Una megaestrella en el colegio
Igual que Rose, que se entrenó en una escuela de Madrid, o Kobe, que negocia con el Bolonia, los jugadores de la Liga norteamericana buscan alternativas a sus carreras por el cierre patronal
Ocurre mientras los peregrinos inundan Madrid. La NBA está paralizada por el cierre patronal, que impide las concentraciones de pretemporada y echa el candado a los estadios mientras jugadores y empresarios negocian el convenio colectivo. En consecuencia, más de 70 baloncestistas que el curso pasado compitieron en ella van firmando nuevos contratos para buscarse las habichuelas fuera de Estados Unidos. Algunos, como Kobe Bryant, negocian ahora acuerdos multimillonarios para jugar una decena de partidos; en su caso, con el Bolonia. Unos pocos, los mejores, viajan de acto promocional en acto promocional sin dejar de entrenarse. LeBron James pasa como un suspiro por Barcelona y pide que le lleven a la ciudad deportiva del club azulgrana para ejercitarse. Al mismo tiempo, pero con la sierra madrileña como horizonte y la banda sonora de las canciones de las Jornadas Mundiales de la Juventud, Derrick Rose solicita lo mismo en la capital española. Es el sello de los campeones. Estén donde estén, el trabajo es constante.
Más de 70 figuras jugarán fuera de EE UU. Otros han vuelto a la universidad
En agosto, Rose pisa Las Ventas y se deja fotografiar en el Bernabéu. Parece un turista. Un viajero. Es, ante todo, un deportista: evitando el bullicio, se refugia en un colegio de los alrededores de la capital y se entrena como si el campeonato empezara mañana. Mientras observa el monte de El Pardo, resume lo que distingue a los mejores: viaja acompañado por su preparador físico, contra el que percute camino de la canasta, escoltado por familiares y amigos, que también saltan a la pista para actuar como obstáculos, y rodeado de lujos, pero sin abandonar nunca el trabajo.
De Manila a Madrid, pasando por Taiwán, el jugador de los Bulls no deja de promocionar a sus patrocinadores ni de entrenarse. En Madrid apenas dedica una hora al tiro. Esto es lo que hace el resto del verano, un ejemplo de las tareas que ocupan a Kobe, LeBron o Kevin Durant, que no han tenido un campeonato como el Europeo de Lituania para mantenerse en forma: durante sesiones dobles de gimnasio (90 minutos por la mañana y 60 por la tarde), hace pesas, usa escaleras sobre el suelo para trabajar la coordinación, sufre con sentadillas sobre una sola pierna, que aumentan su capacidad de salto, y sale a la pista para buscar soluciones a distintas situaciones del juego. Ahí, como hizo en el colegio madrileño, Rob McClanaghan, su preparador físico, le hace probarse con una media de 400 tiros.
El cierre patronal también ofrece otras posibilidades. Unos, como Trevor Ariza, Kevin Love, Baron Davis o Russell Westbrook, han vuelto a la universidad y estudian cultura popular americana en UCLA. Los más se enfundan una camiseta en la que se puede leer BBNS (el baloncesto nunca para, en sus siglas en inglés) y van uniéndose a competiciones hechas a su medida.
Son días con espectadores en el cogote. Sin separación entre el banquillo y la grada. Los mejores, en pistas comunitarias, de barrio. A cielo abierto. Sin parqué. Con la gente invadiendo el cemento para empujar y gritar a los jugadores a cada tiro espectacular de esas estrellas intocables que, de repente, están a un manotazo de distancia. El primero en dejarse ver es Durant, que anota 66 puntos en Rucker Park, en el Harlem de Nueva York, una de las canchas míticas del baloncesto de la calle. Luego, la mayoría de las estrellas se junta en estadios de segunda para competir en las Ligas veraniegas, como la Goodman y la Drew, en las que verles cuesta entre 25 y 60 dólares (entre 18 y 44 euros). Finalmente, como el conflicto no se resuelve, nace una cosa más seria: the lockout League, la Liga del cierre patronal, en Las Vegas. El requisito mínimo para participar, al contrario que en las competiciones veraniegas, es jugar en la NBA: más de 40 profesionales compiten en ella.
Entre bromas sobre cómo dejar el suelo reluciente, la gente del colegio madrileño preparó la visita de Rose con el máximo esmero. Ahora hace chistes con que el próximo en visitar su pista, parqué hollado por niños y adolescentes, será Kobe. Parece una locura, pero una cosa está clara: con el cierre patronal, todo es posible.
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