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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Clásicos modernos y apocalípticos terminales

Manuel Rodríguez Rivero

El otoño nos trae un pequeño y saludable chaparrón de novelas de clásicos contemporáneos, lo que resulta especialmente grato en momentos en que buena parte de la narratividad disponible en las mesas de novedades parece dominada por lo políticamente adecuado (abundancia de tramas melodramáticas con posguerra de telón de fondo, como si no tuviéramos bastante con Amar en tiempos revueltos, la teleserie-adormidera de la hora de la siesta), lo rabiosamente étnico y "exótico", o lo redundantemente policiaco o histórico. Les selecciono algunos de esos "clásicos" prematuros que más me han interesado (y por razones muy diversas). Anagrama acaba de publicar -aprovechando que ya es de derecho público- El gran Gatsby, una de las imprescindibles obras maestras de literatura estadounidense de la primera mitad del siglo XX, y lo enfatizo porque se trata de un periodo fecundo en ejemplos de esa mítica "gran novela americana" (GNA) que algunos parecen seguir esperando, del mismo modo que otros aguardan (sin excesivo convencimiento) la Parusía, o que el 20-N Rajoy muerda el polvo polvero. Claro que, poniéndonos estrictos, cada generación de norteamericanitos debería tener su GNA: hay quien se atreve a afirmar que El rey pálido (Mondadori, noviembre), la inacabada novela de David Foster Wallace, tenía madera para convertirse en la última. La que escribió Francis Scott Fitzgerald sobre Gay Gatsby, aquel ególatra romántico identificado por Justo Navarro como emblema del ciudadano (el misterioso "Mister Nobody from Nowhere", lo llama en el epílogo) es, en cierto modo, la primera gran novela (y probablemente la mejor) acerca de la fragilidad del "sueño americano". Lo paradójico es que se publicó en 1925, precisamente cuando parecía que no iba a finalizar nunca la Jauja financiera que estallaría con ruido y furia en 1929. Si alguien no la ha leído todavía, no sé a qué espera. Y si ya la ha leído, lo mejor es volverlo a hacer de vez en cuando, en inglés, o en una traducción tan cuidada como la de Justo Navarro. Más lejos en calidad literaria (el punto fuerte de su autor fueron los relatos) está Por quién doblan las campanas (Lumen, noviembre, traducción de Miguel Temprano), el best seller "español" que Hemingway escribió en Cuba y publicó en 1940, cuando la Guerra Civil todavía estaba caliente, crecía su aura romántica (en el extranjero; aquí la única aura era la del fascismo de falange, palio y sacristía) a cuenta de la derrota republicana, y Estados Unidos contemplaba desde lejos el incendio de Europa. La novela vendió medio millón de ejemplares en poco más de tres meses (hoy vende más Fiesta, su novela sanferminesca de 1926) y afianzó a su autor como celebridad literaria (y aventurera). Por último, Tusquets publicará Sueño con mujeres que ni fu ni fa, primera novela de Samuel Beckett (escrita a los 26 años), que fue merecidamente (por una vez) rechazada por las editoriales a las que fue enviada, y que el propio autor decidió que no fuera rescatada hasta tres años después de su muerte, como carnaza póstuma para los estudiosos de su obra. La novela (traducción de Miguel Martínez Lage y José Francisco Fernández), cuyo título original es Dream of Fair to Middling Women, es pura arqueología beckettiana, con su irresoluto y vaporoso héroe Bellaqua en plan alter ego autobiográfico moviéndose por París y Dublín, rodeado de mujeres inverosímiles que desean tener con él algo más que palabras. Incluso para mí, que soy devoto beckettiano, la novela es demasiado primeriza y sólo sirve para recordarnos que lo que vino después (sobre todo la estupenda trilogía de Molloy, Malone muere y El innombrable, en Alianza) tuvo un lejanísimo, inmaduro y repudiado embrión.

TermiBezos

Ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Y, además, van a por todas. Me refiero a los chicos de Amazon, la compañía de comercio electrónico global fundada por Jeff Bezos en 1994. Empezaron mordiendo la cuota de mercado de las grandes cadenas y de las librerías independientes, halagando y cuidando a distancia al cliente (del que estudian minuciosamente gustos y hábitos de compra), proporcionándole libros más baratos en un tiempo récord y con gastos de envío muy convenientes. Seguidamente, y mediante el cómodo sistema de promover que los lectores consignaran su opinión (gratis, of course), segaron la hierba bajo los pies de los críticos literarios, con una avalancha de reseñas de "gente como usted y como yo" junto a cada libro en venta, una medida que ha contribuido a dar la puntilla a numerosos suplementos literarios en Estados Unidos. Más tarde se sacaron de la manga mercadotécnica una económica, exclusiva y eficaz tableta lectora (último avatar: Kindle Fire) que permitía bajarse libros digitales del propio sitio online más rápido y más barato. Y ahora ha llegado la bomba: Amazon, convertido en editor hace ya algún tiempo, está socavando agresivamente el terreno de los editores y agentes literarios convencionales, dirigiéndose directamente a los escritores y ofreciéndoles excelentes condiciones económicas y de difusión. Y proporcionándoles acceso a la base de datos de Nielsen, lo que les permite conocer sin excesiva demora la marcha comercial de sus libros (una antigua reivindicación de los autores). La teoría que hay detrás de todo ese imperialismo comercial-industrial es muy simple, y ha sido cabalmente expresada por uno de sus ejecutivos. Más o menos: "Las únicas personas necesarias actualmente en el proceso de edición son el autor y el lector; todo el que se mantenga en medio tiene a la vez riesgos y oportunidades". Para dirigir su rampante división editorial Amazon contrató hace algunos meses a un viejo conocido: Laurence (Larry, para los amigos) Kirshbaum, un personaje que ha ido tocando todos los palos necesarios para hacerse un nombre en el complejo sector editorial estadounidense. Periodista (y autor), editor forjado en Random House y, más tarde, en Warner (vicepresidente de marketing) y en Time Warner (presidente de la división de libros), fundó luego su propia agencia literaria. Y ha trabajado con autores tan vendedores como Malcolm Gladwell, Scott Turow, Michael Connelly o James Patterson, de modo que sabe de qué va el negocio. Este otoño Amazon publicará más de 120 libros de autores y temas muy diversos, algunos arrancados a editores convencionales (que son los que suministran los libros que vende online) o puenteando a los agentes literarios. El secretismo más absoluto es una de las señas de identidad de la compañía, de modo que todavía se sabe poco de sus planes. En todo caso, en el sector editorial norteamericano están que no les llega la shirt al body. Los más apocalípticos afirman con sarcasmo que, por ese camino, Amazon podría llegar incluso a sustituir al autor de carne y hueso por programas informáticos procesados por máquinas inteligentes. Al fin y al cabo, lo único que verdaderamente necesita el negocio son lectores (al menos por ahora).

Ilustración de Max.
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