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BRASIL

Gol a la corrupción

Perder al ministro de Deportes por un escándalo podría parecer la menor de las preocupaciones de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff. Orlando Silva, que dimitió por acusaciones de fraude con los fondos de los contribuyentes, es el sexto político que abandona su Administración en menos de un año. Pero quizá sea una oportunidad simbólicamente importante. Restablecer una mayor confianza en Brasil podría empezar por el fútbol, epicentro del orgullo nacional del país.

La frustración por el estado de las cosas va a más. Miles de brasileños, en contra del estereotipo del vividor, se han manifestado últimamente contra la corrupción en las calles de Brasilia, Río de Janeiro y otras ciudades. Aun así, buena parte de la población, tras años de régimen militar, se resigna a la deshonestidad como un hecho de la vida y del Gobierno. Para empezar, ayuda a justificar la evasión de impuestos, fácilmente racionalizada como el temor a un mal uso político de los fondos.

Y aunque los inversores extranjeros se han sentido hechizados por la promesa de crecimiento de la economía más grande de Latinoamérica, se están pasando por alto algunos indicios de problemas. Brasil ocupa el puesto 69º en el índice más reciente de Transparencia Internacional sobre percepción de la corrupción, superando por poco a otras naciones BRIC como China e India. La puntuación de Brasil, un 3,7 sobre 10, también va muy a la zaga de la de otras naciones más desarrolladas.

Aunque la marcha de Silva obviamente no está relacionada directamente con el fútbol, puede que la desconfianza se filtre hacia abajo -o incluso hacia arriba- desde el deporte que define a la nación tanto local como internacionalmente. Por ejemplo, muchos aficionados brasileños al fútbol pueden pasar por alto voluntaria y convenientemente el origen de los fondos utilizados para comprar una estrella con talento para su equipo. La mentalidad de ganar a toda costa en algo tan prosaico como el deporte puede verse reflejada fácilmente en las máximas autoridades.

En Brasil también podría servir. El escrutinio visible de las transacciones de los jugadores y de las finanzas de los clubes en busca de negocios turbios concitaría la atención de la mayoría de los brasileños. Sería una iniciativa oportuna durante los preparativos para la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos que se celebrarán en el país, y transmitiría el mensaje firme de que el Gobierno se ha propuesto como meta acabar con la corrupción.

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