Por los salones del siglo XX
Un enorme garaje en pleno Rastro se ha convertido en inesperado lugar de peregrinaje para amantes de los muebles. Cineastas, firmas de lujo y revistas internacionales se han rendido a la cuidada selección de L. A. Studio
Aún se le conoce como el garaje de Arganzuela porque así lo llamaban en los años cincuenta, cuando apenas había coches y este aparcamiento era famoso. Pero una vez se atraviesa el umbral nada tiene que ver con un garaje aunque sí, y mucho, con décadas pasadas. L. A. Studio (Arganzuela 18), en pleno Rastro, es una especie de paraíso de las antigüedades del siglo XX desplegadas a lo largo de 700 metros cuadrados.
Un lugar que ya ha llamado la atención de publicaciones internacionales como el suplemento How to spend it del Finacial Times o la revista Wallpaper, y que cuenta entre sus clientes con firmas como Dolce & Gabbana o Loewe y cineastas como Almodóvar o Amenábar, que alquilan aquí mobiliario para sus películas. Pero por L. A. Studio acaba pasando todo tipo de clientes. "El fin de semana esto parece el metro", dice Carlos López, su propietario.
Su secreto no solo está en la selección de las piezas. También en cómo están ordenadas. Es como si uno entrara en un salón interminable que a su vez le va introduciendo en otros salones de distintos estilos. Esa disposición de las piezas es una de sus señas de identidad. "Esto no es una almoneda donde se acumulan los objetos, nos interesa mezclarlos y dotarles de otra energía", cuenta López.
La historia se remonta a 2001. López conocía el paño. La suya es la tercera generación de una saga de anticuarios, que su abuelo fundó en 1942 y que ha llegado a tener 16 tiendas. Pero todas de antigüedades clásicas. Hasta que llegó este López (Madrid, 1973) con ganas de hacer algo "fresco, con intención". Así que se salió del redil y se especializó en una época, desde los años veinte a los setenta, aunque picotee de todo el siglo XX. Es lo que él denomina "arqueología contemporánea". Y encontró el garaje.
Quería recuperar la estética de una época que, cuando viajaba a las subastas de París o Roma o a Milán y Nueva York, veía que era moneda corriente. "Todas esas ciudades tienen tradición en el diseño. En cambio, en España la autarquía no solo era política, también estética", dice Adelino García, historiador del Arte, que asiste a López en esta aventura junto a otros nueve empleados.
Los decoradores con los que trabajan les pedían piezas que no encontraban en España. Los objetos les llegan de una veintena de proveedores que tienen en distintos países. Muy pocos son españoles. "No todas las piezas me interesan, tienen que responder a nuestro estilo, tienen que ser objetos con pátina, con historia. Lo importante es la búsqueda de la pieza y enamorarte de ella, no hay que tener prisa por decorar".
Calculan que tienen 4.000 piezas en stock. López y García aceptan la difícil oferta de elegir, entre todas ellas, tres: un aparador de los años cuarenta de palisandro, "que frente al imperante estilo nórdico, indaga en el glamour de esa década"; dos, una ruleta profesional sacada de un casino francés de los cincuenta, "que parece una mesa normal, pero si levantas el sobre, sale la ruleta"; y tres, una lámpara artesanal de pie de los años cuarenta, con formas orgánicas de latón.
¿Y los precios? "Baratos no son", responde muy seguro López. "Pero esa lámpara [2.950 euros] en Estados Unidos vale el doble".
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