquieta es la reivindicativa hija del mártir, esa señora acompañada de un gintonic que parece sentir añoranza de aquellos reivindicativos años en los que se multiplicaban las ekintzas, o sea, los asesinatos. ¿Hace falta aclararte que te respeto, te estoy agradecido y que, a pesar de los pesares, siento cariño por ti, Elías? Ojalá que sigamos teniendo broncas. Pero, no me llames por temas profesionales pasadas las diez de la noche.
Al final del túnel-Bakerantza es una película documental de Eterio Ortega Santillana sobre una idea original de Elías Querejeta. http://alfinaldeltunel.com.
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