Visita guiada con el antiguo botones

A mediados de los cincuenta, el hotel Madrid lo frecuentaban actores de poca monta que alquilaban las habitaciones por horas para sus escarceos amorosos, viajantes, gente de provincias, militares con petate y actores o cantantes que actuaban en el teatro Calderón. Pedro Rubio Cruz entró a trabajar en el hotel como botones a los 12 años con una partida de nacimiento que le falsificó su tía. Tenía que tener 14 para poder trabajar. A los 65, vuelve a cruzar el umbral del edificio abandonado hasta hace unos días. Pedro Rubio, jersey al hombro, elegante, viene a visitar el hotel en el que trabajó, ahora okupado por los indignados. En la cafetería se debate el uso que se le va a dar. "Esto que estáis haciendo es maravilloso", le dice Rubio al primero que pasa. "Es una vergüenza la cantidad de edificios vacíos sin ningún uso, mientras hay familias enteras a las que el banco ha quitado el piso".
De botones, siendo un crío, se encargaba de buscar entradas para el fútbol, los toros o el teatro para los clientes. Recuerda haber visto por estos pasillos a las actrices Paquita Rico o Lina Canalejas. En la segunda planta había oficinas y una consulta de enfermedades venéreas. "No sé qué tratamientos harían allí, pero a veces se oían gritos", cuenta. El dueño del lugar, un señor al que trataban de don y que había hecho fortuna en América Latina tras la guerra, dormía en la suite principal. "Era un hotel bastante decente. Entonces no había estrellas pero sería como uno de tres", añade Rubio, que acabó de sobrecargo de Iberia.
A finales de los ochenta el hotel pasó a llamarse Real Madrid. Una década después echó el cierre y cayó en manos de la inmobiliaria Monteverde, especializada en remodelar edificios de lujo. Antes de irse, Rubio echa un vistazo a la fachada y cae en la cuenta de que los indignados han suprimido la R de Real. Vuelve a ser hotel Madrid a secas. Para el movimiento no hay nobleza que valga.

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