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Reportaje:

La tripulación del 'Titanic'

La incertidumbre reina entre los trabajadores de NCG - Las diferencias no las marca la entidad de procedencia, sino, sobre todo, el grado de veteranía

"Vergüenza, indignación... y desánimo". La reacción de los trabajadores de Novacaixagalicia es tan unánime en el sentimiento y en las palabras con las que lo expresan que parece una consigna. No hay apenas diferencias según su nivel profesional o su origen (norte/azul/Galicia o sur/verde/Nova). También son unánimes en reclamar anonimato, por lo que los nombres y otros detalles que los identifican son ficticios. Lo estrictamente verídico es lo que dicen algunas de las casi 7.000 personas que hasta hace nada eran los tripulantes de dos orgullosos navíos financieros, refundidos en lo que parecía un transatlántico y ahora es un barco apañadito con el timón en manos ajenas, y que navega por mares revueltos.

"Todos lo sabíamos", dice Marta de las prejubilaciones millonarias
María: "Nos han tomado el pelo y parece que la culpa es de los ordenanzas"

"Creo que pensamos lo mismo que piensa la gente de la calle", resume Pedro, desde hace diez años cargo medio en los servicios centrales. Es azul, pero considera que las diferencias se deben más a otros factores que a la entidad de procedencia. "Hay dos perfiles de dirigentes. El recién llegado, que considera que hay que tirar adelante, y los de los 25 años de servicios, que se sienten como si hubiesen descubierto que sus padres, o sea los jefes de siempre, tenían responsabilidades en el Holocausto. 'No lo entendéis. La Universidade de Vigo sin la caja no sería nada', dicen. Socialmente va a ser un desastre". "Prácticamente pagábamos la programación cultural de todos los ayuntamientos", dice Mario, también de los servicios centrales.

Los primeros que temen el desastre son los trabajadores. "No lo entiendo. Éramos una caja tan tranquila y de repente parece que por nuestra culpa hasta está en cuestión el Banco de España. Veo peligrar mis garbanzos, y no tenemos más información que la de la prensa. No leo el periódico hasta media mañana, pero, cuando voy a trabajar, ya escucho la radio con prevención", dice Belén, que desde hace 30 años, cuando tenía 20, no ha tenido otro empleo. Incluso conoció a su marido en él.

Contra lo que podría parecer, al menos en lo que manifiestan a este periodista, los empleados de NCG no remontan su memorial de agravios a las circunstancias de la fusión. "Estábamos bien, pero tuvimos que hacernos cargo de Caixa Galicia y nos hundimos", dice Marta, una de las pocas que menciona el asunto, 20 años con la camiseta verde. "Creíamos que íbamos a pilotar el asunto y nos encontramos que tuvimos que adaptarnos a los sistema de CaixaNova, más obsoletos", recuerda Pedro. "Precisamente por eso, cuando la fusión se hizo sin problemas, y nos dijeron que teníamos que volver al negocio minorista, al tradicional de las cajas, y poco después vinieron con la exigencia del core capital, no entendimos como Gayoso, un poco la apuesta del PSOE, no había tenido más información para prever el golpe".

Esos vaivenes son los que han minado la moral de los tripulantes de NCG. "Superas la integración, pasas los test de solvencia, hay una inyección de ánimo cuando viene Castellano y ahora, no se sabe por qué, somos peor que un bono basura", se lamenta Pedro. Eso y el escándalo de las prejubilaciones millonarias. "Todos lo sabíamos", confiesa Marta. "Lo peor es que fue por sorpresa. Hubo quien quedó citado un viernes para decidir algo el lunes, y el lunes ya no había con quien reunirse", cuenta Pedro. Tan precipitado que uno de los que abandonaron el barco, Goyo Gorriarán, todavía guarda su Masseratti la sede viguesa. "Me da la risa que algunos finjan sorpresa, porque ya nos las imaginábamos, aunque no tan cuantiosas", indica Elena, una profesional incorporada no hace mucho a la Obra Social. "Lo peor de esto es la quiebra de la confianza del cliente, de que la caja le revertía algo de lo que el depositaba, y ahora piensa que vas a tirar su dinero".

De un somero paseo por algunas sucursales se saca la conclusión de que hay más colas de lo habitual, y quizás menos paciencia en los clientes. "Nos han tomado el pelo y parece que la culpa la van a tener los ordenanzas", dice María, con una experiencia tan dilatada como la de Belén, pero azul. "Yo fui sinceramente partidaria de la fusión, y ahora no creo en nada. Si hay colas es porque tenemos muy reciente la integración de dos sistemas. La gente sacaba más dinero hace unos tres años, cuando corrió el rumor de que nos iban a intervenir. El público que nos conoce se preocupa y nos pregunta cómo estamos. Pero estás en una cafetería y los de al lado hablan del tema. Yo ya no le digo a nadie que trabajo en la caja".

Marta, que trabaja cara al público en una sucursal de una población pequeña, sí ha tenido que aguantar que le hayan llamado "sinvergüenza" y sí cree que el negocio se resiente. "En la caja catalana que había al lado nunca había nadie, y ahora sí". "Claro que la gente te dice 'para pagarme a mí no hay dinero, pero para dar millones, sí'. Y todos los dirigentes cometieron grandes errores y se pusieron sueldos de banqueros alentados por la CECA. Hace cinco años era normal, y ahora es un escándalo", dice José Ramón del Pliego (este sí se llama así, es el responsable de UGT), "pero yo soy optimista, porque la plantilla puede con eso y más, sabe trabajar", dice Del Pliego, cuya camiseta de origen era la amarilla (la de Caja Ourense).

El otro optimista es Mario: "Pero porque soy un privilegiado. Sé cuál es el plan a seguir, y en cuanto dejemos de ser protagonistas de esta especie de La Noria o Sálvame, de dejar de aparecer en los carteles de 'se busca', meteremos lo pasado en un agujero y a seguir", dice. "Lo malo es que, por mucho que hubiese fallado la gobernanza de las cajas, no había por qué cargarse ese modelo progresista de banca semipública, que en Galicia era muy necesario".

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