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Columna
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Inquietud tras la elección

Las primeras elecciones tunecinas tras la revolución han sido un éxito agridulce. La participación ha superado todas las expectativas y la organización del voto, a pesar de las colas, fue más que satisfactoria. Se disiparon, pues, las dudas de los que creían que era demasiado temprano para una buena elección. Según todos los indicios, sin embargo, el resultado no va a gustar a muchos, y no solo en Túnez. En Nahda, el partido de corte islamista, lleva la delantera en el recuento y se postula como claro vencedor de los comicios. Antes de alarmarse por una supuesta marea verde y empezar a dar por perdido el mundo árabe entero, conviene hacer balance de lo que representa esta elección.

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Si la tendencia de los resultados parciales se confirma, las primeras elecciones tras la primavera árabe se saldarán con el triunfo indiscutible de un partido cuyas credenciales democráticas son, por lo menos, dudosas. En Nahda renació de la represión extrema y del exilio impuestos por Ben Alí, luciendo sus credenciales de oposición más auténtica al detestado régimen anterior y exhibiendo músculo financiero y organizativo en una campaña que ha llegado a todos los rincones del país. Su líder, Ghanouchi, se ha prodigado en promesas conciliatorias y en comparaciones con el partido gobernante en Turquía, el islamodemócrata AKP. Pero los liberales laicos tunecinos no olvidan sus declaraciones en otras épocas, mucho más radicales respecto a temas como la blasfemia o el papel de los no creyentes, y ven con temor la radicalidad de una parte de las bases del partido, algunas de las que responden al temido estereotipo de los intolerantes barbudos de la vecina Argelia.

Es importante recordar que estas no son unas elecciones ordinarias, sino que se elige una asamblea cuyo papel principal será redactar la nueva Constitución del país y que debería estar en ejercicio aproximadamente un año para dar paso a nuevas elecciones que elijan, ya con las nuevas reglas del juego, un Gobierno plenamente legítimo. Si En Nahda juega en este período un papel preponderante, tendrá la ventaja de poder dar forma a esta Constitución, erosionando tal vez los principios laicos sobre los que Habib Bourguiba fundó la república tras la independencia de Francia en 1956. A la vez, sin embargo, sufrirá el desgaste característico de los primeros años de un Gobierno de transición, atrapado entre la impaciencia de los ciudadanos y los formidables obstáculos a la reforma, desgaste del que a menudo cuesta recuperarse (véase el caso de UCD en España). Si el proceso constitucional mantiene su carácter inclusivo y de consenso y las instituciones fortalecen su independencia, el proceso democratizador en Túnez avanzará. La vulnerabilidad viene, sin embargo, de la poca madurez de los contrapoderes existentes: fragmentación de los laicos entre muchos partidos, descrédito del poder judicial, medios de comunicación frágiles y faltos de profesionalidad.

A la espera del resultado definitivo, apunta una segunda tendencia: parecería que los partidos de izquierda moderada han tenido mejores resultados de los esperados. Con mayor modestia de medios no solo que los islamistas, sino también que las opciones más a la derecha favorecidas por el sector de negocios, estos partidos han sabido conectar los instintos seculares, fuertes en una parte significativa de la sociedad tunecina, con la doble aspiración de las revueltas de la dignidad: de un lado libertad y derechos, del otro, justicia social. Desde Occidente hay una tendencia a considerar elementos fundamentales de la revolución las reivindicaciones de derechos políticos y la crítica a la corrupción, y a olvidar el rechazo a la creciente desigualdad causada por el liberalismo económico.

Las primeras elecciones son un momento complicado en cualquier transición: en Túnez, el proceso ha sido creíble y exitoso y ha contado con la participación masiva de los ciudadanos. Los consensos del periodo entre la revolución y las elecciones dejaron a un Túnez más comprometido con las convenciones internacionales de derechos y permitirán la entrada de un número importante de mujeres en el nuevo Parlamento. Ahora se plantea el reto de un proceso constituyente y un primer Gobierno controlados por los islamistas. Antes de interpretar los resultados en clave de los intereses occidentales, conviene destacar el éxito de las elecciones, que sienta las bases para una posterior evolución. Túnez ha pasado su página revolucionaria eligiendo las opciones percibidas como más alejadas del odiado régimen de Ben Alí. Empieza una nueva fase, la constitucional. La posición preponderante de En Nahda da motivos para la inquietud, pero en los últimos meses los tunecinos nos han proporcionado motivos para seguir confiando en su buen juicio, su capacidad de movilización y su hambre de democracia como la mejor vacuna ante una posible deriva autoritaria.

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