El Madrid se redimensiona
El Lyon llegó a Madrid a encerrarse en el último tercio o el último cuarto de la cancha y convertir en lateral a un centrocampista y en centrocampista a un delantero cuando no dispusiera del balón. El planteamiento, más cercano al terror que a la cautela, buscaba evitar ceder espacios a los ya famosos contragolpes blancos. Luego, esperar que en esa verticalidad se produjeran los huecos necesarios para la salida.
Desde el primer minuto se percibió que el Madrid conocía esas intenciones. Respondió al hacinamiento con 700 pases, circulación horizontal, gran movilidad y una dosis de paciencia a la que no nos tiene acostumbrados. A esto agregó la habitual atención de la defensa, muy alta, y la agresividad de Arbeloa y Marcelo a la hora de mantener cercanas las líneas y frenar cualquier intento de salida por los costados. La cadencia del Madrid con el balón dejó pasmados a los jugadores del conjunto francés, que, al igual que esos estudiantes que solo leyeron la sinopsis del libro, no supieron articular una respuesta ante un planteamiento inesperado.
Si bien la pasividad de los rivales a la hora de presionar para recuperar (no importa en qué parte del campo un equipo decida esperar, en algún sitio la presión debe comenzar) facilitó el trámite, sería una reducción pensar que el Madrid se permitió desplegar ese juego por debilidad del adversario o por su planteamiento. La táctica sugestionada del Lyon fue producto del temor por la fase más destructiva del juego blanco. Los cuatro goles y las eficaces variantes en su juego fueron méritos propios.
En Málaga un muy mejorado Kaká hizo de Özil e Higuaín volvió al equipo de entrada. El cuadro local, al revés que el Lyon, salió a presionar alto y con ímpetu, pero se perdió rápidamente en ese laberinto de variantes que fue el Madrid la última semana. En apenas 37 minutos desfondó el partido con un juego tan sólido y agresivo en la fase de recuperación del balón y tan variado y eficaz en la fase ofensiva que daba la impresión de estar mirando una edición o un resumen con jugadas de partidos diferentes. Basta con repasar los cuatro goles del sábado, que fueron un compendio de aptitudes, para darnos cuenta de la amplitud del registro que recorrió el Madrid en Málaga.
A los 10 minutos lució su versión vertical. En solo 15 segundos un anticipo de Pepe lo transformó Xabi Alonso en una pelota de ataque para que una precisa y rápida combinación entre los cuatro de arriba culminara en el primer gol.
Para el segundo combinó el juego horizontal con velocidad en corto y en largo. La pelota se movió sin pausa de derecha a izquierda utilizando todo el ancho del campo para luego volver a cruzar hasta llegar a Di María con un lanzamiento tendido de Kaká. Dos giros horizontales completos y un centro a pierna cambiada que conectó Cristiano para el mejor gol del partido.
Hambre, coordinación colectiva y talento individual se combinaron para el tercer gol. Presión altísima del Madrid que recuperó el balón tres veces en menos de 30 segundos en los tres cuartos de cancha. Demasiado para cualquiera. Más aún si tras el robo recibe y gira Cristiano en la medialuna. Más aún si Kaká cruza y le arrastra la marca para limpiarle el camino.
El cuarto gol corrobora el trabajo ofensivo a balón parado. Si contra el Lyon Cristiano atacó el primer palo y Benzema agrandó el arco con Ramos, el sábado Pepe arrastró marcas y el resto buscó el segundo palo. Cristiano, liberado, marcó por el centro.
Si las premisas en el plan de ataque no son invariables y el equipo acierta al elegir cuándo conviene la velocidad y cuándo la paciencia, el compendio de soluciones se amplía. La capacidad para entender los partidos y responder con un juego más plástico o más vertical según los momentos o las intenciones del rival o para lograr combinarlos en un mismo partido representa un salto cualitativo al alcance de pocos. El juego del equipo cobra una nueva dimensión.
La última semana, el Madrid subió un escalón y se superó a sí mismo. Reafirmó la alegría por su presente y multiplicó la ilusión por su futuro.
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