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Columna
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Callejón sin salida

En los debates realizados entre Felipe González y José María Aznar en 1993 se jugaba efectivamente el Gobierno en unas elecciones que las encuestas predecían muy igualadas, pronóstico que se confirmó en la noche electoral en la que González y el PSOE se impusieron por unos escasos 300.000 votos al PP encabezado por Aznar. En el año 2008 los debates entre Zapatero y Rajoy podían haber modificado un resultado que, pese a cierta ventaja que los estudios demoscópicos concedían al PSOE, no estaba ni mucho menos determinado.

Sin embargo, el cara a cara celebrado el pasado lunes entre Rajoy y Rubalcaba no admite comparación alguna con los precedentes citados. En efecto, con unas encuestas que unánime y reiteradamente arrojan unos resultados que colocan al PP a una distancia sideral del PSOE, con el 85% de los ciudadanos convencidos de que se va a producir un cambio de Gobierno y con un panorama económico-social desolador, Rubalcaba -o cualquier otro candidato socialista- no podía aspirar ni a ganar el debate ni a pretender aparecer como aspirante creíble a la presidencia del Gobierno. Por otra parte, Rubalcaba no podía revindicar la acción del Gobierno del que formó parte porque ésta, justificada o injustificadamente, es rechazada por la gran mayoría de los españoles, y sí, olvidándose de la gestión del Ejecutivo, realizaba propuestas de futuro -y alguna muy interesante planteó- la respuesta era tan facilona como demoledora: ¿por qué no hizo usted esas propuestas durante los muchos años que ocupó cargos de máxima responsabilidad gubernamental? Es decir, el candidato socialista compareció en el debate atado de pies y manos y acorralado en un callejón político sin salida. En tales circunstancias, Rubalcaba intentó lo único que podía hacer: sembrar dudas razonables y bien fundamentadas sobre el programa del PP con el fin de recuperar un sector de su electorado y reducir así la dimensión de la derrota, aunque semejante estrategia le llevara de forma inevitable a reconocer implícitamente a Rajoy como ganador de las próximas elecciones. El 20-N sabremos si consiguió su objetivo y en qué medida lo logró.

La profunda renovación a la que se verá abocado el PSOE afectará de forma determinante al PSdeG

Así pues, un Rajoy responsabilizando al PSOE de la grave situación que atraviesa el país y un Rubalcaba alertando sobre las incertidumbres y peligros que representa el programa conservador constituía la parte previsible del enfrentamiento televisivo entre ambos candidatos. Lo realmente preocupante del cara a cara fue, sin embargo, que ambos formularan las posibles soluciones a nuestros problemas como si estos pudiesen plantearse exclusivamente en el ámbito del Estado-Nación, ignorando que hoy existen poderes económicos de carácter global y origen no democrático que imponen su ley a dichos Estados, escapan a su regulación y control y solo poderes democráticos de ámbito superior pueden embridarlos y subordinarlos al interés general. Especialmente insólito resulta que ambos candidatos omitieran cualquier referencia a la relación que nuestra situación tiene con el proyecto europeo, en un momento en que Alemania y Francia, actuando al margen de toda formalidad y saltándose todo procedimiento, imponen políticas draconianas a Grecia, Italia, España, Portugal o Irlanda. Es inaudito que los aspirantes a la presidencia del Gobierno no se hayan referido siquiera a la necesidad de reformar los tratados de la Unión, o de dotar a esta -especialmente a la zona euro- de coherencia en política fiscal y presupuestaria. El debate puso de manifiesto que, especialmente Rajoy, prisionero de una rancia concepción de la soberanía, no comprenda que un giro copernicano en la estrategia europea es parte inseparable de un proyecto nacional creíble y realizable, y es indispensable para sostener nuestro sistema social y nuestro papel en el mundo.

Finalmente, el debate, como el conjunto de la campaña electoral, está demostrando el profundo error cometido por Zapatero cuando el 10 de mayo de 2010 aceptó las imposiciones de los mercados (pensiones, salario de los empleados públicos, reforma laboral y posteriormente la reforma constitucional) todas ellas contradictorias tanto con su programa electoral como con su tradición política, en vez de convocar elecciones generales. Es posible que las hubiese perdido, pero es seguro que, en tal caso, la derrota habría sido menor que la que previsiblemente se producirá el 20-N. Y, además, el PSOE habría mantenido la coherencia política que le hubiese capacitado para ejercer una potente oposición al PP y configurarse como una alternativa creíble de Gobierno a corto plazo. Pero así están las cosas. Y por eso el Partido Socialista se verá obligado a realizar una profunda refundación después del 20-N. Y todo este proceso afectará de forma determinante el devenir del socialismo gallego.

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