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Reportaje:

El largo adiós de 'Monsieur Euro'

Trichet se va con buena nota, pero su legado depende de cómo evolucione la crisis

Claudi Pérez

Son dos imágenes prácticamente calcadas. En la primera fotografía se ve a un hombre maduro, entrecano, serio, con un dedo acusador, imperativo, concediendo la palabra a un periodista. La segunda está tomada en el mismo escenario, pero con ocho años de diferencia: y ahí sigue ese mismo dedo impetuoso, el pelo definitivamente blanco, el gesto en los ojos tal vez un poco más duro, la mirada rapaz. Esa es la foto más repetida de Jean-Claude Trichet, la de las ruedas de prensa mensuales del presidente del Banco Central Europeo (BCE) desde 2003 hasta el próximo martes. Últimamente parece, en todo caso, algo más viejo: es el precio que se suele pagar por vivir ciertas revelaciones.

Ocho años después de su llegada a Fráncfort, a la sede del Eurobanco -una enorme e insulsa mole de hormigón, acero y cristal bautizada como Eurotower-, Trichet se va. Se acabó. Lo deja, se jubila, au revoir, pero sobre todo auf wiedersehen: el alemán es un idioma peliagudo, pero hay que tratar de domarlo para ser banquero central en Europa. Trichet lo ha estudiado a conciencia durante su estadía en Fráncfort, pese a que su presidencia ha sido cualquier cosa menos tranquila: deja tras de sí una primera etapa relativamente plácida seguida de una segunda parte huracanada, marcada por una crisis violenta que él mismo ha definido como la más dolorosa desde la Segunda Guerra Mundial.

Es una de las pocas figuras de Europa que sale reforzada de la Gran Recesión
Su primera etapa fue relativamente plácida. La segunda, huracanada
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De él se puede decir que su figura es una de las pocas de Europa, tal vez la única, que sale relativamente reforzada de la Gran Recesión. Aunque los mismos elogios recibió Alan Greenspan a su salida de la Reserva Federal, el banco central de EE UU, y ahora Greenspan es casi un apestado a quien se acusa de haber contribuido a hinchar la madre de todas las burbujas. Trichet se va con un buen expediente, a pesar de algunos agujeros negros, y sobre todo a pesar de que con la que está cayendo esa nota está sujeta a revisión: la crisis actual dista mucho de haber alcanzado el último acto. Su legado estará en el alero hasta que amaine la tormenta.

A punto de cumplir 69 años, Trichet creció en el sur de Francia, cerca de Lyon. Hijo y nieto de profesores universitarios de latín y griego, se sintió atraído desde muy pronto por el mundo de las ciencias y de las artes. Llegó a publicar poesía a los 19 años; ese dato explica algunas cosas. No es economista de formación (y eso también explica algunas cosas); estudió ingeniería de minas en Nancy para acabar siendo un enarca, licenciado en la escuela de Administración que forma a las élites en Francia, la ENA. Y de ahí a la alta burocracia: antes de llegar a Fráncfort sirvió para todos los príncipes de Francia: fue consejero de Giscard d'Estaing, director de gabinete de Balladur, director del Tesoro con el socialista Bérégovoy y, ya en el Banco de Francia (donde se ganó el apodo de Ayatolá del Franco), aupado al BCE por Jacques Chirac, a quien se acabó ganando tras un duro enfrentamiento. Se le considera un ortodoxo, por decirlo suave; un liberal en lo económico. No siempre fue así: en su juventud militó a la izquierda de la izquierda -en un movimiento juvenil de orientación trotskista- y llegó a tener nombre de guerra, Justix, por su encendida defensa de los derechos de los trabajadores.

Pero Trichet es sobre todo un diplomático de perfectos modales, de trato impecable, afable pero a la vez siempre dispuesto a enfrentarse a un vendaval. Trichet es un hombre tranquilo, pero cuidado: en una de sus últimas comparecencias hay una respuesta volcánica de más de seis minutos a un periodista alemán preocupado por la posibilidad de que las medidas heterodoxas acaben provocando inflación en Europa. Es uno de sus pocos desaires en ocho años de apacibles, casi aburridas ruedas de prensa: "Impecable, impecable", contestó entonces al periodista mirándole de hito en hito. "La hoja de servicios del BCE es mejor que la de Alemania en los últimos 50 años. En la peor crisis en varias décadas hemos mantenido la estabilidad del euro y la inflación. Y no precisamente por casualidad. ¿Me deja que recuerde que en 2004 y 2005, algunos Gobiernos importantes de Europa solicitaron una suavización del Pacto de Estabilidad y Crecimiento? ¿Recuerda qué Gobiernos eran?" Eran Francia y Alemania. Pero no hubo repregunta.

El ya casi expresidente del BCE suele recordar que su mandato es la estabilidad de precios, y que en eso ha cumplido a rajatabla. Es cierto. Pero en su hoja de servicios hay también errores clamorosos y alguna que otra decisión por lo menos discutible. El BCE subió los tipos en julio de 2008: justo en el momento en que el huracán financiero estaba a punto de desatarse de veras. Este año ha vuelto a subirlos dos veces: de nuevo Trichet no ha tenido el don de la oportunidad, con Europa, incluyendo Alemania, rozando la recesión. Y en Berlín se le critica con dureza porque con la compra de deuda pública de los países con problemas el BCE ha perdido su virginidad; su sacrosanta independencia está en entredicho. Aunque la independencia, en estos momentos, parece lo de menos: Trichet solo se ha avenido a comprar bonos a regañadientes, con timidez y con retraso, y solo a cambio de durísimas purgas de austeridad que pueden ser llegar a ser contraproducentes si hay recaída en la recesión.

Los expertos consultados le ponen hasta un notable alto: "Un ocho. Solo cabe achacarle lo de los tipos", resume Juan Ignacio Crespo. "Tiene buenas calificaciones... Hasta el estallido de la crisis de la deuda soberana", apunta, más crítico, Paul De Grauwe, de la Universidad de Lovaina. "Deja un legado positivo hasta la crisis. Espero que su sucesor sea menos dogmático, por el bien de Europa", cierra Charles Wyplosz, del Graduate Institute. Un nuevo presidente, Mario Draghi, será quien firme a partir de ahora los billetes de 500 euros en un despacho en lo más alto de la Eurotower. Aunque firmar es probablemente lo más fácil de ese trabajo.

El hecho es que Trichet se va: hace meses que es eso, un hombre dando discursos aquí y allá plagados de citas de Goethe, de Monet, de Erasmo, de Victor Hugo, un tipo que se marcha algo más viejo de lo que vino en un adiós que se va alargando desde hace meses. Una chica deslumbrante se aleja en un Rolls dejando a su marido borracho y sin un céntimo en el aparcamiento de un restaurante: ese es el inicio de El largo adiós. El euro ya no es esa chica deslumbrante, desde luego, pero puede que Trichet tenga algo de Marlowe, el mítico detective duro, sarcástico y casi romántico creado por Raymond Chandler. "Tengo 42 años y mi independencia me ha echado a perder", dice Marlowe en un momento mágico de esa novela.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.
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