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CLÁSICA | ORQUESTA DE CLEVELAND

Brillante y cálido

A tenor de lo escuchado el domingo, la sombra de sosería interpretativa que ha acompañado con frecuencia el nombre de Franz Welser-Möst no se sostiene ni de lejos. Podría pensarse, incluso, que quiso cargar las tintas en el lado opuesto para contrarrestar esa fama. No en los gestos, desde luego, comedidos al máximo (aunque sumamente eficaces y precisos). Pero sí en el color y carácter que dio a las partituras. La obertura de Euryanthe tuvo un brillo espléndido desde el primer compás, y en su lectura parecían adivinarse las raíces, profundamente alemanas, de Los Maestros Cantores wagnerianos. Pudo ser casualidad, pero fue el Preludio del III acto de esta obra el que cerró, como regalo, la sesión. Tras la obertura de Weber sonó la Doctor Atomic Symphony, del compositor estadounidense John Adams. Elaborada a partir de la ópera homónima que se estrenó en 2005, está basada en la primera prueba secreta de una bomba nuclear (Los Álamos, 1945). La partitura produce más vértigo que pánico, y más melancolía que terror. El lenguaje de John Adams resulta asequible, expresivo y sintetizador, pero las dificultades en la ejecución no fueron pocas, aunque se resolvieron con gran destreza por todas las secciones y solistas de la inconmensurable orquesta de Cleveland. La batuta mantenía la tensión necesaria, mientras que largas notas sostenidas por los cobres proporcionaban a la música una naturaleza solemne y casi organística. La temática de la obra, por otra parte, tras la reciente tragedia de Fukushima, resulta especialmente sensible para todos.

ORQUESTA DE CLEVELAND

Director: Franz Welser-Möst. Obras de Weber, Adams y Chaikovski. Palau de la Música. Valencia, 23 de octubre de 2011.

Welser-Möst hizo después una Cuarta de Chaikovski con tiempos mucho más rápidos de lo habitual y contrastes muy acentuados. Tanto es así que el tono fatalista casi desapareció en un mar de atmósferas límpidas, con gran atención a las voces internas y una lógica implacable en el desarrollo sinfónico. El famoso tema del destino sonó a veces como una fanfarria, pero no quedó por ello desnaturalizado. El pizzicato del Scherzo resultó alado y mágico. En el Finale, los músicos americanos se lanzaron como locos a una velocidad verdaderamente arriesgada, pero no dieron ni una nota falsa. Tampoco hubo un solo momento aburrido, ni una sola frase rígida. En resumen: el director austriaco parece tener sangre en las venas. Y no poca.

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