Académicos del balonmano

Este verano, mientras preparaban su regreso a la liga Asobal y una vez había confirmado que lo económico iba a suponer una estrechez pero no un impedimento, en el Academia Octavio repararon en que era buen momento para recuperar en las camisetas del equipo el viejo escudo, el que incluye dos letras, la D y la H. "División de Honor", dedujeron agudos analistas. Pero el guiño era más remoto: "Debe y haber", ilustra José Ángel Fernández Cerillo, 31 años, jugador desde hace 20 de un club que nació en un centro en el que se impartía contabilidad y secretariado y que festejó en 1975 el ascenso a la máxima categoría del balonmano español con un equipo compuesto por alumnos de la academia.

El presidente renovó "hasta que quiera" a Fran González, que tiene 39 años

"Somos el club por el que nadie quiere pasar y del que nadie se quiere ir"

Son otros tiempos, el balonmano se ha profesionalizado, pero estamos ante el Octavio más gallego de la historia reciente, también uno de los más exitosos. No está al nivel del equipo que mediados los noventa compitió durante tres campañas consecutivas en Europa, pero sorprende, recién ascendido, con un inicio de temporada que le invita a soñar con una meta volante camino de la permanencia: finalizar la primera vuelta entre los ocho mejores para poder disputar la Copa del Rey. "El calendario se complica y lo lógico es que vayamos bajando en la clasificación, pero si ganamos a Torrevieja y Anaitasuna en casa tendremos todas las opciones de meternos", se anima Enrique Domínguez, entrenador desde hace diez años. Quizás poco más haga falta para rubricar la continuidad en la categoría.

Todo sigue una línea continua en el Octavio. Domínguez, de cuna teucrista, se ha convertido en un joven clásico de los banquillos, a los que llegó desde la cancha tras cuatro años en el club. "Fue una decisión valiente del presidente tras una temporada complicada en la que descendimos. Aún nos da vértigo recordarlo". El presidente es Javier Rodríguez, hijo de Octavio, el dueño de la academia, el fundador que un día pensó que el balonmano era buena idea para crear un equipo femenino y en dos años cambió de acera. "Somos especiales", asume Cerillo, "el club por el que nadie quiere pasar y del que nadie se quiere ir", una entidad en la que el presidente, refractario a la tecnología y a los teléfonos móviles, asume el control de todas las operaciones y en la que un jugador, el propio Cerillo, asume labores de intendencia en las oficinas. "Es el gerente", dice Domínguez; pero Cerillo lo niega. "Echo una mano, hago de nexo entre plantilla y presidente, de la parte que tenga que ver con tramitación telemática de las fichas o gestionar algún cobro, pero no hago labores de gerencia. Lo que ocurre es que éste es un club muy familiar".

La modestia no impide el arraigo, pero sí soñar con cotas mayores que no sean las de un equipo ascensor. "Nuestro único problema es el económico porque, si no, el tope sería otro y la estructura del club también", estima Cerillo. Durante casi dos décadas, Pilotes Posada aportó apoyo económico a cambio de patrocinio. Tras su marcha, el club se vio este verano en la encrucijada de tener que lanzar una desesperada llamada de auxilio para pagar los 170.000 euros que demandaba la Asobal como canon y aval de participación en la Liga. Entonces dio un paso al frente el Ayuntamiento a través de la Fundación Vigo Deporte.

El equipo, con uno de los presupuestos más bajos en una liga en la que el bolsillo también se ha agujereado, se reactivó en la parcela deportiva con singular acierto. "Apostamos por la continuidad del bloque que consiguió el ascenso y por incorporaciones procedentes de División de Honor Plata, gente veterana que estaba acostumbrada a rendir a un nivel muy alto y que ha llegado con la ilusión que pueda tener un juvenil", recalca Enrique Domínguez. "Hasta yo me siento joven", bromea Cerillo, camino de los 32. Seis jugadores pasan de los 34 años. Fran González, con 39, ofrece tal despliegue que hace tres semanas, tras derrotar al Cuenca, el presidente le dio por renovado "hasta que quiera".

Aquel día el Octavio, de juego alegre, dinámico, atractivo para el espectador, firmó su vigésima victoria consecutiva como local, racha frenada por el Barcelona la pasada semana, una misión imposible que congregó en As Travesas a 2.500 aficionados un miércoles. "Somos abanderados de una tradición de balonmano en la provincia", advierte Domínguez. Pontevedra, Cangas, Chapela, Redondela, incluso ahora O Rosal, son enclaves que demuestran que el balonmano no solo tiene raíces en Vigo. Y el técnico del Octavio ve complicado que anide con vigor en otros puntos de Galicia. "Habría que replantearse cómo hacerlo".