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El veto a Siria y sus implicaciones geopolíticas

Javier Solana

El pasado 2 de octubre, la disidencia siria daba luz verde en Estambul al establecimiento formal del Consejo Nacional de Siria. Sin duda, el paso más serio dado hasta el momento por una fragmentada oposición, que desde mayo buscaba aunar a todas las corrientes y dirigir de forma pacífica la revuelta contra Al Assad. Y una inyección de moral para la población, que reclamaba un interlocutor más fuerte y unificado.

Solo dos días después de su creación, el embrionario Consejo se llevaría su primer gran revés. Francia, Reino Unido, Alemania y Portugal, en colaboración con Estados Unidos, presentaron ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el borrador de resolución que buscaba condenar la represión siria y poner fin al uso de la fuerza contra la población civil.

Si no tiene protección internacional, un movimiento que es pacífico puede entrar en una nueva etapa
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La propuesta contenía términos muy ambiguos como "medidas específicas" u otras "opciones". Hacía hincapié en la soberanía, independencia e integridad territorial de Siria. Remarcaba la necesidad de resolver la actual crisis de forma pacífica, mediante un proceso político inclusivo liderado desde la propia Siria, llamando así al diálogo nacional. Expresaba su intención de reconsiderar las opciones en 30 días, frente a los 15 días del anterior borrador. Y en su conjunto, presentaba una redacción altamente edulcorada y vaga con respecto al texto presentado el pasado junio.

El objetivo era evidente: lograr la abstención de Rusia, y en su defecto, de China. Aun así, no fue posible recabar los apoyos necesarios. Rusia y China votarían en contra. Brasil, India, Sudáfrica y Líbano -por razones obvias- se abstendrían. Y solo los nueve miembros restantes del Consejo de Seguridad votarían a favor. ¿Cuáles serán las implicaciones de este rechazo?

En primer lugar, la más obvia: una escalada de violencia en el plano doméstico. Desde que las protestas estallaron el pasado marzo, ya son 2.700 los fallecidos, más de 10.000 los desplazados a Turquía, y miles más el número de detenidos. El Gobierno no vacila a la hora de disparar contra la población civil, de llevar a cabo asedios en las ciudades o de establecer un embargo en la electricidad y en el agua a aquellas ciudades que han protagonizado levantamientos.

Hace pocos días, un artículo del diario The New York Times citaba a un oficial que cifró en 10.000 el número de militares que han desertado del Ejército sirio. Y de entre ellos, varios cientos se han unido a movimientos rivales como the Free Syrian Army and Free Officers Movement. De no ofrecer ningún tipo de protección internacional, corremos el riesgo de entrar en una nueva etapa de un movimiento, que como en otros países de Oriente Medio, surgió con un carácter pacífico.En segundo lugar, las implicaciones regionales. Siria es un actor estratégico en Oriente Medio. Ha sido uno de los países que más hostilidad ha manifestado hacia Israel, canalizada principalmente a través de su apoyo a Hamás en Gaza y a Irán y Hezbolá, sus dos aliados principales. Un mayor deterioro incontrolado de Siria amenazaría con desestabilizar Líbano. Y alteraría la influencia geopolítica de Irán en la región.

La evolución de Siria también es seguida muy de cerca por Irak, donde las fuerzas políticas chiíes gobiernan el país. Y por Turquía, para quien hasta hace relativamente poco Siria era la piedra angular de su política exterior en la región.

El impacto directo de Siria en las estructuras de poder regionales es, así pues, incuestionable. Y mucho más delicado en la situación actual de revueltas, inestabilidad y reivindicaciones de apertura política que atraviesa la región en estos momentos.

Las demandas de la población siria son generalizables a toda la región. No son producto de una conspiración extranjera. La población siria, con su lucha y sus demandas, ha dejado clara su manifiesta voluntad de encaminarse hacia un proceso de transición democrática.

Lo que me lleva al tercer punto, las implicaciones internacionales. La comunidad internacional debe hacerse eco de estas fuerzas de cambio y responder en consecuencia. Si analizamos los votos, observaremos que en el bloque de los BRICS -por casualidad todos presentes en el Consejo de Seguridad- dos países vetaron y el resto -tal y como sucedió en Libia- se abstuvo. Por lo que ninguno se alineó con la posición de la UE y de Estados Unidos.

En la resolución sobre Libia, los BRICS "dejaron hacer". En Siria no. Recordemos que actualmente el Consejo de Seguridad cuenta con países como Alemania, Brasil, India y Sudáfrica como miembros no permanentes, junto con China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia como miembros permanentes.

Su estructura no variaría sustancialmente si se conformase un Consejo de Seguridad "ideal" más acorde con la distribución de poder. Y el hecho de que no hayamos logrado un acuerdo sobre Siria, nos obliga a reflexionar sobre las dificultades que seguiremos encontrando en la gestión de la seguridad global.

Cierto es que no existe un modelo de intervención one size fits all. Pero ello no significa que debamos eximirnos de nuestra responsabilidad de proteger; un bello concepto que fue promovido por Kofi Annan y aprobado por todos los Estados miembros durante la Cumbre Mundial de las Naciones Unidas en 2005.

El apoyo a la resolución habría debilitado la posición de Assad en el Gobierno, al saberse aislado de sus apoyos tradicionales. Habría mostrado unanimidad por parte de la comunidad internacional en su rechazo a la represión. Y transmitido determinación en su voluntad de proteger a la población siria; siempre recordando que la resolución no habla en ningún momento de intervención militar.

Las sanciones adoptadas por la Unión Europea y Estados Unidos contra el régimen de Assad no son suficientes. Si la actuación no se canaliza y legitima desde el Consejo de Seguridad, las opciones al alcance son limitadas.

Así como el G-7 dio paso al G-20 ante la irrupción con fuerza de países como China, India o Brasil en la escena internacional; del mismo modo que en 2010 se aprobó una ambiciosa reforma en el FMI para reflejar los nuevos cambios en la distribución del poder -y se continúa trabajando en ello-; resulta igual de necesario que el cambio (en la asignación de derechos y deberes) no se limite únicamente al ámbito económico.

Frente a los beneficios obvios que la globalización ha generado en muchas partes del planeta, encontramos una cara menos amable. Aquella de la seguridad, donde, pese a nuestro grado de interdependencia, no somos capaces de lograr los consensos suficientes para resolver los temas que apremian. Y hoy Siria es uno de ellos.

Nadie dijo que la línea hacia la mayor gobernanza global fuera lineal y sencilla. Pero sin estructuras de poder eficaces, y sin compromiso real de todos los actores, el mundo de hoy está abocado a numerosos conflictos, con un futuro no muy prometedor.

Javier Solana es presidente de ESADEgeo Center for Global Economy and Geopolitics. © Project Syndicate, 2011.

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