Una perspectiva oriental
Viajar por el este de Europa en estos tiempos proporciona una perspectiva muy distinta de la crisis. ¿Quizá más alentadora, al pensar que la mayoría de los nuevos miembros de la UE se han beneficiado mucho del proceso de ampliación y continúan con crecimiento económico? La verdad es que no. Para comprobar hasta qué punto la crisis europea no es solo económica y política, sino también existencial, no hay más que ir al Este. En Varsovia, en Tallín, en Estocolmo, se oyen argumentos que casi resucitan las lacras que una Europa unida pretendía eliminar.
La primera es la religión. No la fe que cada uno es libre de practicar o no, sino la religión como institución social y base de superioridad moral. No me esperaba oír tanto de Martín Lutero, escuchar que es el caudillo santo y único capaz de erradicar las tendencias derrochadoras de griegos, italianos, españoles e incluso franceses. ¡Resulta que lo que necesita Europa es la virtud protestante! Lo irónico es que tampoco me resultó nada tranquilizador ver al nuevo primer ministro griego jurando su cargo delante de los barbudos y enjoyados dirigentes de la Iglesia ortodoxa, cuya inmensa riqueza podría aliviar la deuda y el sufrimiento social de su país. Recuerdo las duras discusiones que se produjeron en 2004, durante la redacción del preámbulo del nuevo tratado constitucional europeo, a propósito de nuestras raíces cristianas. La religión ha sido siempre uno de los motivos más poderosos de convulsión en Europa. Por eso no debería agitarse como una bandera para alimentar el orgullo nacional.
Ya no se habla del 'Club Med', pero se adivina que todo en el sur acaba mal
El segundo argumento preocupante de algunos políticos y comentaristas del Este está relacionado con la geografía: la división norte-sur como excusa para una renovada arrogancia cultural. No importa que cada uno de nuestros países tenga su propio sur ni que a la mayoría de nuestros amigos del norte les encantaría tener una casa en la Provenza o en Ibiza. Ya no hablan de los países del Club Med, pero se adivina su convicción de que todo lo que está al sur tiene que acabar forzosamente mal. Tal vez sea cierto, pero ¿al sur de qué? ¿Del Quiévrain, el pequeño río que discurre entre Bélgica y Francia? ¿O de la frontera entre Bélgica y Holanda? Y ¿qué ocurre con Flandes, un gran éxito económico a pesar de ser una región mayoritariamente católica?
La combinación de religión y geografía contribuye a reanimar el orgullo nacional e incluso étnico. Puede que la ampliación de la Unión hacia el este fuera una necesidad moral e histórica; el caso es que hoy no existe ningún reconocimiento de lo que nuestros países de Europa Occidental tuvieron que vivir para llegar hasta donde estamos. Al fin y al cabo, al principio éramos seis, luego nueve, 12, 15, 25 y 27. No todo ha sido un camino de rosas, pero se han conseguido grandes avances en la pacificación del continente y la mejora del nivel de vida. El relato que se oye al este del Oder y el Neisse -los ríos que separan Alemania de Polonia- tiene más que ver con la nostalgia de un remoto pasado nacional que con la celebración de unos valores y ambiciones comunes a todos los europeos.
Por suerte, también hay buenas noticias al este de Berlín. Las mejores son las que proceden de Polonia. Las elecciones generales celebradas en octubre dieron a la coalición liberal de Donald Tusk una cómoda mayoría, y el poder político de la Iglesia católica se ha reducido. "¡Gracias a Europa, Polonia se ha convertido en un país normal! ¡Es un milagro!", dice entusiasmado durante una comida Adam Michnik, uno de los personajes históricos del movimiento democrático y fundador del influyente periódico Gazeta Wyborcza.
El consumidor polaco no se ha visto afectado por la crisis y cuando se menciona la palabra euro, piensa en la próxima Eurocopa de fútbol. "Por algún motivo, Polonia ha pasado de Europa del Este a Europa Central, y ahora, al norte de Europa", dice con una sonrisa el ministro de Exteriores saliente -y seguramente entrante-, Radek Sikorski. "Polonia no forma parte del problema", añade, "sino de la solución, como hemos demostrado hace poco al ayudar a Islandia y Letonia".
La Europa de las normas frente a la Europa de la voluntad política: esa es hoy la división más llamativa en el continente, una división que deja a París a un lado y a Berlín en el centro.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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