Natalicio en el Elíseo
Es la primera vez en la historia que un jefe de Estado francés, al menos desde la época republicana, es padre en el ejercicio de su cargo. El presidente Nicolas Sarkozy, a sus 56 años y cuando ya es abuelo, ha protagonizado ese gran inédito parisino.
Su esposa, la excantante Carla Bruni, de 43 años, ha sido la feliz madre que dio a luz el miércoles en París a una niña que se llamará Dalia. Sarkozy ya tenía tres hijos, todos varones, dos de su primera esposa y un muchacho de 14 años, de su segunda mujer, Cecilia, de origen español, y es abuelo por parte de uno de los hijos del primer matrimonio. Bruni también es madre de un hijo de 10 años, de una relación anterior.
Pero lo que llama más la atención es cómo, tanto si los padres lo han querido como si no, el nacimiento reviste inevitablemente una importancia política. En mayo de 2012 se celebrarán las elecciones presidenciales en las que marcha viento en popa la candidatura socialista de François Hollande, elegido el domingo pasado sobre la alcaldesa de Lille, Martine Aubry.
Nadie puede medir el efecto mediático del natalicio, sobre todo en un país como Francia, en el que la opinión ilustrada frunciría el ceño si alguien insinuara que los bebés cuentan más que los programas políticos. Pero es difícil imaginar que la recién nacida no vaya a desempeñar ningún papel en el futuro, como decoración en la iconografía de la presidencial familia.
Es cierto que Carla Bruni mantuvo un silencio y una discreción muy de agradecer durante la mayor parte de su gestación, pero desde comienzos de septiembre ella y su abultada figura han sido materia prima frecuente de los medios, como si alguien le hubiera dicho que una oportunidad así no se puede dejar pasar.
Sarkozy lleva todo este año en caída casi libre en los sondeos. La austeridad formal de la vida pública francesa, cuando menos como ideal a exaltar, se compagina mal con el culto del presidente al gran mundo del dinero y el lujo.
Este es, quizá, por ello el mejor momento para comprobar si es cierto que los niños nacen con un pan -político- bajo el brazo o una cucharilla de plata en la lengua.
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