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Columna
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Para hacer amigos

Es asombroso cómo la imaginación humana alumbra constantemente leyendas urbanas, teñidas de alarmismo, que no soportan el contraste con la realidad. Pero es que el pesimismo cuenta con una sistemática e injustificada credibilidad. Una de las leyendas más recientes, y que ha hecho fortuna, es aquella que predica la profunda soledad en que se sumen los aficionados a invertir parte de su ocio ante el ordenador. Difunde la leyenda que, en esos casos, uno abandona poco a poco la relación con las personas, que se aísla y se abandona, incluso que debilita poco a poco los vínculos que le atan a los más cercanos. La leyenda describe a los amigos del ordenador como seres extravagantes y difíciles, inadaptados, alejados de los seres humanos, y que se han arrojado al abismo de la incomunicación, en una espantosa caída libre hacia el autismo moral y personal. La leyenda reúne melancólicos cantos a las cosas de otro tiempo: las cartas perfumadas, las dominicales reuniones en la aldea, las palomas mensajeras, los gorriones recaderos, el correo del zar y otros prodigios telemáticos. Sí, era entonces (en un tiempo impreciso pero que nunca es el nuestro) cuando la gente se miraba a los ojos y se entendía, cuando vibraba solidariamente ante los sentimientos ajenos, los temblores y las alegrías se compartían de verdad, no como ahora, en que la gente se pasa media vida descargando cosas de la red.

La leyenda no se compadece con la realidad. Las redes sociales se han convertido en una explosión de debates, polémicas y encuentros. Allá uno encuentra almas gemelas o trillizas; hay hermanos mellizos e hijos adoptivos, hay madrastras y nodrizas, hay hermanos de sangre y amigos insobornables, y hay leales adversarios con los que debatir y discutir. Las redes sociales se han convertido en un eficaz sistema de comunicación, lleno de sutilezas, de corteses formas de discriminación, de legítima elección de amigos, un espacio para reencuentros y despedidas. La hipótesis de que la pantalla del ordenador se pueda convertir en un agujero negro por el que perder la vida resulta incierta en la mayoría de los casos. Como en tantas otras previsiones, los prejuicios determinan inercias mentales que aceptamos sin conflicto.

Escribí una vez que las redes sociales son positivas porque en ellas la manifestación pública de la gente con su verdadera identidad reprime, casi siempre, las exposiciones más burdas y crueles del ser humano. Ahora he hablado de su segunda gran ventaja: que en vez de aislarnos, como se dice con estúpida insistencia, muchas veces nos acerca a los demás. Ya sólo queda referir su tercera gran ventaja: las redes han dinamitado el oligopolio informativo de los grandes grupos de comunicación. Pero habrá que dejar esto para otro día: es la más grandiosa de las transformaciones que ha traído la democracia digital.

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