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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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El día después

Josep Ramoneda

La lucha por el poder en cualquier ámbito es también la lucha por el control de la palabra. Gana el que consigue imponer sus categorías a la opinión pública. Un ejemplo de ello está en la palabra austeridad. Entre la austeridad necesaria y la austeridad proclamada hay una distancia que puede medirse según diversos puntos de vista. Pero esta medición, que es la que permitiría optar por políticas alternativas, está condicionada porque la palabra austeridad ha ganado la batalla de la opinión pública. La ciudadanía la está aceptando día a día como algo irremediable. La austeridad forma parte de las figuras de la virtud. Y de ella surge en cadena una lista de palabras complementarias que la refuerzan: sacrificio, rigor, responsabilidad y un largo etcétera. Los propagandistas de la austeridad parecen haber olvidado el consejo del clásico: en la virtud como en el vicio, nunca el exceso. Y aunque el exceso de austeridad amenaza con condenar a la sociedad al estancamiento, hay diversos -y a veces contradictorios- cálculos sobre los dividendos que puede producir, que justifican la presión ideológica sobre la ciudadanía.

En el caso español, la ideología de la austeridad tiene música de acompañamiento: una cantinela que habla de ineficiencia de lo público y del Estado de las autonomías como máquina del despilfarro. Cualquier nuevo anuncio, globo sonda o propuesta de recorte viene acompañada de un sinfín de argumentos sobre la incompetencia de lo público, la frivolidad de sus criterios de gasto o la inutilidad de muchas de sus inversiones. Poco importa que en este país la deuda privada sea mucho más importante y grave para la economía de todos. Poco importa que el apalancamiento incontrolado de muchas empresas y la irresponsabilidad del sistema financiero dando dinero con una alegría impropia hayan tenido como consecuencia el cierre de empresas, ERES, paro masivo y el corte del suministro de crédito necesario para que la economía española pudiese recuperar la senda del crecimiento. Se actúa como si el único problema fuera el despilfarro público. Sin duda, hay que optimizar el funcionamiento de las instituciones, hay que conseguir que la política encuentre los tiempos y los ritmos necesarios para adecuarse a la aceleración de las cosas, pero no puede ser el chivo expiatorio. Dos años después de los primeros rescates, alguien, Dur - o Barroso, ha dicho algo evidente a los ojos de la ciudadanía: el dividendo y los bonos de los bancos tienen que servir para recapitalizarlos. ¿Se llevará al viento estas palabras? El honor de la política está en juego.

Desde las recientes municipales y autonómicas, el Estado autonómico es el nuevo culpable de todos los males. Poco importa que el déficit del Estado central sea superior al de las Comunidades Autónomas. Poco importa que parte del déficit del Gobierno central se transfiera de modo bastante desleal a las autonomías. Fuego contra el Estado autonómico.

¿Qué hay detrás de estos discursos? La privatización de servicios públicos y lo que el PP llama el cierre del Estado autonómico. Desde que, en los años ochenta, empezó el ciclo de hegemonía conservadora, la tendencia, que a España llegó con un poco de retraso, ha sido la transferencia al sector privado de muchos servicios públicos. La austeridad es un buen camino para empujar un poco más en esta dirección. El cierre autonómico ronda en el ambiente español. El pecado de origen es conocido: había dos problemas, para neutralizarlos se crearon 17. Pero el PP está preparando el terreno para la restauración precisamente cuando hay noticias de los dos problemas: el País Vasco entra en la etapa posterrorista y en Cataluña, donde crece una mayoría líquida por la independencia, CiU habla de concierto económico. Tela para el día después: el concierto es de difícil aceptación para un Gobierno español, pero puede poner en evidencia los límites ya no económicos sino políticos del Estado de las autonomías. Mientras el PP busca un paso atrás, en la periferia llega la hora de los pasos adelante. Poderoso caballero es don dinero: algunos piensan que las afinidades en política económica entre PP y CiU podrán más que las reivindicaciones catalanas. Pero ante una mayoría absoluta del PP, la bandera del concierto dará para mucho.

A principios del siglo pasado, Bertrand Russell escribía: "Hay una concepción suprema que recuerda el motor inamovible de Aristóteles: es la del gobernante quieto en el centro, mientras que todo lo demás gira alrededor de él a velocidades variables, dándole así el máximo de movimiento relativo. Este papel está reservado para nuestros superhombres, especialmente los financieros". Podría haberlo escrito hoy.

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