'Nevermore'
Nevermore: he aquí una de las palabras más bellas del mundo. Más bellas y más trágicas. Más melancólicas y dolorosas. Nevermore: ¿nunca más, en castellano, ¿jamais plus, en francés?, ¿nunca mais, en portugués?, ¿jamais més, en mallorquín?... No, aunque tales sean su traducción al castellano, al francés, al portugués y al mallorquín en las versiones que del glorioso poema titulado El cuervo, de Poe, hicieran Stéphane Mallarmé, Fernando Pessoa, F. J. Díaz de Castro y Miquel Forteza respectivamente en sus idiomas y que Perfecto Cuadrado reunió y publicó en un cuaderno memorable. No, nevermore no es lo mismo que nunca más, ni que jamais plus, ni que nunca mais ni que jamais més. Significan lo mismo, pero no son lo mismo. Y en este sentido, imposible resulta no citar, una vez, a Jorge L. Borges cuando aseguraba que nightingale no es ruiseñor. En efecto, ambas palabras, la inglesa y la castellana, se refieren al mismo pájaro, pero el sonido es diferente. Y ahí está al drama de la traducción, por supuesto, porque las palabras necesariamente significan, pero poseen un ser esencialmente eufónico. Y ese casamiento entre significado y ser sonoro consigue rozar el cielo (o el infierno, tan cercanos en el terreno poético) cuando se da felizmente en una lengua, sea cual fuera, pero casi siempre condena al traductor a ser arrojado del paraíso de lo inefable para condenarlo a las servidumbres de un purgatorio donde debe luchar para dar a la palabra que traduce su verdad terrenal, cognoscible para el lector, sin arrancarle por completo esas alas que nos comunican con lo inefable. De ahí mi enorme respeto y, en muchos casos, enorme agradecimiento a los traductores de poesía, que, para acercarnos a la obra de genios poéticos cuya lengua no conocemos, trabajan como condenados a sabiendas de la dificultad prácticamente insuperable de crear en la lengua a la que la vierten la excelsitud que su autor ha logrado en su idioma original. Es el misterio de la poesía, del gran poema. Porque, pese a las explicaciones técnicas ofrecidas por Edgar A. Poe a la redacción de El cuervo, el poder de esta composición y de la palabra clave (nevermore), sobre cuya repetición y triple rima (nothing more, ever more, nevermore) descansa su estructura, sigue perteneciendo al ámbito de lo arcano.
El casamiento entre significado y ser sonoro consigue rozar el cielo
El poder de 'El cuervo', de Poe, está en la repetición de la palabra clave
Aunque en The philosophy of composition revelara Poe el proceso de escritura de El cuervo, explicando los recursos meramente técnicos que empleó para provocar en el lector las emociones que quería que este experimentara (y que experimenta, ¡y cómo!), el poema nos sigue sobrecogiendo. Por lo general, cuando un creador desvela los mecanismos mediante los que ha conseguido llevar a cabo los efectos estéticos de su obra y lo hace con la meticulosidad y frialdad con que Poe escribió sus mencionada pieza (The philosophy of composition), el lector que vuelve sobre las páginas del poema o de la novela ha perdido la inocencia con que lo leyó por primera vez. En novela, tenemos el caso de Joyce, quizá una de las pocas excepciones dentro de este género en que su lenguaje puede compararse al de la poesía: una vez desentrañados los misterios lingüísticos de su prosa, mejor no releerlo, y si se hace, el resultado es muy distinto al de la primera lectura. En poesía suele ocurrir lo mismo, aunque no siempre. El cuervo es una de las escasas muestras de creación poética en que el misterio sobrevive, inmenso, sobrecogedor, a la explicación de su artífice. En Poe, el hecho de destripar el poema para mostrar la perfecta maquinaria que rige su funcionamiento no equivale a anular los deslumbrantes efectos de dicho funcionamiento. Charles Baudelaire, que empezó a traducir al francés a su admirado Poe en plena juventud y no dejó de venerarle nunca, se apoyó en sus escritos críticos para reafirmarse en su concepción de la poesía como quehacer destinado a la creación de belleza mediante un proceso de elaboración regido por el trabajo, el arduo trabajo, la voluntad y la técnica, apostando por el ejercicio de la inteligencia y rechazando el mito romántico de la inspiración. El poeta, y el artista en general, no es el creador de mundos superiores aptos para convertirse en reinos de evasión para delicados espíritus proclives a la irritación de la piel del alma al contacto con lo real, sino el descubrimiento de cuantos mundos se ocultan tras las apariencias del mundo que nos rodea. Las lúgubres visiones de Edgar A. Poe, lo mismo que las maléficas flores baudelairianas, pertenecen a la esfera de la vida real, regida por leyes físicas. Unas y otras son síntomas del drama humano que el orden social se empeña en soterrar con su hipocresía y acaba por adquirir carácter de perversidad. La palabra poética revela esa degeneración, ya sea sentimental o metafísica. En Annabel Lee, en Ulalume y, sobre todo, en El cuervo, Edgar A. Poe lo consigue a base de combinaciones rítmicas y musicales elaboradas -según él mismo escribió- de acuerdo con sistemas propios de las matemáticas. Sin embargo, el milagro del poema sigue resultando inexplicable.
Para Poe, pocos motivos hay tan poéticos como la muerte de una mujer hermosa. Y la muerte de su mujer hermosa, de la amada, forma parte de la lúgubre atmósfera de El cuervo. Pero a este núcleo temático que cruza por entero la historia de la literatura añade Poe un elemento extraído directamente de lo inefable: un cuervo llamado Nevermore. Una vez que nos ha alcanzado su letanía (nothing more, ever more, nevermore), ya nunca más volvemos a ser los mismos.
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