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Columna
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Neymar y la deuda europea

Joaquín Estefanía

Al tiempo que el Real Madrid y el Barcelona disputaban por traer a España por un gran puñado de millones de euros a Neymar, delantero brasileño con proyección para ser el mejor futbolista del mundo, el ministro de Economía de Brasil, Guido Mantegna, declaraba que su país junto a otros emergentes (China, India y Rusia) están dispuestos a ayudar a Europa para que salga de la monumental crisis de la deuda soberana.

Esta contradicción es el sino de nuestro tiempo. Mientras algunas empresas occidentales todavía acuden a los países emergentes como los grandes conquistadores de mercados, el mundo ha cambiado de centro de gravedad desde el Norte y Occidente hacia el Sur y Oriente. La globalización ha dispersado el poder, tan concentrado hasta ahora en el glacis norteamericano, por todo el sistema internacional y sus beneficiarios están sobre todo en los países citados y en otros como Sudáfrica, Turquía, etcétera. La Gran Recesión ha cambiado esa característica neta de las últimas crisis de que éstas se extendían desde la periferia hacia el centro; ahora, el epicentro ha sido Estados Unidos, y dentro de Estados Unidos, Wall Street, y el principal escenario de contagio ha sido la vieja Europa.

Los BRIC aún son países en vías de desarrollo en lo que respecta a la renta per cápita
No habrá ayuda colectiva de los países llamados emergentes al conjunto de Europa

Esta semana, coincidiendo con la asamblea del FMI, se reunirán en Washington los países BRIC (Brasil, Rusia, China e India). A sus obsesiones habituales (reducir la hegemonía del dólar como moneda de reserva, sustituyendo a la divisa americana por una cesta de monedas; actuar con una sola voz en los organismos multilaterales, exigir que el nombramiento de los directivos de éstos no se atenga al reparto de siempre -un europeo al FMI; un americano al Banco Mundial-, cambiar el funcionamiento y la composición del Consejo de Seguridad de la ONU...) añadirán la preocupación por la situación de la economía europea y americana. Es una preocupación egoísta, no solidaria: si éstas entran en una nueva recesión, dejan de pagar su deuda pública o sus bancos atraviesan por problemas de solvencia, se resentirán las exportaciones de los emergentes y sus extraordinarias reservas de divisas reducirán su valor, los dos pilares en los que han asentado su éxito económico en la última década.

No cabe esperar una acción colectiva de los BRIC (a ellos se ha añadido desde abril de este año Sudáfrica y el acrónimo ha añadido una "S": BRICS) ni tampoco una determinación conjunta sobre Europa. Cada emergente estudiará las oportunidades y la cartografía económica de cada país europeo. No todos los emergentes son, en el mismo grado, sujetos del mismo objeto de deseo: depende de las ansias inversoras y de la capacidad de las reservas de cada uno. En el caso de China son casi infinitas: 3,2 billones de dólares; las de los demás países son amplias pero limitadas: Rusia, 540.000 millones; Brasil, 350.000 millones; India, 300.000 millones. China, que ni es una democracia ni todavía una economía de mercado en sentido estricto, es la más halagada por la potencialidad de sus fondos soberanos (empresas públicas cuyo capital está constituido por las reservas obtenidas con el comercio de sus materias primas y de las manufacturas exportadas) y por su avance -muchas veces silencioso- en zonas como África, América Latina... y EE UU y Europa.

La gran paradoja está en que mientras que los BRIC (la mitad de la población mundial, un cuarto del PIB mundial, 40% de la superficie total, protagonistas del 65% del crecimiento del planeta en los últimos años) escalan puestos de modo constante en la clasificación absoluta de los países por el valor de sus economías, en términos relativos todavía están más cerca de ser países en vías de desarrollo que países ricos. China, que en 2010 superó a Japón como segunda potencia del planeta, ocupa el puesto 90 en la lista mundial de la renta per cápita. Los cuatro BRIC tienen gigantescos problemas de pobreza entre su población, desigualdad entre las clases sociales y entre el campo y la ciudad, dotación de infraestructuras, capital tecnológico y humano, y sus sistemas de protección, en el caso de que se existan, son muy manifiestamente mejorables. No son precisamente ejemplo de calidad y eficacia en esos capítulos. Entonces, ¿por qué están dispuestos a ayudar a Europa y a EE UU en vez de invertir en el interior de sus propios países?

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