Cambio en la superficie
Texturas atípicas pueblan la ropa de este otoño
Hay trajes que sueñan con ser objetos. Siempre los ha habido. No es una ambición nueva, pero sí extrañamente generalizada esta temporada. Para lograrlo, transforman su cara externa con texturas importadas de otros oficios, desde la arquitectura a la ebanistería o la metalurgia.
- ¿Qué? Vestidos cubiertos por escamas translúcidas, tejidos estampados con vetas de madera o volúmenes que reproducen el perfil de una armadura. La ropa altera sus texturas visuales y táctiles en un ejercicio que aporta sorpresas al mundano acto del vestir. La misma premisa que en los años veinte indujo el surrealismo al que Elsa Schiaparelli era afín o que en los sesenta permitió a Paco Rabanne subvertir los códigos de su tiempo a base de plástico, metal o papel. Un gesto entonces saludado con desdén por Coco Chanel, quien le bautizó como "el metalúrgico".
- ¿Dónde? No es del todo sorprendente que el movimiento esté liderado por Miuccia Prada, una diseñadora que siempre ha jugado con la apropiación de elementos y materiales ajenos al vocabulario estricto de la moda. Así lo explica el museo Metropolitan de Nueva York en la presentación de la exposición que el año próximo dedicará a Prada y a Schiaparelli: "La muestra explorará cómo ambas mujeres utilizan tejidos, colores y estampados inusuales para jugar con las ideas convencionales del buen y el mal gusto y cómo han explotado trampantojos o bordados deliberadamente rudimentarios en diseños extraños y provocativos". Este otoño, la revisión del futurismo de los años sesenta conduce a Prada a texturas de ciencia-ficción. Pero la doctrina de experimentación y distorsión cuenta además con otros apóstoles. Marc Jacobs entrega en Louis Vuitton vestidos cubiertos de angulosas láminas de plástico y concibe para su propia línea faldas que ensamblan círculos irisados. En Rodarte se ven trajes que parecen un suelo de cerámica y en Céline, pantalones y camisetas que emulan la apariencia de un mueble de madera.
- ¿Por qué? La tendencia es una evolución lógica de los extravagantes estampados que protagonizaron el verano. La escalada en el atrevimiento y la originalidad de los motivos que ornamentan las prendas ha llevado a replantearse también su textura. Es una forma de cuestionar las convenciones del vestir, pero también una necesidad de diferenciarse para sobrevivir. Lo expresaban con claridad los diseñadores Viktor & Rolf en la presentación de una colección que doblaba lana y seda como si fuera metal. "La creciente velocidad de la moda nos recuerda lo importante que es batallar por tu creatividad", se leía en las notas de su desfile.
- ¿Cómo? El impacto no se logra tanto con la originalidad de la forma como con la innovación en la superficie. Aun así, los patrones abandonan progresivamente el rigor minimalista, para admitir estilos más complejos. Las piezas de Mugler, por ejemplo, utilizan el látex y el plástico con soluciones que desfiguran las prendas y te dejan rascándote la cabeza: ¿es un vestido?, ¿es una camisa? No es casualidad que fuera la propia Lady Gaga quien desfilara en su presentación en París.
- ¿Vale la pena? Cuestionar el sentido y lugar tradicional de los objetos es un recurso expresivo perfectamente válido. Ahora bien, replantear la convención del atuendo al importar texturas que le son ajenas es una idea más interesante que favorecedora o práctica. Después de todo, uno de los campeones de este asunto, Rabanne, presentó en 1966 una colección-manifiesto que explicitaba la incomodidad de su propuesta y se titulaba 12 vestidos imposibles de llevar. No ocurre exactamente lo mismo con estos trajes de escamas de plástico o con los conjuntos de falsa madera. Poder, se pueden llevar. Pero para hacerlo hay que estar dispuesto a pagar el peaje de la extravagancia.
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