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MÁS TRISTES SON USTEDES

Nada por aquí

Don Salvador Dalí, el gran humorista catalán, declaró que no le gustaba la música e instó al periodista a preguntarle por qué. El cariacontecido entrevistador obedeció sin rechistar.

-¿Y eso por qué, maestro?

-Porque con la música no se puede pedir un vaso de agua y con las demás artes, sí.

Como boutade no estuvo mal. Sus razones tendría. Puede que el placer que nos proporciona la música tenga que ver con su aparente ausencia de objetivos. Sin embargo, no seré yo quien ensalce su supuesta inutilidad. Siendo estrictos, decir que la música no sirve para nada en concreto es lo mismo que decir que sirve para todo en general.

Naturalmente, y sobre todo, la música popular. Una buena canción te sacude los pies y el corazón, pero también puede hacer que se estremezcan unas entendederas lo suficientemente inquietas. Mientras quede alguien ahí fuera, siempre habrá una historia por contar, un estado de ánimo que matizar o un nuevo punto de vista desde el cual partir. Siempre tendremos, como solía decir el maestro Enrique Morente, un clavo donde colgar el abrigo. Bendito sea.

Pero una canción no es susceptible de ser justificada o argumentada. No pretenda que se la expliquen. No es que no quiera decir nada; es que no quiere ser dicha. Sólo quiere ser cantada. Tampoco se trata de que se vaya a echar a perder o a quedarse sin gracia. No es un maldito chiste.

Simplemente, no es posible. Está hecha de emociones y sólo a través de ellas puede aprehenderse. Si quiere entrar, hágalo. Está siempre abierto.

Un adulto haría bien en dosificar sus porqués. El objetivo de un prestidigitador es que el espectador salga fascinado. Sin embargo, parte del público desperdiciará su entrada intentando cogerle el truco, en lugar de relajarse y disfrutar.

A menudo he podido observar este mismo comportamiento durante el transcurso de una entrevista. De entre la bruma y envuelto en truenos, el periodista cuyo honor mancilló Dalí vuelve para descubrir ante el mundo la farsa: has dejado un verso más en la estrofa sólo para que rime. O la secuencia de acordes del estribillo es un canon que se estudia en segundo de armonía. Agarra la grabadora y sale disparado. Te ha pillado.

Pues enhorabuena, solo que aquí no hay truco. Uno se sienta a escribir una canción como un pintor comprueba el estado de la luz. Con la misma actitud. Y, siempre con la esperanza de domar el misterio, su mayor anhelo será someter al tiempo. Que éste fluya o se detenga según la entonación, el ritmo y las palabras. El truco es que no hay truco.

La tradición se remonta mucho más allá de lo que solemos pensar. En los albores de la humanidad, la palabra cantada inundó la oscuridad del valle y, amalgamándose con los enigmas que en él se escondían, impuso su poder más allá del miedo.

Sí. El rock and roll es anterior a la rueda. Se descubrió a la vez que el fuego y desde entonces ha costado muchas vidas. No le pida explicaciones.

El vasito de agua es mejor pedirlo por señas. Ya verá como le entienden.

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