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Tribuna
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De los noventa para acá

1. Fogwill y la libertad de escribir

Vi por primera vez a Fogwill en Barcelona, a fines de los noventa, en una feria del libro. Cuando le pasaron el micrófono saludó al público diciendo: "Les tengo una mala noticia: no soy un desaparecido". Me pareció toda una revelación, incluso una declaración estética. Lo que en el fondo estaba diciendo era: "No soy lo que ustedes se imaginan o quieren que yo sea". En suma: no soy el escritor argentino que ustedes están acostumbrados a recibir, porque ni fui torturado ni luché por la libertad ni estuve en la cárcel. No soy un desaparecido.

Estas palabras sugerían algo más: el escritor latinoamericano no tiene que ser de un modo específico. No estaba de más decirlo, recalcarlo, pues a principios de los noventa la exigencia europea -y probablemente norteamericana- a ese escritor era muy precisa: sus libros debían contener exotismo, evasión y por supuesto revolución, y él mismo, de algún modo, ser un héroe de la gesta latinoamericana. Un desaparecido. El que mejor respondiera a esto era el más exitoso y Europa parecía el único destino posible.

2. Crack, McOndo, Líneas aéreas y otros

Mi generación comenzó a publicar en los años noventa en medio de este panorama y por eso buscó otros modelos. Si el "posrealismo mágico" era el sello que predominaba, mi generación estuvo entre dos polos: de un lado Vargas Llosa y Fuentes, y del otro Borges.

Narraciones que transitan lo real y lo irreal de la realidad, o meta narraciones en torno a la literatura. Y en cuanto a los escritores del post-boom, los preferidos fueron los más alejados del realismo mágico: Sergio Pitol, César Aira, Fogwill, Fernando Vallejo y, en lo relativo a la novela negra, Paco Taibo II.

A pesar de que en los noventa aún se percibía como necesaria la "bendición" editorial europea -sobre todo española-, no se escribía para ellos y sus estereotipos. Si con el tiempo fueron leídos en Europa fue porque las editoriales europeas y sus lectores cambiaron, comprendieron que América Latina había cambiado.

La antología McOndo, de 1996, mostró uno de los perfiles de la "joven narrativa" de esos años, y se vio que ésta sería como la definición que da Stephen Dedalus del arte irlandés, un "espejo quebrado". Mil astillas disgregadas en experiencias de todo tipo: nihilismo juvenil, amor y sexo, soledad, drogas, la amistad o la traición, nuestras turbias y presuntuosas aldeas latinoamericanas.

En simultánea pero al otro extremo del continente (McOndo salió en Chile dos meses antes), en México, los jóvenes Volpi, Padilla, Palau y Urroz hicieron público el manifiesto del Crack (1996), el cual abogaba, entre otras cosas, por novelas complejas, ambiciosas, totales. Una herencia de la mejor literatura del boom. Hijos de Terra Nostra y Conversación en La Catedral. Descendientes de Octavio Paz y Alfonso Reyes. Mexicanos que reivindicaron todas las tradiciones, filosofías y literaturas. Mexicanos.

La antología Líneas aéreas, publicada en España en 1999, reunió a todos los anteriores y sumó otros tantos hasta llegar a la cifra de setenta escritores, setenta hombres y mujeres nacidos en América Latina que escribían con absoluta libertad, siguiendo cada uno sus propias influencias, armando su propio "árbol de la literatura", como dice Goytisolo, tal vez con el único rasgo común de no seguir ninguno la estética del "realismo mágico", no por negar a García Márquez sino por haber comprendido -es mi hipótesis, fue mi caso- que esa estética se agotaba con su genial creador y, vista la experiencia, no admitía seguidores sino copistas.

A lo anterior se sumaron otros que por algún motivo -sospecho que por su año de nacimiento- no quedaron en las mencionadas antologías, pero que con el tiempo se convirtieron en la gran delantera de esta literatura, nada menos que Roberto Bolaño, Héctor Abad Faciolince, Mario Bellatín, Rodrigo Rey Rosa, Juan Villoro, Horacio Castellanos Moya, Martín Caparrós, Evelio Rosero o Arturo Fontaine, entre otros.

Si al principio decía que estas generaciones no empezaron a escribir satisfaciendo estereotipos europeos, hoy es notorio que sus lectores son mayoritariamente latinoamericanos. Tal vez con la excepción de Bolaño, que fue un best seller en lengua inglesa, los latinoamericanos de hoy tienen muchos más lectores en sus propios países que en Europa o Estados Unidos.

3. Bogotá 39, el siglo XXI

Los que empezaron a publicar en el siglo XXI, o los más jóvenes de los grupos anteriores, se reunieron en el congreso Bogotá 39, donde el "espejo quebrado" de la anterior literatura siguió dispersándose hacia experiencias aún más disímiles e inabarcables -lo único común, de nuevo, es no seguir el realismo mágico-. ¿Tendencias? Todas. La autoficción en Alejandro Zambra o Iván Thays, la literatura de la historia en Juan Gabriel Vásquez, el inconsciente alterado en Guadalupe Nettel, Antonio Ungar o Andrea Jeftanovic, la novela histórica de Juan Esteban Constaín, la América Latina de film y en inglés de Daniel Alarcón.

Después del Bogotá 39 la rueda siguió girando, y hoy, entre otros muy jóvenes, han sobresalido Tryno Maldonado y Yuri Herrera en México, Andrés Felipe Solano en Colombia o Pola Oloixarac en Argentina. Más todos los que no conozco u olvido.

En suma, ¿América Latina hoy? Una cantidad de autores de diferentes generaciones, con todas las tendencias que existen en la literatura, y que esperan ser leídos más por su calidad que por la aún mágica o mítica y muchas veces trágica región en la que nacieron.

Santiago Gamboa (Bogotá, Colombia, 1965) es autor de libros como Perder es cuestión de método, El síndrome de Ulises y Necrópolis (Premio La Otra Orilla).

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