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Columna
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Del 'lehendakari' y su escrito

La intervención del lehendakari López el pasado jueves en el Parlamento de Vitoria y las reacciones a la misma me traen a la memoria aquella canción en la que el añorado Imanol ponía música a los versos de Góngora: "¿Callaré la pena mía o publicaré el dolor? Si la callo, no hay remedio; si la digo, no hay perdón. De cualquier suerte se pierden alas de cera. ¿Es mejor que las humedezca el mar o que las abrase el sol? ¿Qué me aconsejas amor, amor, qué me aconsejas?" A lo que parece, las alas de cera del compromiso con la libertad y la convivencia democrática del lehendakari no sólo se han empapado, sino que además, para colmo de males, se han chamuscado.

El texto en sí no es, desde luego, esa montaña que se nos anunciaba desde los mentideros del socialismo vasco (donde hay tanto sinsustancia, y no precisamente en las bases), sino, más bien, un montículo. Sin más. Por eso no se entiende el porqué de los iracundos ni de los entusiastas. Desde aquel 6 de mayo de 2009 en que Patxi López tomó la makila, para todo el nacionalismo vasco ha sido aún menos que un muñeco del pimpampum. Daba igual si el sabor de las lentejas que guisara era bueno o malo; no había ni que probarlas. El cocinero era ilegítimo. Era de suponer. Lo que no era tan de suponer, ciertamente, han sido las pieles de plátano al pacto de gobierno PSE-PP de tantos constitucionalistas caldeados por su propia virtud. El ensoberbecido mejor enemigo siempre del modesto bueno. De seguir así, en poco más de un año, la huida a ninguna parte. A lo peor, es eso: queremos tener razón, aunque con ello se hunda el mundo.

A la postre, se utiliza el contenido de los 15 folios del texto como un pretexto, como un nuevo bastón con el que darse de bastonazos. Afirmaban los formalistas rusos que el propósito del arte es derrotar los deletéreos efectos de la costumbre, esto es, volver a ver las cosas tal y como las percibimos y no tal y como las sabemos: la desfamiliarización. Ese convertir en extraño no le vendría nada mal a estas tierras, donde cada palabra es un recordatorio y donde cada frase tiene tantos ecos alusivos. "Esa tierra torturada, víctima de una sobredosis de historia, de un exceso desmesurado de acontecimientos y de tragedias, de ansiedad y de contención paralizante, de memoria, de falsas esperanzas, de un destino único entre las naciones; un lugar que a veces parece un relato de dimensiones míticas, un relato tan imponente que llega a deteriorar su relación con la vida misma y con nuestras posibilidades de poder llevar alguna vez una vida normal y corriente", escribía David Grossman a propósito de su Israel natal. Estamos faltos de una desfamiliarización del sectarismo de la mala política. Atribulados vascos dando vueltas y vueltas como animales cansados en la pista de un circo buscando una salida. ¿Qué me aconsejas amor, amor, qué me aconsejas?

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