El Levante vive en la gloria

El Levante conoce su oficio a la perfección. Es un equipo repleto de jugadores baqueteados en todas las categorías y doctorados el curso pasado en su supervivencia en Primera. De modo que ya no solo se dedica a resistir, sino que hace valer su experiencia para disfrutar. Y, si se le pone delante un rival tan bisoño como el Espanyol, lo remata implacable en las dos áreas. Ballesteros cierra la propia y Rubén Suárez abre la ajena en dos penaltis cobrados tras ganarles la espalda los atacantes granota a los centrales pericos. Los buenos modales en la medular de los chicos de Pochettino se quedan en nada cuando ingresan en las zonas de la verdad.

Al principio, al cuadro de Juan Ignacio Martínez (JIM) le bastó con los pelotazos del portero Munúa a sus delanteros para desintegrar la zaga espanyolista. Después se dispuso a saborear su ventaja como solo saborean los éxitos aquellos que saben que pueden ser muy escasos. Y el Ciutat de València se lo pasó en grande. Sabe que vive su momento de gloria.

Ballesteros se mueve con el aplomo de los héroes: corta y saca el balón pegado

Al Levante no le importa que lo dominen. A la hora de la verdad, alguien saldrá a rescatarlo. Ballesteros, preferentemente. El central valenciano se comporta con el aplomo de los héroes. Primero, recoge la ovación de la grada antes del encuentro, al escuchar su nombre por megafonía. Después, impone su ley en la zaga. No solo corta sino que demuestra ser mucho más que eso: sale con el balón pegado, levantando el entusiasmo de la gente. Se recrea dirigiendo este ejercicio granota de supervivencia. Sergio García, el más incisivo de los visitantes, tuvo el honor de tumbar a Ballesteros con un regate muy seco, pero, solo ante Munúa, disparó demasiado cruzado.

La calidad de Verdú sobresalía en el centro del campo, sirviendo con ventaja a Thievy y Sergio García para que estos resolvieran un empate que se mascaba. El preparador de porteros, Tommy N'Kono, se lamentaba en la grada de las ocasiones perdidas. Y de la inocencia de sus muchachos tanto en una portería como en otra. El portugués Rui Fonte arrolló a Juanlu dentro de su área. El penalti lo transformó Rubén. El Levante había hecho fortuna de una jugada de patio de colegio: el pelotazo de Munúa a Koné sembraba el pánico en la zaga espanyolista.

El Levante, ya muy crecido, quería darle fluidez a la pelota en una cadena de pases pocas veces vista en el Ciutat de València. Y muy celebrada. Puesto que le faltaba pegada, Pochettino acudió a en el descanso Álvaro, que acentuó el dominio del Espanyol. Y creía tener el empate a tiro si no hubiese sido porque Ballesteros volvió a interponerse en la senda de Sergio García. Preocupado en el banquillo, JIM barruntaba algún cambio para salir del agobio cuando, de repente, otro balonazo a la coronilla de la retaguardia perica despejó el camino de los granota. Rubén le ganó la posición a Amat y este lo agarró antes de disparar. La expulsión del joven central y el posterior penalti convertido por el propio Rubén sentenciaban el partido y confirmaban que la experiencia, en el fútbol, sigue siendo un grado.

A pesar de que el Espanyol se ilusionara con el gol de Héctor Moreno tras el tiro pifiado de Pandiani, el Levante solo tenía que volver a desplegarse. Al juntarse Aranda y Barkero, recién entrados en escena, el volante vasco enseñó esa zurda maravillosa que ha acompañado toda su carrera. Eligió la escuadra izquierda en un trallazo monumental desde el balcón del área. La expulsión de Pandiani ya dejó al Espanyol muy desvalido, con nueve, y el Ciutat de València despidió al Levante entre olés y vítores inesperados. Se deleitaba con una clasificación muy desahogada de un equipo con muchas horas de vuelo.