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Reportaje:EN PORTADA | OPINIÓN

Un teatro para el diálogo

Rosa Montero

En su estupenda introducción al libro Las grandes entrevistas de la Historia (El País Aguilar, 1997), Christopher Silvester dice que, cuando surgió a mediados del siglo XIX, la entrevista era considerada un producto deleznable y de poco postín. Lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que, en aquella época, no existía el concepto de la cultura de masas. Antes al contrario: la masa o populacho sólo era objeto de desprecio (el Manifiesto comunista, que apareció en 1848, resultaba de un extremismo inaceptable para la burguesía), y las labores intelectuales estaban reservadas para un minoritario club de caballeros. De alguna manera la entrevista vino a pulverizar ese coto exquisito y a subvertir el monopolio del conocimiento, porque los periodistas preguntaban, explicaban y divulgaban. Con ligereza, desde luego, incluso con frivolidad, pero gracias a eso pusieron en circulación pensamientos e ideas y consiguieron acercar el latido del mundo a todos los rincones. Esto hizo que la entrevista adquiriera enseguida una gran popularidad; de hecho, se puso de moda hace 150 años y aún sigue siendo la favorita del público.

Entre las entrevistas de personalidad y el psicoanálisis hay bastantes similitudes, empezando por la distancia profesional
En realidad la entrevista es en parte ficción narrativa: un cuento que el entrevistado protagoniza
La cuestión es romper la coraza, bucear un poco. Y para ello se necesita verdadera curiosidad

En realidad la entrevista es en parte teatro y en parte ficción narrativa: un cuento que el entrevistado protagoniza. Y con esto no quiero decir que el periodista invente la interviú, antes al contrario, creo que hay que ser extremadamente exigente con la fidelidad debida a los hechos. Por ejemplo, a la hora de acortar las respuestas (casi siempre hay que resumirlas por cuestión de espacio), es imperativo no alterar ni un ápice la sustancia del razonamiento: si los cortes afectaran la coherencia, mejor prescindir por completo de ese tema. Tampoco son aceptables algunos viejos trucos que no pocos entrevistadores utilizan, como, por ejemplo, poner en tu propia boca, a la hora de escribir el texto, preguntas ingeniosas y desafiantes que en realidad jamás has formulado porque no te has atrevido. Y es que en el momento mismo de hablar con el personaje puede haber mucha violencia soterrada. Así como complicidad, fascinación o espanto. Una entrevista puede estar hirviendo de emociones.

Esa primera parte, el encuentro físico, la conversación, es, ya lo he dicho, un acto teatral. Porque siempre hay algo de representación, de juego de personajes previamente pautado. El periodista acude en su papel de interrogador sagaz y el entrevistado recibe parapetado tras su disfraz público más habitual: la que va de simpática sonríe, el antipático bufa, la intelectual frunce el ceño y el seductor abre en abanico su cola de plumas. Y ahí empieza el trayecto, la pequeña acción dramática. Porque a lo largo de la charla suceden cosas. O deberían suceder. Es decir, una buena entrevista es aquella en la que se producen ciertos cambios emocionales o intelectuales. Puedes haber empezado el encuentro muy fríamente y llegar a alcanzar una insospechada intimidad; o quizá haya un enfrentamiento y un estallido de ira; o es posible que el personaje se rompa. Recuerdo una entrevista de hace muchos años con el actor Yves Montand. Él era sesentón, yo veinteañera. Lo primero que le dije, nada más empezar, fue que había estado fascinada por él en mi adolescencia, y Montand se encendió de placer como una lamparita y sacudió por un momento su penacho de galán. Pero a lo largo de la entrevista le fueron pesando los años, le fue venciendo la melancolía del tiempo y de lo perdido, terminó hablando de los millones de neuronas que se te morían cada día a partir de no recuerdo qué fatal edad y, en suma, se desmoronó ante mis ojos. Fue un trayecto hacia el agujero de la nostalgia que hoy, que ya soy casi tan mayor como él era entonces, creo entender mejor.

Por cierto: mentí. No era verdad que hubiera estado fascinada por él en mi adolescencia. Nunca me había gustado. Pero pensé que podía ser un comienzo útil, y funcionó. Este tipo de recursos me parecen lícitos; forman parte de las armas del entrevistador. El personaje, por su parte, decreta el lugar, el momento, la duración de la charla: esas son sus fichas. Por eso el periodista debe prepararse muy bien el inicio de la conversación, sobre todo si va a ser un encuentro breve. Si sólo tienes, pongamos, media hora, es esencial crear un clima adecuado rápidamente. Delimitar desde el principio el terreno de juego. Cuando habló con la dirigente india Indira Gandhi, la celebérrima Oriana Fallaci empezó con las preguntas más duras y agresivas, en vez de guardarlas para el final, como muchos hacen, por si el personaje se enfada y te echa; sin duda calculó que Indira era una mujer guerrera que iba a estar a la altura de ese reto, y acertó en su estrategia: la entrevista le salió redonda. Recuerdo que, cuando entrevisté por primera vez a Fraga Iribarne, durante la Transición, hace milenios, me sentía bastante amedrentada; la semana anterior, el temperamental político había sacado en volandas de su casa, agarrado por el cuello, a un reportero con el que se había enfadado. Y yo quería, yo debía preguntarle cuestiones por entonces palpitantes y difíciles: ya digo que muchas veces preguntar da miedo. Así que me preparé el comienzo de la charla con exquisito cuidado. Primero le dije: "Me han contado que tiene usted un gran sentido del humor" (cosa que se comentaba de verdad y que era cierta: podía ser muy gracioso). A Fraga le halagaron estas palabras, como es natural, y se apresuró a corroborarlas. Entonces añadí: "También me han contado que puede tener usted unos prontos tan ásperos que la semana pasada sacó a un periodista agarrado del cuello". Y ahí se le mudó un poco la cara y empezó a decir que no, que no era cierto, que lo del periodista no había sido exactamente así y que él no tenía prontos de ningún tipo. Te pillé, pensé con secreto alivio de cobardica: al hacer gala de su sentido del humor, estaba obligado a mantenerlo, y al desmentir sus arrebatos, tendría que esforzarse por controlarlos.

Como es evidente, una interviú es un juego a dos. Por supuesto que el protagonista absoluto es el entrevistado, pero lo importante es la visión que el periodista ofrece de esa mujer o ese hombre. Porque la objetividad, por supuesto, no existe: toda entrevista es una versión del personaje, una traducción realizada por el reportero. Pero no hay que confundir la subjetividad inevitable con las manipulaciones maliciosas: el reportero está obligado a ser todo lo veraz que pueda. Y es que una entrevista escrita puede ser manipulada hasta extremos inimaginables; durante el encuentro real, el periodista puede haber estado fatal, haberse equivocado en las preguntas, haber sido puesto en evidencia por el entrevistado, pero luego, si no tiene escrúpulos, y con el poder casi absoluto que otorga tener la última palabra, ese reportero puede ofrecer una versión totalmente falsa de los hechos. Aún peor: puede engañar al entrevistado y robar un material que no fue acordado como publicable. La famosa entrevista que Truman Capote hizo a Marlon Brando en 1956 es una maravillosa pieza literaria, desde luego; pero, ¿es periodísticamente fiable? ¿Era Brando consciente de que lo que hacía y decía iba a salir en los periódicos? En fin, es tan grande la omnipotencia final del redactor que creo que, a la hora de escribir, hay que hacer un esfuerzo y enfriar unos grados las emociones que te suscita el entrevistado: rebajar la antipatía que puedas sentir por él, porque quizá te haya pillado en un mal momento; y enfriar un poco el entusiasmo, porque puede que el tipo te haya embaucado.

Así, intentando mantener la cabeza fría y siendo lo más fiel posible a lo ocurrido, redactas la interviú como quien cuenta un cuento. Es decir: intentas perfilar un rasgo del personaje, entender su manera de ver el mundo, atrapar alguno de los múltiples y mudables garabatos que componen la identidad de cada cual. "El yo es un movimiento entre el gentío", decía Henri Michaux, y el periodista procura pescar uno de esos movimientos íntimos del yo entre el gentío de yoes que nos habita. Exactamente igual que cuando diseñas un personaje de ficción, sólo que en los relatos los personajes nacen de tu imaginación y en las entrevistas han de responder a la realidad.

Para esto, para ver, para intuir al personaje, hay que utilizar todos los recursos posibles. La información que da el entrevistado no se limita ni mucho menos a lo que dice; sus titubeos, sus gestos, su tono de voz, la manera de mirar y de moverse, su ropa, su actitud, la fuerza o languidez de su apretón de manos, los detalles del entorno, la decoración de su casa, si es que estamos en su casa; la relación de los demás con ella o él (secretarios, ayudantes, familia) e incluso la sensación emocional que despierta en ti: si te apabulla, o te pone nerviosa, también es por algo. Las clásicas minientrevistas de Manuel del Arco eran breves y muy sencillas, casi únicamente preguntas y respuestas; pero Del Arco se incluía de algún modo en ellas y, por ejemplo, le preguntaba a un barítono alemán wagneriano cuánto medía y cuánto pesaba, porque el periodista decía sentirse abrumado por su presencia física; y así, esa enorme presencia formaba parte de la definición del cantante, a quien casi te parecía ver como un rotundo y carnal Nibelungo.

Por eso los periodistas que se empeñan en quedar mejor que el entrevistado y que se pican si el personaje se mete con ellos siempre me han parecido unos idiotas. Porque la finalidad de las entrevistas no es competir con nadie, sino intentar atisbar y entender cómo es el otro. Y si el personaje pierde los papeles, si se sulfura y suelta un exabrupto contra ti, está rompiendo su coraza, se está entreabriendo y delatando, de modo que en realidad es estupendo. No hay que sentirse personalmente agredido por los personajes, del mismo modo que los psicoanalistas no se sienten agredidos (o no deberían) por el malhumor de sus pacientes. De hecho, creo que entre las entrevistas llamadas de personalidad y el psicoanálisis hay bastantes similitudes, empezando por la distancia profesional: tú entrevistas desde fuera de ti, desde un lugar que no es exactamente el tuyo, un lugar más sereno, de escudriñador del comportamiento. Y, como en el psicoanálisis, puedes llegar a alcanzar asombrosos momentos de intimidad con un completo extraño.

La cuestión es, pues, romper la coraza, bucear un poco. Se puede intentar esa inmersión por medio de la esgrima, del debate y el enfrentamiento: la añorada Soledad Alameda cultivaba muy bien ese registro. Yo también lo he utilizado, pero creo que me muevo mejor en la vía contraria, en la de la complicidad y la empatía. Y para ello se necesita un requisito esencial: verdadera curiosidad. Verdadero, genuino deseo de saber cómo es el otro. Y aprender a oír sin juzgar, o sin que tus sentimientos afloren en el rostro, aunque luego, naturalmente, ofrezcas tu juicio personal sobre el entrevistado al escribir la entrevista. Ese es el secreto: que el personaje perciba que tú quieres escucharle de verdad. Que te interesa auténticamente. Eso es lo que nos mueve a todos a la locuacidad, porque, en el fondo, todos queremos ser escuchados y entendidos de ese modo. Y así sucede que, a veces, pocas veces, en las entrevistas que salen bien, de repente se produce un momento en el que el personaje se abre como una rara concha marina, y empieza a hablar desde muy hondo con palabras auténticas, tan auténticas que sientes que se te eriza el vello. Y entonces te quedas quieta, muy quieta, intentando no estropear ese lazo tan sutil de comunicación, tirando muy suavemente del hilito, como quien pesca un hermoso pez resbaladizo, sintiendo que siquiera por un instante has logrado ese extraño prodigio que consiste en rozar el interior de una persona. Hasta que, inevitablemente, el embrujo se rompe, el otro se retira y las aguas se cierran, pero no sin antes haberte dejado atisbar por un momento un puñado de escamas, un lomo fugitivo, el centelleo esencial de lo que somos. Pura magia.

"Todo depende del entrevistador"

Mario Vargas Llosa

Escritor

EL PREMIO Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, es quizá uno de los escritores más entrevistados de la historia.

Para él lo importante es la actitud del entrevistador. "Hay entrevistadores inteligentes y hay entrevistadores simpáticos que te crean un clima de tranquilidad que es lo que luego te incita a hablar con confianza", dice. "También hay entrevistadores agresivos que van creando una especie de barrera, con lo que te hacen desconfiar enormemente de ese diálogo y entonces evitas mostrarte al desnudo.

Hay entrevistadores frívolos y entrevistadores profundos. Creo que, en parte, el éxito o el fracaso de una entrevista depende en mayor medida del entrevistador que del entrevistado". El autor de El sueño del celta tiene fama también de saber dar respuestas inteligentes a preguntas incómodas o simplemente malas.

"A veces cuesta salir del paso", reconoce.

"El entrevistado debería saber mantener la serenidad. Yo a veces la he perdido".

"El mérito es del que lanza las preguntas"

Esther Tusquets

Editora y escritora

CADA ENTREVISTA es diferente. Todo depende del que la realiza. El mérito es del que lanza las preguntas. Las buenas son estupendas, te ponen los pelos de punta, pero lasmalas, esas que se resuelven a base de banalidades y que ahora se llevanmucho, me chirrían. Recuerdo que Carlos Barral, con el que viajé en muchas ocasiones por negocios, si la persona que lo entrevistaba no le merecía confianza él mismo la escribía. Ahora puedo decir que me he pasado todami vida leyendo. Como editora, lanzamos la colección RqR a base de entrevistas a grandes personajes: Manolo Blahnik, Javier Marías y Maitena, a la que entrevisté personalmente, en una casa al lado del mar donde se aparean las ballenas.

No preparé el cuestionario en absoluto porque soymuy vaga para documentarme, pero disfruté haciéndolo. Como idea estaba bien, pero la colección no funcionó.

En la edición, como en casi todo en la vida, hace falta suerte; un 70% es saber jugar, y el resto, las cartas.

"La entrevista es un deporte"

Bernard Pivot

Periodista y crítico literario

LA ENTREVISTA no es un arte. Es un deporte. Tiene más de pimpón que de tenis en tierra batida. Quizá es como el boxeo. Pero no con los escritores (salvo con Hemingway). La entrevista es una técnica.

Cada periodista tiene la suya. Mi técnica es basta, espontánea, franca, ingenua, tal vez falsamente ingenua, empática.

Es una emanación directa de lo que yo soy. Es la prolongación lógica de lo que he aprendido. Es el reflejo de lo que yo imagino que causa la curiosidad del público. Es una técnica, después de todo sin técnica, con la que uno espera, poco a poco, que la entrevista con el escritor se convierta en una conversación. La conversación es un arte. Es un arte muy francés en el que quedan muy bien ilustrados nuestros mejores escritores. Mis claves son aquellas que se encierran en su despacho, en su salón, en su boudoir, en su living-room, y ¿quién sabe?, en su alcoba. Desgraciadamente, el salón de fumar ha quedado cerrado.

"El hilo invisible que define un traje"

Juan Villoro

Escritor

LA ENTREVISTA ES LA forma más tímida del protagonismo. El autor destaca por lo que otro dice. En sumás reciente crónica, Gay Talese narra el improbable encuentro de Lady Gaga con Tony Bennett. Hijo de un sastre, Talese oculta sus preguntas como el hilo invisible que define un traje. Platón y Boswell demostraron que escuchar es un ejercicio activo. Sólo así se obtienen las declaraciones exclusivas de Sócrates y el Dr. Johnson. "No es la voz sino el oído lo que guía la conversación", comenta Calvino.

El reto esencial es que el entrevistado diga cosas desconocidas para sí mismo.

Las grandes entrevistas aleccionan al declarante. Dramaturgo exprés, el entrevistador dosifica y reordena sin alterar el sentido. Cuando un aprendiz de mesías volvió a Nazaret en pos de seguidores, supo que ahí era demasiado común para que le hicieran caso. Un testigo supo hacer preguntas. "Nadie es profeta en su tierra", contestó Jesús, demostrando que no hay profetas sin entrevistas.

Complicidad, fascinación, violencia soterrada, espanto... "Una entrevista puede estar hirviendo de emociones", dice Rosa Montero.
Complicidad, fascinación, violencia soterrada, espanto... "Una entrevista puede estar hirviendo de emociones", dice Rosa Montero.HELEN ASHFORD / WWW.JUPITERIMAGES.COM

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