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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un 'sprint' es un 'sprint'

Cavendish se corona como el mejor velocista de los últimos años en un final en el que Freire, tres veces campeón mundial y ayer noveno, se equivocó

Carlos Arribas

"Un sprint es un sprint", dice Mark Cavendish, feliz, poético, quien a 300 metros de la meta del Campeonato del Mundo se puso a la rueda de André Greipel; a 150, hábil, junto a las vallas, se lanzó solo cara el viento, y a 10 resistió el desesperado golpe de riñón de Matthew Goss. "Suba o baje, un sprint son 300 metros y un acelerón", rubrica el ciclista británico.

"Un sprint es también esto", dice Óscar Freire, decepcionado, triste como nunca, solo como siempre; "un sprint es un momento en el que un error mínimo te condena y pasas de poder ser primero a quedar octavo o más atrás".

Cavendish, de 26 años, ganó al sprint, claro, el Mundial más soso y previsible de los últimos tiempos, algo así como una etapa de esas pesadas del Tour tan vistas: fuga controlada, caza final, un par de demarrajes-fuegos artificiales, un sprint masivo que en vez de dar derecho solo a una fugaz visita al podio, dos besos y el olvido, permitirá al increíble británico vestir de arcoíris todo el año, algo así como ganar el Tour completo.

"Suba o baje, son 300 metros y un acelerón", explica el británico
"Me vi muy lejos para arrancar y muy cerca para cambiar de jugada", dice el español
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Freire, claro, no ganó su cuarto título y su rostro, al final, casi venía a decir que tampoco cree que lo pueda ganar algún año, tiene ya 35, pasada esta oportunidad. Tampoco terminó octavo, sino noveno, en una carrera que se desarrolló como deseaba, como esperaba; en un final en el que, extraordinariamente, no supo moverse y hasta dudó. Freire ya no es Freire. O no lo pareció. Se dejó comer la recta, la cuesta y luego el falso llano, la distancia en la que él respiraba como nadie, por una cuadrilla de jóvenes sin complejos. Qué pecado.

Qué aburrimiento, dijeron los ciclistas al final, coreados por los bostezos de la peña. ¿Qué sentido tiene dar categoría de Mundial a una carrera disputada, insólito otoño soleado en las afueras de Copenhague, a casi 46 kilómetros por hora de media, en la que los que se fugan saben que lo hacen para animar la espera, para romper el equilibrio geopolítico del pelotón (como hizo Pablo Lastras, inteligente, alegre, fugado de salida ya con media docena más), para estar a la altura de su fama, para no dormirse, pero no animados por la fe en la victoria?

¿Qué Mundial es este en el que protagonistas del pasado Tour como Thomas Voeckler o el increíble Johnny Hoogerland tienen que engañarse, pensar que las onduladas y suaves colinas de los suburbios de Copenhague son tremendas montañas, cerrar los ojos y tirar adelante?

No hay clásica ya, ni siquiera la París-Tours, que suele acabar en sprint, con menos posibilidades de rendirse a lo inesperado, a la esencia de la competición, que los 260 kilómetros de ayer, horas de vueltas inútiles alrededor de la nada (lo único que rompió el sopor fue una caída que dejó cortado, eliminado, al campeón de 2010, Thor Hushovd, y en la ambulancia a Vicente Reynés, cuya misión era lanzar a Freire en la última recta) para acabar donde habíamos empezado: llegaron juntos al sprint más de 100 ciclistas, terminaron la carrera 177, números que asustan por lo elevado.

Disfrutaron algunos, como los del equipo británico, que se sintieron inmensos, a la altura del valor imperial de la Union Jack que decoraba sus vestidos, por lo menos, y controlaron con clase y mucha fuerza (tremendo Bradley Wiggins, el subcampeón del mundo de contrarreloj, guiando al pelotón el solo toda la penúltima vuelta) el desarrollo del carrusel.

Quedó tan retratado ante el mundo su potencial y su realidad espléndida como quedó retratado el momento del ciclismo español, su ancestral buena cosecha de bullidores y escaladores, su escasez de grandes rodadores, de hombres potentes. Mientras Cavendish tenía un par de colegas para llevarlo en la recta, Australia un montón para Goss (el ganador de la Milán-San Remo fue plata) y Alemania también unos cuantos para dejar tercero a Greipel, Freire, como acostumbra en su Rabobank, se tuvo que jugar solo la llegada. Pocos boletos para una lotería muy concurrida.

"Y me equivoqué", reconoció Freire, quien, a dos kilómetros de la llegada, tocó en el culo a Flecha, su fiel colega, para que le llevara a la cabeza; "quizás me precipité y tomé la última curva muy adelantado. Después, en la recta, me encontré segundo, detrás del australiano Hayman, quien frenó a 300 metros de la línea, demasiado lejos. Entonces dudé porque no sabía qué hacer. Estaba demasiado lejos para arrancar y demasiado cerca para cambiar de jugada. Quizás si Rojas hubiera estado conmigo...".

El sprint se lanzó por el otro lado y Freire solo pudo recuperar posiciones con su clase natural: "No he perdido velocidad, no es eso. Tampoco feeling ni nada. Todo estaba perfecto, pero me equivoqué".

Mark Cavendish celebra su victoria con Óscar Freire, de rojo y negro, a la izquierda.
Mark Cavendish celebra su victoria con Óscar Freire, de rojo y negro, a la izquierda.JONATHAN NACKSTRAND (AFP)

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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