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Columna
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Los retos de la izquierda

Todavía hoy, aunque no es posible saber por cuanto tiempo, podemos identificar en Europa un modelo propio consistente en la vigencia del principio de solidaridad colectiva que se concreta en la ley general -constitucional- y no exclusivamente en los contratos particulares. Pese a que las formas de este modelo social son múltiples, podemos afirmar que nuestras sociedades han sido históricamente capaces de articular un modelo común, eficaz y reconocible, fundamentado en la solidaridad colectiva, en el compromiso capital-trabajo y el intervencionismo del Estado al que se le reconoce -o reconocía- el papel de garante de la cohesión social. Esta tradición democrática europea, muy diferente a la del capitalismo estadounidense o asiático, es debida a varios factores de los que es necesario destacar fundamentalmente dos. El primero consiste en el vigoroso desarrollo en nuestro continente de partidos y movimientos obreros de carácter socialista, en el amplio sentido del término, que incluye a socialistas, laboristas, comunistas y anarquistas. Ninguna de estas fórmulas políticas ha llegado a arraigar nunca en la vida pública norteamericana, con la excepción de la efímera vida del partido socialista dirigido por un emigrante español, Daniel de León, pero prácticamente desaparecido a partir de 1918. El segundo factor que ha determinado el compromiso capital-trabajo en Europa y la construcción del Estado de bienestar subsiguiente fue la existencia en nuestras propias fronteras de un sistema social alternativo que, independientemente de la opinión que nos haya merecido, demostraba entonces una gran potencia y extendía su influencia desde la Puerta de Brandeburgo hasta el puerto de Haiphon.

El desmontaje del Estado social viene de lejos; la crisis es más una coartada que un argumento

Y fue precisamente la desaparición del llamado socialismo real y el debilitamiento de la izquierda y los sindicatos lo que ha propiciado que los sectores conservadores y los poderes económicos hayan desencadenado desde hace años una gran ofensiva contra las conquistas sociales y contra los Estados de bienestar, ofensiva que adquiere su clímax al calor de la actual crisis económica. En efecto, hace muchos años, incluidos los del fuerte crecimiento económico, que la precarización del trabajo se ha constituido en uno de los ejes de la política de empleo en numerosos países europeos tales como el Reino Unido, Francia, Dinamarca, Irlanda o España. Y hace también mucho tiempo que desde los círculos económicos dominantes en el mundo se habla de euroesclerosis para definir nuestro modelo social. Hace más de dos décadas que Robert Reich aconsejaba a Europa desregular su mercado del trabajo y de productos. Y por esas mismas fechas, pero en tono más conminatorio, Larry Summers, ex secretario adjunto estadounidense del Tesoro, sugirió a Europa, desde el Foro Mundial de Davors, que suprimiese las rigideces de su mercado de trabajo y redimensionase el Estado de bienestar, que a Summers le parecía excesivo e insostenible. Así pues, los intentos de desbaratar el pacto social y de desmontar el Estado social a que aquel dio lugar vienen de lejos y la actual crisis, en opinión de numerosos economistas y expertos políticos, es utilizada como una coartada más que como un argumento.

En este contexto, la izquierda gallega se enfrenta a tres retos ineludibles. El primero de ellos, construir un proyecto político y programático común que, superando los graves errores del pasado y las lógicas diferencias entre dos fuerzas con universos culturales diferentes, le permita poner en marcha un amplio movimiento social capaz de oponerse hoy con éxito a las políticas antisociales del Gobierno Feijóo y que mañana garantice estabilidad, coherencia política, compromiso y lealtad en la Xunta de Galicia. El segundo, consiste en ser capaces de defender conjuntamente en los foros supragallegos (Cortes Generales y Unión Europea) los intereses vitales de Galicia, sean estos agrícolas, pesqueros, industriales o lingüísticos.

Pero todo ello, con ser imprescindible no es suficiente. Es preciso que la izquierda gallega abandone definitivamente sus posiciones defensivas y exclusivamente nacionales para abordar de forma también conjunta con el resto de la izquierda europea una nueva fase de la construcción política de la Unión, imprescindible para sostener nuestro modelo social y nuestro papel en el mundo. De lo contrario, Europa y todas las naciones que la componen, Galicia incluida, entrarán en una irreversible decadencia. Es necesario comprender que ya no es posible seguir con retóricas aislacionistas, porque Galicia es una nación europea y su futuro económico, social y político está indisolublemente ligado a la deriva que tome en los próximos tiempos la construcción de Europa.

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