Todos contra Berlusconi (o viceversa)
Silvio Berlusconi quiere marcharse, dar el portazo, dejar la política. No es para menos. Los grandes disgustos vividos en las dos últimas semanas desaniman a cualquiera. Para empezar, su socio en el Gobierno, Umberto Bossi, el jefe de la Liga Norte, escenificó ante el país sendas ejecuciones sumarísimas. O Il Cavaliere se plegaba a sus intereses -a cuenta de la moción de confianza y de la reforma de las pensiones- o lo dejaba sin Gobierno. O sea, sin inmunidad. O sea, a merced de los jueces. Por si fuera poco, en Bruselas, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy no solo demostraron con una sonrisita burlona la poca credibilidad que el primer ministro italiano les merece, sino que lo trataron como a un escolar rebelde y lo mandaron de vuelta a Roma con una larga lista de deberes inaplazables.
Ni que decir tiene que los empresarios -sus antiguos colegas- hace tiempo que lo desprecian públicamente. Que los sindicatos están dispuestos, todos a una, a incendiar el otoño. Que los periodistas no solo siguen publicando con todo lujo de detalles sus tristes desvaríos como viejo verde, sino también sus meteduras de pata cuando se le calienta la boca y, en el peor momento posible, arremete contra la moneda europea: "El euro es una moneda extraña. No ha convencido a nadie". Con tal panorama, es lógico que Berlusconi sienta deseos de marcharse. Menos mal que, como acaba de reconocer públicamente, luego piensa en qué sería de sus empresas, de sus hijos, de sus amigos y de su país "en manos de una izquierda tan dividida". Así que, finalmente, aleja de sí los deseos de huir y decide "seguir adelante".
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