De euforia en euforia
Tan sólo cuatro años y menos de 200 páginas procuran los medios para reconciliarse con la ironía, la inteligencia y la independencia de juicio. Eso es lo que sucede con la nueva entrega de los diarios de Iñaki Uriarte, esta vez algo más desnudo y algo más descarado en su rasa y explícita vida de lujo si el lujo es un adorno del alma y del cuerpo, si el lujo es compatible con las pastillas y los tranquilizantes, con las rumias y las inanidades capaces de arruinarlo todo. El lujo de este libro es tan humilde como la voz de Montaigne -un bajo continuo del autor- y tiene la jugosidad del observador perspicaz y cabal, cordial y diría que felino si no pareciese contaminación de sus amores gatunos.
Diarios ( segundo volumen: 2004-2007)
Iñaki Uriarte
Pepitas de Calabaza. Logroño, 2011
186 páginas. 15 euros
La gasa de la humildad está en una línea -"he leído los recientes libros de Marías y Bolaño, obras maestras para muchos. No creo que vuelva a ellas nunca"- y está también en un clima que lo atenúa todo para quedar en suspensión levemente irónica, a veces astutamente perpleja y casi siempre calculada. Porque estas anotaciones van sueltas pero cada una de ellas está abotonada con el cuidado de que valga por sí misma y valga también como matiz para un mapa referencial que es social y político, que es ideológico y es ocioso, que es estético y es ético, seguramente porque en ese mapa navega un individuo particular y su autorretrato literario. Reconforta como lo hace la literatura brotada a medias de la intención y a medias de algo parecido a la biología del autor: "No me quejo mucho, desconfío poco de la gente, tengo fe en el progreso y tiendo a ver las cosas buenas antes que las malas".
La observación de los otros (y en gran medida de uno mismo) emulsiona en anotaciones casi siempre breves, apenas narrativas, de efectividad moral sin fe de moralista y dotadas de una frescura de cosa recién exprimida, pese a la edad (o quizá precisamente porque sospecha que más allá de los 60 años no nos hacemos más sabios sino más inflexibles, más raros y más intolerantes). La lucidez de los demás a mí me euforiza sin remedio y este librito, como el primero, me ha traído y llevado de euforia en euforia (como la ruta que trazan las lianas en medio de la selva). Y por muchas razones las sintonías me asaltan también sin querer. Carece de resentimiento quizá porque carece de ambiciones fundamentales, insatisfechas como todas las ambiciones fundamentales: ser escritor, ser novelista, ser cualquier cosa. No tiene madera de héroe pero tiene el aplomo que da la buena cuna y la hacienda protegida y con ellas el don de decir lo que piensa con poco aparato y casi con las disculpas adelantadas por si alguien se molesta: "Recopilo citas desde los egipcios y los griegos en las que se habla de los viejos y buenos tiempos y se censura a la juventud de la época" (pero no las utiliza contra nadie) o coloca una brevería tan cruda como esta: "Yo creo que el anticatalanismo es la esencia del nacionalismo español". Dadas las fechas, el tomo tiene la impagable ventaja colateral de evocarnos de nuevo la abyección de un Gobierno entero mintiendo sobre los atentados del 11-M en Atocha, pero no es mejor eso que el puñado de paradojas que lo nutren aquí y allá: "Cada vez que nos vemos me reprocha que una vez le dije que me parece demasiado susceptible". En realidad, la primera línea del volumen es casi todo lo que hace falta saber para seguir leyendo: "Continúa la buena racha y casi no apunto nada".
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