Nadie... nunca

De muy estimulante puede calificarse el trabajo de esta compañía mexicana, con un tratamiento comunicativo de dinámica y figuras en coreografías atentas a los dramas cotidianos y generacionales, cargadas de sensualidad y apoyándose en un constante diálogo físico de fuerte impronta expresiva.

La velada se compuso de cinco piezas cortas; abrió un solo y cerró otro, como si el artista estuviera destinado a esa soledad mayor y poderosa que es, figuradamente, su traje vital. La primera creación, Frágil, de Carmen Werner (que hace una encomiable labor de cooperación con el conjunto), fue bailada por Georgina Gutiérrez con concentración y atenta a los cambios dramáticos. La última, titulada Adiós y creada por Gutiérrez sobre la espléndida música para violín de Yann Tiersen, fue el momento de mayor calado de la noche. Estuvo a cargo de Carlos Zamora, exquisito bailarín sensible, de lirismo propio y capacidades sutiles; su baile transmite desde la orfandad al deshielo moral, del desamor a la búsqueda, cuando salta o cuando cierra ese círculo de arena sobre sí mismo, como lo inevitable.

En el segundo dúo, los muebles se hacen metáfora de la relación, activan la articulación del fraseo bailado. También el trío de Javier Basurto tuvo impacto.