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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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Elecciones raras

Soledad Gallego-Díaz

En una no campaña como la que se viene desarrollando con vistas al 20-N cobra la mayor importancia la celebración de debates televisados, todos los que se pueda, entre los dos principales candidatos, porque parece que esa será, realmente, la única ocasión que vamos a tener los ciudadanos de centrar algunos temas de debate.

Hasta el momento, no ha existido el menor intercambio entre las dos opciones que se supone tienen el mayor peso electoral. El PP continúa con la misma estrategia que lleva desarrollando desde que Rajoy fue por primera vez candidato, de "dormir" al máximo las campañas, y parece que, en esta ocasión, el no tomar riesgos, no decir cómo ve la situación y no defender ninguna idea concreta, va a darle un resultado extraordinario.

Las encuestas que llevan a Rajoy en volandas indican una ciudadanía ansiosa. Defraudarla sería suicida

El PSOE, que está en una situación tremenda, tiene también enormes dificultades para desarrollar sus propuestas, sometido como está Alfredo Pérez Rubalcaba a la ducha escocesa que le abre sobre cabeza, día sí y día no, el todavía presidente del Gobierno. Si ya era difícil su labor, las insólitas decisiones que está tomando Rodríguez Zapatero en los últimos días de su mandato (reforma de la Constitución, cesión de la base de Rota para el proyecto militar norteamericano de creación de "escudos antimisiles") suenan como clavos en un ataúd. Dios libre a los pobres ciudadanos de presidentes que se quieren inmolar y que arrastrarán detrás de sí a lo que haga falta para cumplir su designio.

La tercera opción tradicional, al margen de los partidos nacionalistas, es decir Izquierda Unida, tampoco ayuda a animar el debate porque su máximo dirigente, Cayo Lara, provoca encefalograma plano en los ciudadanos y porque sus mejores esperanzas se basan en mantenerle lo más callado posible y esperar tranquilamente que vayan cayendo de su lado algunos votos de quienes no quieren votar al PSOE.

La verdad es que estas van a ser unas elecciones muy raras, marcadas por la huida del voto del partido socialista. Y, por supuesto, por un entorno internacional agobiante y una posible agenda europea que impacta directamente en el proceso electoral y que se ha convertido en el único elemento relevante de los pocos días que quedan para las elecciones. Según todos los sondeos, el PP se encamina a una victoria muy fuerte, pero en un entorno muy anormal que, seguramente, debe poner algo de sordina en sus expectativas.

A poco más de un mes del 20-N no es posible saber cómo va a gobernar el PP. Cierto que los ciudadanos no parecen necesitar esas precisiones y que les basta, por lo menos hasta ahora, la idea de que un cambio llevará necesariamente a una mejora. Pero eso mismo debería obligar a los responsables del PP, y sobre todo a Mariano Rajoy, a pensar que tendrá que marcar muy pronto una línea clara, dar rápidas señales de por dónde piensa transitar, bajo la amenaza de que esos mismos ciudadanos, y la sociedad en su conjunto, vuelvan a caer en la parálisis y el desánimo que ahora les atenaza.

Por muy poco dado que sea Rajoy a enviar mensajes claros y a desarrollar un plan, es imposible que crea que podrá dejar pasar los meses sin demasiadas concreciones o análisis. Los ciudadanos tenemos derecho a que explique durante el debate electoral cómo va a afrontar la reforma laboral, la regulación del sistema financiero o la financiación autonómica y local. Tenemos ese derecho. Es posible que Rajoy no esté dispuesto a respetarlo y que piense que su mejor opción es, por el momento, la ambigüedad. Sus electores parecen comprender esa estrategia. Pero, si como predicen los sondeos, llega al Gobierno, sea con la mayoría que sea, esa misma actitud puede ser entonces letal para una sociedad que necesita con la mayor urgencia recibir un impulso y unas cuantas seguridades. Las mismas encuestas que llevan a Rajoy en volandas, indican una ciudadanía terriblemente ansiosa. Defraudarla sería suicida no solo para el PP sino para todo el país. -

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