Gabinete de dibujo
Aunque pasen mil días, aunque la eternidad entera pase, no olvidaré jamás la emoción inesperada que sentí aquella tarde de noviembre al ver los dibujos de Louise Bourgeois. Los había descubierto antes en Nueva York, pero algo extraño me ocurrió al encontrarme con ellos en un lugar tan familiar, en un espacio recogido, a su modo una especie de capillita; un cuarto íntimo, sobre todo parte de mis paseos habituales por Madrid. Era el año 1997 y Soledad Lorenzo exponía en la pequeña sala del piso inferior de su galería a esta creadora maravillosa que se había convertido en una especie de celebridad muchos años después del comienzo de su carrera, cuando a principios de los setenta buscaba un mundo de tangibilidades que se enfrentara al autoritario y gélido minimalismo. Entonces, en los años noventa, en pleno ascenso mediático también, la gran fabuladora afincada en Estados Unidos, la que para muchos encarnaba el mito de la "posmodernidad" avant la lettre, conmocionaba al mundo del arte con sus espectaculares arañas y sus celdas: nadie ponía en tela de juicio la enorme potencia de esta francesa a la hora de representar su mundo personal.
Y como su aspiración primera era representar ese mundo privado, del recuerdo, de la infancia, íntimo..., los dibujos eran para Bourgeois una parte esencial del relato. Allí, colgados en la galería Soledad Lorenzo, ponían de manifiesto algunas de las cualidades más notables de la artista, presentes desde luego en las obras grandes y contundentes pero camufladas a veces. La ironía y la fragilidad se hacen visibles -casi siempre- en la obra sobre papel que, en el caso de Louise Bourgeois, es una parte elocuente de su proyecto. Es lo mismo que ocurre con Recorrer un cuadrado de todas las formas posibles, instalación de Esther Ferrer compuesta por unos dibujos delicadísimos y presentada ahora en la muestra de Rosa Olivares para Artium. Tampoco Ferrer ha tenido hasta hace relativamente poco el reconocimiento merecido y maravilla -de nuevo- la delicadeza y la precisión de los dibujos de esta estupenda artista.
Ya de regreso en Madrid he vuelto a hacer el ritual. He bajado al piso inferior de la galería madrileña, el cuartito donde a lo largo de los años se ha ido mostrando la parte más delicada e inesperada de los artistas expuestos. Allí estaba Bourgeois, con su políptico de arañas con algo infantil y soberbio, y he revivido aquella impresión primera, todas las sensaciones que he ido teniendo en este mismo espacio a lo largo de los años. Iba de incógnito, como me gusta ir siempre, aunque Soledad me descubría y venía a saludarme personalmente, como hace siempre también. La galería celebra justo ahora su 25 aniversario y Lorenzo dice que poco a poco irá soltando amarras. No sé si la creemos. No sé siquiera si queremos creerla, porque cuando no esté la echaremos de menos. Echaremos de menos tantas exposiciones que aún guardamos en la memoria, las que más nos gustaron -piezas como "la bota parlante" de Oursler o las acciones de La Ribot y hasta el modo en el cual la araña de Bourgeois desbordaba el espacio majestuosa. Para celebrar el aniversario ha reunido a Louise con Tàpies -que sigue conservando su infinita vitalidad-, y la pareja, en principio antitética, funciona muy bien. Pese a todo, al bajar al cuartito donde suele exponer la obra sobre papel, al llegar hasta allí después de hablar con Soledad, he notado una sensación rara, como quien visita un tesoro a punto de extinguirse. Los paseos por las galerías de Madrid no van a ser lo mismo si de verdad Soledad Lorenzo cierra. Vamos a echar de menos ese espacio maravilloso, el del piso de abajo, que el visitante menos avezado deja pasar sin prestarle mucha atención.
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