Antxon Eceiza, comprometido cineasta vasco

El director de cine Antxon Eceiza (San Sebastián, 1935) falleció ayer los 76 años después de una larga enfermedad. Llevaba más de diez años alejado del celuloide, desencantado. Su última película Felicidades Tovarich (1995) tenía mucho de autobiográfica. El protagonista, interpretado por Francisco Rabal, era un viejo comunista desilusionado que se suicida en el Valle de los Caídos. El filme nunca se estrenó comercialmente.

Quienes le recuerdan hablan de un hombre amable, educado. Comenzó en el cine con los documentales, formando un glorioso tándem junto con el director y productor Elías Querejeta dentro del llamado Nuevo Cine Español. El pacto que sellaron era que Eceiza dirigía una película y Querejeta la producía, intercambiando los papeles en la siguiente. Pero no fue así. Eceiza había estudiado cine y fue quien las terminó dirigiendo.

Nacionalista de fuertes convicciones, el director vasco fue criticado en muchas ocasiones por su radicalismo político cercano a los círculos abertzales.

Pero ante todo era un hombre de izquierdas. Fue militante del Partido Comunista y tuvo que exiliarse en México. En el país latinoamericano inició su segunda etapa cinematográfica, en la que rodó dos películas.

Eceiza volvió a España y rodó Días de humo (1989), que se presentó en la 37ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Una película controvertida, con alta carga política y cercana al mundo abertzale, que ofrecía una visión dramática de la vida en el País Vasco a finales de los años ochenta.

El autor de largometrajes como Mina, viento de libertad (1977) o El complot Mongol (1978) promovió en los primeros años de la Transición una serie de veinte cortometrajes, los Ikuska, dirigidos entre otros por el propio Eceiza, Montxo Armendariz y Pedro Olea, trabajos que sirvieron de plataforma al conocimiento de la lengua y la cultura vascas.