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Columna
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Me alegro

Voy a compartir mis regocijos con ustedes.

Me alegro de que el teatro triunfe a nivel oficial en Catalunya, gracias al responsable de la Sanitat, Boi Ruiz, ese pésimo secundario propulsado a protagonista de una tragedia con aspecto de farsa. Las grandes lecciones que proporcionaron Joglars, La Fura dels Baus, Dagoll Dagom e infinidad de inolvidables compañías, han dado por fin sus frutos, reducidas, eso sí, a su faceta más aparente: el disfraz de la realidad.

Se nos informa de que dicho departamento aprobará antes de fin de año "un nuevo sistema para gestionar las listas de espera". Lo cual permitirá maquillar los datos en las intervenciones más comunes: cataratas y prótesis de rodillas y caderas. Maquillar, qué verbo tan de nuestro tiempo. Y qué esfuerzo, el realizado por el palanganero sanitario de Mas, para que nos vayamos tercermuriendo sin saberlo.

Me alegro también de que, en este país -ahora hablo de España entera-, a alguien se le reconozca su valía, tal como se hace en el extranjero. No hablo de científicos ni de médicos -a esos se les reconoce únicamente en el extranjero; de aquí deben huir-, ni de profesores eméritos ni de otros sabios.

Me refiero a consejeros, directivos y ejecutivos varios, expertos en ingeniería financiera, que mandan o mandaron en organizaciones aparentemente indestructibles pero destinadas a ser esquilmadas a la chita callando para engrosar sus bolsillos. Pues bien, tales sanguijuelas, que anidan en los más altos y pulidos despachos, han alcanzado primoroso merecimiento en el mercado mundial de los de su clase, hasta el extremo de que trincan igual que, pongamos, uno de Goldman Sachs, después de hundir la firma; e igualmente siguen pillando lo suyo cuando la firma se repone gracias a nuestros impuestos.

Tenía estas alegrías que compartir con ustedes. Hecho lo cual, voy a vomitar un rato.

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